Hasta donde recuerdo, primero son las disputas políticas en cada organización partidaria (por cierto, muy intensas, de mucha confrontación y llenas de intereses de todo tipo) por alcanzar la candidatura a la presidencia. Después llegan los arreglos cupulares para cerrar las heridas de las batallas internas, en donde todos los grupos se reparten espacios y puestos, más adelante salen a competir en las elecciones para poder ganar el poder.
Quien logre el triunfo será el presidente por seis años, un sexenio, según rezan las frases concebidas en el vocabulario político. Sin embargo, en los hechos estos gobiernos se han convertido en cinco años, porque las disputas por la sucesión siempre se comen uno o dos años.
Por ejemplo, el régimen de Andrés Manuel López Obrador, cambió algunas reglas y costumbres establecidas de ayer. Medio quiso sacudir al sistema político mexicano, empezando por cuestionar el actuar del organismo electoral, sus altos sueldos y la elección de los consejeros del INE.
Después, desde los inicios de su quinto año de gobierno, dejó que sus cuadros que han venido acompañándolo de años o sus “corcholatas” midieran fuerzas. Abrió el juego de la sucesión con mucho tiempo por delante.
Ayer se hablaba de las caballadas en los principales partidos y de las simpatías del presidente hacia uno u otro de sus secretarios. Hoy el presidente dice que el método cambió y desde el poder empezó a trazar sus líneas sobre los procedimientos internos para sucederlo.
Anunciando en palabras el fin del dedazo y sosteniendo que las encuestas son el mejor método para que el llamado pueblo, elija al mejor.
Palabras más palabras menos, López Obrador, les permitió moverse desde antes y que abrieran sus aspiraciones, unos recibieron su apoyo moral y a otros nada. Para alejar los fantasmas del pasado.
Poco a poco ha dibujado su escenario deseado y llevando el proceso, habla de ellos como los mejores y deja que su partido actúe como el interlocutor legal. Todo lo que traza, lo cumplieron en dicha organización partidaria.
Detuvo la disputa intestina de las corrientes morenistas y espera los resultados de las encuestas, según él, para entregar el bastón de mando. Lo hará antes o después de su viaje a Chile, en donde estará por la conmemoración a Salvador Allende.
Tomada y consultada la decisión, el presidente procederá a cerrar las heridas y garantizar la unidad a toda costa. Para que su proyecto según ellos pueda seguir manteniendo el poder.
Independientemente de quién sea la o el candidato oficial de Morena, el presidente busca darle continuidad a su conocida transformación y que sus obras simbólicas no tengan ningún cambio. Buscan consolidar en una segunda etapa lo que han ofertado.
Sin embargo, y a pesar de no aceptarlo, la aparición de Xóchitl Gálvez, llegó en momentos y tiempos que no contemplaron en sus escenarios por venir.
Tal vez no gane en las elecciones del 2024, la candidata del Frente Va por México, pero competirá con fuerza y el capital político que logre, con la regular fuerza de los partidos del frente, ayudará a lograr un contrapeso en el Congreso de la Unión.
La tendencia en Latinoamérica sobre las candidaturas sin partido en las democracias, ayudarán a la aún senadora, para atraer una buena votación.
Tocará a los partidos de frente (PAN, PRI, PRD) después de su procedimiento interno, resolver las disputas que generan el reparto de espacios y candidaturas.
Sin olvidar que en estas elecciones se disputarán: una presidencia; 500 diputaciones federales; 128 senadurías; 8 gubernaturas; 1 jefatura de gobierno; 1,098 diputaciones locales; 1,803 presidencias municipales y 431 cargos por usos y costumbres.
Conclusión: En Puebla, después de los procesos nacionales en ambos frentes, se preparan los aspirantes para disputarse la candidatura al gobierno. En Morena se percibe que la lucha será de dos y por el otro lado, solo se ve un candidato.
Los tiempos corren y la lucha por el poder también se ha iniciado.