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jueves, octubre 30, 2025

Lo que vendrá

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Me hallo en un momento en el que todo lo espero y nada ya me asombra. A lo largo del tiempo ocurren eventos que hacen de la piel una especie de fortaleza que funciona como un preventivo medicinal. Sin embargo a lo frágil de lo genético ―de lo biológico― le llegan sus huracanes. En efecto, muchas de esas situaciones se salen de su cauce, irremediablemente. Traigo a Vallejo: son los golpes “del odio de Dios”. O bien la clásica de Gustavo Adolfo Bécquer: “Cuando me lo contaron / Sentí el frío de una hoja de acero en las entrañas”.

Estoy tratando de organizar un epistolario que mantuve durante aproximadamente diez años con Arnoldo Kraus, a quien le debo un apunte por lo que de él aprendí. Me levanto de la mesa de un café y retomo la libreta en la que he anotado los nombres de aquellas personas de las que recibí lecciones nunca abandonadas: Alberto Huerta, escritor tan humano y admirable; mi hermano José de Jesús quien me dijo que los dragones no existían después de conducirme a su guarida (parafraseando la dedicatoria de Kan Kesey en Alguien voló sobre el nido del Cucu). Todas las tías pero no dejo de pensar en Victoria cuando de niño me tapaba los ojos con sus manos mientras me dejaba un billete en el bolsillo. Mi maestro Maurilo Barriga Gaona: “Tú no serás el caricaturista que piensas, escribe, mejor escribe”. Gratitud a Miguel Donoso Pareja: “No te quedes en los textos situacionales, las historias dan para más”; Félix Basurto: “Toma este prontuario de manual de estilo, ahí está la simbología, a practicar corre a tu casa, manito”. Gratitud al primer rector comunista que tuvo la BUAP, Sergio Flores Suárez y su enseñanza de lealtad hacia los demás.

Sé que habrá muchos y muchas más pero necesitaría el espacio de un libro.

Murió mi amigo Arnoldo Kraus. Se quedó inconcluso un borrador que él trabajaba sobre su proceso y experiencia ante la enfermedad. Trabajaba también un anteproyecto que deseaba llevar a la Cámara de Diputados sobre la muerte digna. Ya no se pudo.

Hace poco busqué a un tanatólogo franciscano, necesito de sus palabras: son bálsamo. Y ya no está más, se ha ido a buscar el sol al horizonte. ¿Y qué me queda? Esa sensación que sí tiene un sabor y un aroma: se llama incertidumbre. Pienso en lo que vendrá y entiendo que no se sabe: lo comprendo desde que perdí a mi primera mascota.

Los tiempos se acortan. Tengo tareas, promesas que habrá que cumplir. Objetivos que sólo en lo que vendrá podrán irse cubriendo. No sé que puede asomarse detrás de la bola de niebla. No sé más y no me gustaría saberlo. Vámonos ahora, se hace tarde. Se hace muy tarde.

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