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sábado, noviembre 23, 2024

In memoriam, David Huerta

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A José Luis Dávila

 

El domingo por la tarde nos dimos cuenta que la tradicional marcha del 2 de octubre, del día que su enunciación provoca rememorar todo un año (Dixit, Volpi), se había manchado. El lunes por la mañana, busqué noticias y encontré que Periódico de poesía, publicó el dossier sobre Nueve años después, poema que David Huerta escribió sobre el Movimiento. Un rato después me enteré que había muerto, me avisó mi hijo.

Conocí a David, por mi amiga y maestra Lucía Álvarez (y lo hice como se debe conocer a un poeta, por sus libros), quien lo admiraba y yo con mi pedantería habitual, (le comenté que, en mi revista, Tierra prometida, imaginábamos un número sobre su padre Efraín Huerta, que por alguna razón nunca prosperó). No sé si me obsequió el recién publicado Incurable (1986), o me lo prestó, la realidad que es el volumen que ahora reviso es el de ella.

Sorprendido por la extensión del poema, le platiqué a mi hermano y coincidíamos que la noción de poema de largo aliento nos hacía pensar en Gorostiza o Paz, e Incurable, en cierta forma, era una propuesta diferente, profunda y diferente dentro de la poesía mexicana. No era un poema en prosa, era una fascinante arquitectura vesicular de más de trescientas páginas, (en aquellos años, Esquinca o Lumbreras practicaban las construcciones vesiculares en la llamada, mal, por cierto, prosa de Guadalajara). Mi hermano, me prestó, Cuaderno de noviembre y descubrí enseguida, un hermoso libro de poesía, confieso que Incurable siempre me pareció impresionante, más no danzante, hermético más que incurable, insondable, en el doble sentido de la palabra.

En Cuaderno de noviembre, lo primero que se evidencia, es la cercanía a Paz y, por ende, la lejanía, frente a su padre, uno de los grandes poetas de nuestra ciudad, una de las voces más poderosas de la calle, de la vida cotidiana, de la ciudad desgarrada en la que crecimos. Cuando entramos a las páginas del Cuaderno, aparece entre los versículos:

La crónica de lo que ha sucedido puede leerse en el poema que se llama hablar o conversar

A David, lo conocí en persona cuando Josu Landa nos conmovía con el maravilloso poema de Treno, la mujer que se fue con el viento (1996), en la Casa del poeta; desde ese día, comprobé que era un hombre generoso y con una memoria impresionante, amante de los poetas del Siglo de oro, era encantador con las formas poéticas, recitador de don Luis de Góngora y me reveló a quien consideró estaba muy presente en sus poemas, el marqués de Santillana.

Algún día al salir de una lectura, lo acerqué a su casa y en el viajé cometí una guarrada, hablamos de su padre y todo iba bien, hasta que, al despedirnos, le comenté que tenía poco de haber conocido a su madre y me referí a la poeta Thelma Nava, lo demás es historia.

Volviendo al presente, al enterarme de la noticia, abrí las páginas de algunos de sus libros, y recordé enseguida, que, gracias a él, había conocido poetas y amigos, en especial a Toño del Toro (qepd) y al joven Héctor Iván González, quién se integró al proyecto de Tierra prometida, siempre agudo y ávido de crecer. Al leer los comentarios en las redes, comprendí que David, aunque un genial poeta, siempre cargó el peso de ser hijo de un enorme poeta, un poeta callejero, un poeta crítico, no solo de la política, sino del statu quo de la República de las letras, cuando prologó la obra completa de su padre hubo muchos críticos, entre ellos su servidor, David nunca enraizó en la poderosa voz paterna, y en el fondo, aun sin decirlo abiertamente nunca se lo perdonamos, aunque respetamos su elección , la poesía es eso: una elección de vida.

Recuerdo cuando se publicó en La jornada, aquella carta donde el enorme Lezama Lima, amigo de su padre, hablaba de su poesía, creo de El jardín de la luz (1972), se ganó la envidia y el respeto de muchos de nosotros o cuando lo perfilaban como parte del inentendible neobarroco o neobarroso como algunos le llamaban, creo que David nunca anduvo por esos ríos. Su poesía nunca, pese a su capacidad metafórica, nunca rompió con las estructuras del lenguaje, para él la palabra era la reina, la palabra circulante no como un constructo sino como lama de lo que se debe decir.

