Juan Villoro
Celebramos la extraordinaria trayectoria a lo largo de 67 años de Pablo Rudomín Zevnovaty, ilustre neurofisiólogo que ha cumplido noventa años de una vida entregada al bien hacer, al bien decir, a compartir. Me consta porque a lo largo de dos años compilé los seis tomos de sus obras para El Colegio Nacional, institución a la que él pertenece. A propósito del homenaje que allí se le rindió en junio de 2024, tres invitados comparten con nosotros su respectivo testimonio. (CCh)
No puedo estar de manera presencial en el homenaje a nuestro querido Pablo Rudomín porque me encuentro en Grecia, concretamente en la ciudad de Larisa, donde murió Hipócrates. La alusión viene a cuento porque estamos ante uno de los pioneros de la indagación del cuerpo humano. Y Pablo Rudomín ha dedicado su vida a explorar la parte más valiosa de nuestro organismo, que es la mente y concretamente las neuronas.
Como científico experimental, Pablo Rudomín ha demostrado con calidad excepcional la forma en que se producen las ideas que dependen tanto de la razón como de la emoción. Si Descartes dijo: “Pienso, luego existo”, Pablo Rudomín nos invita a considerar que también debemos decir: “Siento, luego existo”. Así pues, las emociones y los argumentos se trenzan en la mente de este excepcional científico, lo cual no es casual porque también se trata de una magnífica persona que ha llevado sus atributos emocionales a la sabiduría.
La palabra sabiduría no es gratuita. En su caso se trata de un sabio, es decir, de alguien que predica con el ejemplo. Un ejemplo, por supuesto, inalcanzable, pero que nos recuerda que el verdadero conocimiento se reviste de sencillez y de capacidad de comunicación.
Esta empatía hace que no solo estemos ante una persona inteligente, sino ante algo superior. Un sabio que predica con el ejemplo. Felicidades, Pablo, desde Grecia, por este aniversario.
¡Gracias por todo lo que nos has dado!
JUAN VILLORO
Escritor, pertenece a
El Colegio Nacional
