I
La búsqueda de Dios es algo que ha preocupado y ocupado a la humanidad a lo largo de su existencia.
Religiones, cultos, sectas, sociedades secretas se han creado buscando hallar el mejor camino para acercarse a Dios o sentirse herederos universales y únicos de su sapiencia y espiritualidad.
Guerras se han inventado a su nombre.
Pueblos se han eliminado pare crear otros, buscando imponer a su Dios: “porqué el mío es el verdadero y único”.
Francois Marie Arouet, mejor conocido como “Voltaire” sentenció: “Si Dios no existiera, habría que inventarlo”.
II
Por años, me consideraba y definía como ateo (sin Dios), que es una forma muy extraña y absurda de negar su existencia afirmando la misma.
Empero, ¿cómo negar la existencia de algo que supuestamente no existe?
III
A Roma, afirman, conducen todos los caminos; y a Dios, también.
Hay quienes caminan guiados por un sacerdote, un pastor, un hermano; otros –en un afán de regresar a las raíces- optar por chamanes, sagrados sacerdotes, y unos más prefieren guías espirituales.
Sin embargo, a Dios también se llega a través de la filosofía, el arte y, el estudio del hermetismo y esoterismo.
Y yo, estoy llegando a esta búsqueda filosófica/espiritual ‘a través’, ‘gracias a’ o ‘como complemento’ del estudio, análisis y comprensión que estoy haciendo del Tarot.
IV
Al Tarot llegué por la extraña afición/pasión que desarrollé hace unos años por el mundo simbólico.
A lo simbólico me acerqué por el estudio que he estado haciendo de la obra poética de Juan Eduardo Cirlot: simbolista, vanguardista y poeta español.
Y a este último lo conocí por recomendación del amigo querido y Virgilio literario personal: Pedro Ángel Palou García.
V
Está búsqueda, este navegar por los mares de lo espiritual, a través de lo hermético, esotérico y por ende, simbólico; me ha abierto puertas y ventanas que nunca habría imaginado: la magia, la alquimia y otros senderos luminosos que conversan muy bien con el arte, la poesía y la literatura.
Este barco en el que navego lleva una tripulación variopinta: Juan Eduardo Cirlot, Jüng, Baruch Spinoza, Frithjof Schuon, Hermes Trismegisto, Francis Melville, Jessa Crispin, Miguel Canseco; entre otros.
Y, pronto, probablemente invitemos a Joseph Campbell, Victoria Cirlot, René Guénon, Jacobo Grinberg, Carlos Castaneda, San Agustín y más.
VI
“…es inmortal el hombre; pues puede recibir a Dios, y mantener la relación con Dios. Sólo con el hombre, entre las criaturas vivientes, se asocia Dios. Dios habla al hombre por medio de suelos durante la noche, y por medio de signos durante el día; Dios predice el futuro en múltiples modos, por el vuelo de las aves, por las partes internas de las bestias, por inspiración, o por el murmullo de un roble. Y así el hombre, puede jactarse de conocer cosas pasadas, presentes y futuras. Advierte también esto, hijo mío; cada uno de los otros tipos de criaturas vivientes no se muestra sino en una parte del Cosmos; los peces viven en el agua, las bestias sobre la tierra y las aves en el aire; pero el hombre hace uso de todos estos elementos, tierra, agua, aire; sí, y también contempla el cielo, y lo capta también con su sentido de la vista”; esto le dice Hermes a Tat (su hijo), según el Libelo XII del “Corpus Hermeticum”.
VII
Nietzsche –otro de mis consentidos- escribió: “El Hombre, en su orgullo, creó a Dios a su imagen y semejanza”.
Premisa de la que partió Reza Aslan para escribir: “Dios. Una historia humana”.
La necesidad de representar a una deidad con forma humana es una tradición que viene desde los griegos.
Es más fácil creer en algo tangible que intangible.
Es más fácil pensar que “la vida después de la vida” consiste en una representación fantasmal nuestra habitando en un mundo similar a este, pero más bello que en una transformación/transmutación del ser humano a otro cuerpo hasta que el viaje de nuestra alma termine su misión.
Es más factible pensar en Dios como un ente con barba y viejo (simbolismo de la sabiduría) que en un ente energético sin cuerpo ni forma: una luz, una llama, una voz sin cuerpo; etc…
VIII
Puestos a elegir, prefiero creer que Dios está en los cuados de Da Vinci, en la obra de Pedro Friedeberg, en la poesía de Cirlot, Pacheco, Rivera Garza, Pizarnik o en las composiciones de Mozart; por poner algunos ejemplos. En sí, en el Arte.
Y usted, hipócrita lector, ¿dónde busca a Dios y qué imagen tiene de él?