Cuando llegué a Puebla, regresaba con frecuencia a la ciudad de México iba a decir, pero, regresaba a la casa del poeta para encontrarnos en una mesa y desde ahí con Eduardo Milán, Toño del Toro, Josu Landa, Eduardo Hurtado, recibíamos a poetas, yo aprendía de ellos y le comenté que realizábamos un homenaje al poeta Enrique Pimentel, David en seguida lo recordó y me comentó que Catacumbas (1984) era uno de los libros que él eligió para su publicación (desde la imprenta de la Buap), entonces entendí la enorme capacidad de lector y respeto por la poesía, al editar un libro que,en cierta manera era lo más alejado de su voz y lo más cercano en estos lares a la voz de su padre, Efraín Huerta.

David, nos relataba cómo escribía sobre los pliegos de la imprenta, su poema Incurable, como las imágenes, analogías, metáforas, nacían como caballos desbocados contra los enormes espacios blancos (permite ver su noción sobre el taller desde donde se arma lo que algún día leeremos), cómo veía su creación sobre un espejo, (que evoca inmediatamente a Contemporáneos y, en especial, a Gorostiza y Jorge Cuesta), y si bien ese espejo le permitía ver la mancha en que vivíamos, también sobre esa superficie circulaban sus construcciones poéticas, prístinas, claras, libres casi siempre de ideología, como si el mundo solo pudiera verse a través de un espejo. (Su poema a “Ayotzinapa” es un breve respiro aun dentro de su obra).

De Versión hablaré en otra ocasión, pero creo que cuando David nos dice que:

 

Yo aparecí en la sangre de octubre, mis manos estaban fúnebres de silencio

y tenía los ojos atados a una espesa oscuridad.

Era el espejo de la muerte lo que sobrevenía.

Pero la muerte había ya pasado con sus armaduras y sus instrumentos

por todos los rincones, por todo el aire abolido de la plaza.

Era el espejo de la muerte con sus reflejos de miedo

lo que nos daba sombra en una ciudad que era esta ciudad.

Y en la calle era posible ver cómo una mano se cerraba,

cómo sobrevenía un parpadeo, cómo se deslizaban los pies, con un silencio

espeso,

buscando una salida,

pero salidas no había: solamente había

una puerta enorme y abierta sobre los reinos del miedo.

 

Una puerta que se abrió un día (3 de octubre) después de lo que hace 54 años aconteció y o marcó a nuestro poeta, pese a las manchas y ahora, élcamina y espera parsimonioso otras versiones, otros espejos, algo que nos muestre la profundidad y nos abra la puerta de su mirada poética, que pase lo que pase, siempre será incurable.

 

Abrazo a Verónica Murguía de un lado al otro del mar. Deseo que la distancia nos dé el ancho para el abrazo que le debo. Me enteré por unas aves de atardecer en Madrid que con exactamente siete horas menos se iba de este mundo David Huerta. Ha muerto un poeta inmenso; es decir, hoy se apaga una estrella en algún pedazo del terciopelo del Universo, pues no solo hereda la grandeza de no pocos de sus poemas, sino el recuerdo intacto de una erudición absolutamente alejada de la pedantería. (Jorge F. Hernández, El País).

 

Adiós, Noé Jitrik 

Noé Jitrik (1928-2022) vivió en México durante su exilio de Argentina. Fueron los años en que México recibió a los perseguidos por la dictadura.

En la década de los cincuenta, formó parte de la Revista Contorno. Una generación

Su obra literaria, ensayística y teórica fue prolífica.

Llegó a México en 1974 donde dio clases en el Colegio de México, institución referente de la formación intelectual formada por la intelectualidad de otro exilio, del exilio republicano que le dio vida al Colegio de México.

A principios de los ochenta fue investigador invitado por la Universidad Autónoma de Puebla. Jitrik era visitante asiduo de Raúl Dorra, profesor e investigador de la BUAP y fundador de los estudios de semiótica en Puebla. Ambos fueron amigos desde su juventud intelectual en Argentina.

El 28 de julio del año 2000, el Consejo Universitario de la BUAP determinó otorgarle el Doctorado Honoris Causa a Jitrik.

En su discurso de recepción de esta distinción, Jitrik se refirió al concepto de la “corrupción de la escritura”.

“…es cuando un pensamiento poderoso y noble, dignificado además por su escritura, la gran expresión, aquello que los grandes maestros logran, lo que consiguieron Platón, Spinoza, Kant, Husserl, se rebaja poniéndose al servicio de una causa repulsiva, lo que no habría ocurrido con ninguna de ellos. ”

En la década de los noventa dejó México para regresar a Argentina.

Aunque sus primeros escritos fueron de poesía, su reconocimiento provino de su conocimiento y dominio del campo teórico de la lingüística y la literatura. Encabezó proyectos como la Historia Crítica de la Literatura Argentina, que consta de varios tomos.

Noé Jitrik murió este 6 de octubre a los 94 años de edad, en Pereira Colombia, a donde había acudido, reseña el periódico Página 12 de Argentina, a una conferencia. (Mario Martell).

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