A cinco minutos de Trafalgar Square hay un bar que ha sobrevivido, como ningún otro, al paso del tiempo. Gordon’s Wine bar es toda una institución.
Aunque es frecuentado por turistas, no deja de ser el lugar predilecto de muchos londinenses. Su carta de vinos es fantástica. Encuentras vinos franceses y españoles, pero presumen también de tener muy buenos libaneses, croatas, macedonios y otros más que difícilmente encuentras en otro lugar.
La entrada es por una modesta puerta que da a la calle.
Si no te fijas podrías pasar enfrente de Villiards Street sin notarlo.
Bajas una empinada escalera hasta el bar, que está casi en tinieblas. Quien lo hace por primera vez inevitablemente suelta un suspiro ante la sorpresa.
Conseguir una mesa no es cosa fácil. Este lugar es como ningún otro. Hay una bóveda de más de 600 años iluminada con velas clavadas en botellas de vino. Tendrás suerte si logras sentarte en una de las raquíticas mesas o antiguas barricas de la cueva. Ésta solía ser la cava del bar, pero parecía un desperdicio no abrirla al público. La caverna era frecuentada por celebridades que buscaban permanecer en el anonimato, en la penumbra de las velas y el eco de la bóveda que distorsionaba los sonidos de tu alrededor.
En la casa de arriba del bar vivió Rudyard Kipling, autor de El Libro de la Selva, casi en las mismas fechas que Gordon’s abrió: en 1890. Después se convirtió en burdel. Fue la época más infame de Gordon’s Winebar. Pero duró poco. El burdel fue reubicado unos años después de que abrió.
Todas las paredes del bar estaban tapizadas con recortes de periódicos antiguos, pintados de amarillo por el paso del tiempo. Entre ellos, la primera plana de la coronación de la reina Isabel y otras grandes historias de los últimos cien años.
Una pequeña puerta, cerca de la barra, da a un callejón donde la mayoría de los visitantes terminan pasando el tiempo. La bóveda de dentro estaba por lo general llena de parejitas, seguramente en su primera cita, o una que otra que prefería pasar desapercibida. Yo, casi siempre, prefería sentarme afuera. Tienen montadas mesas con sombrillas y calentadores. El callejón es prácticamente una extensión de Gordon’s.
Tienen una increíble variedad de quesos de todo Europa que sirven en porciones muy generosas. Es famoso también por su pastel de cerdo (pork pie) —un platillo típico inglés que por lo general se sirve frío—, y los huevos a la escocesa. Huevos duros envueltos en un tipo de puré de salchicha. Originalmente se envolvían con una pasta de pescado, y los empanizaban. También se servían fríos.
Ambos son un gusto adquirido que no muchos compartimos.
Sólo sirven vinos, champagne, jerez y oporto. El lugar es ideal para tomar una copa de vino y pedir una tabla de quesos y charcutería. Si eso no pasa y te dejas llevar por el encanto del lugar, como nos pasaba a muchos de los que lo frecuentamos, probablemente te espere una terrible resaca. Por lo menos yo soy presa fácil de los terribles dolores de cabeza causados por tomar más vino del recomendado.
A cierta hora de la tarde se llena de gente trajeada que sale de trabajar. Los londinenses no perdonan una cerveza o, en este caso, una copa de vino al salir de la jornada laboral.
Regresé a este bar en múltiples ocasiones. Nunca me decepcionó.
Gordon’s Wine bar está en el número 47 de la bulliciosa calle Villiers, en Londres. A unos pasos de la estación de Embankment y Charing Cross, y a unos metros del Támesis.
Oh, dulce Támesis.