El veintidós de octubre Yusvely Marianny, una joven de veinte años, decidió quitarse la vida arrojándose desde un puente peatonal, minutos antes publicó en sus redes sociales un mensaje de “despedida”, en el que daba a conocer que sufría abuso sexual por parte de su hermano.
Días más tarde (el veintiséis de octubre) en Santo Tomás Cahutla Mary Cruz de veinticinco años, se suicidó después de acabar con la vida de sus pequeños hijos.
Tan solo nueve días después de este trágico suceso, Hanna Fernanda Cervantes Cervantes, una joven activista trans y trabajadora de la Dirección de Diversidad de la Secretaria de Gobernación del Estado de Puebla, falleció dejando un mensaje en el que se destaca lo siguiente: “Hoy decido ya no continuar, a voluntad propia porque ya estoy cansada, estoy cansada de no ser la mejor persona, la mejor amiga, la mejor estudiante; la mejor trabajadora, la mejor hija…”
Los factores que pueden llevar a una persona a quitarse la vida son innumerables, pero creo que, los niveles tan elevados de violencia que actualmente sufre México, derivados de problemas como el crimen organizado, la desigualdad social, la impunidad y la falta de oportunidades, afectan gravemente la salud mental, principalmente de la gente joven.
Escuchar noticias de asesinatos, secuestros o desapariciones se ha vuelto algo cotidiano, el estrés que esto provoca puede ser poco visible, pero debilita la mente y el cuerpo, generando ansiedad, problemas de sueño, irritabilidad y disminución en el rendimiento escolar o laboral. Estar en estado continuo de alerta, tiene efectos negativos en la salud mental como volverse desconfiado, retraído o, adoptar conductas impulsivas y violentas como mecanismo de defensa.
Otro factor relevante en la actualidad, es el positivismo tóxico que podría definirse como la creencia de que la felicidad debe ser el estado permanente de las personas y que cualquier emoción negativa debe ser ignorada, minimizada o rechazada. En redes sociales, frases como “si lo deseas, lo conseguirás”, “sé agradecido, todo pasa por algo” o “no te quejes, hay gente peor” se han vuelto parte de un discurso que, bajo la apariencia de motivación, desacredita las emociones reales.
Para muchos jóvenes mexicanos, expresar tristeza, frustración o cansancio no solo es incómodo, sino también motivo de juicio. Hablar sobre salud mental aún arrastra estigmas y prejuicios culturales. “Ser fuerte”, “aguantar” y “no rendirse” son valores profundamente arraigados, que si bien pueden ser positivos en ciertos contextos, en exceso se convierten en barreras que impiden pedir ayuda.
Los tristes descensos de Yusvely Marianny, Mary Cuz y Hanna, son el reflejo de una crisis alarmante que no solo aqueja a Puebla, sino a todo el país, así como la urgente necesidad de implementar políticas públicas de salud mental accesibles, integrales y sostenibles.
Sin embargo, a pesar de la gravedad del problema en México se destina un porcentaje mínimo del presupuesto sanitario a la salud mental, y gran parte de esos recursos se concentra en hospitales psiquiátricos, dejando escaso apoyo para la prevención y la atención temprana.
La salud mental debe ser comprendida como parte integral del bienestar humano. No se trata únicamente de tratar trastornos, sino de construir entornos saludables donde las personas puedan desarrollarse emocionalmente, establecer vínculos seguros y enfrentar el estrés de forma adecuada.
Si tú o alguien que conoces está pasando por un momento difícil o pensando en hacerse daño puedes comunicarte a la Línea de la Vida: 800 911 2000 (gratuita y disponible 24/7). Y recuerda, hasta los crayones rotos pueden pintar un paisaje hermoso, ¡no estás solo, pedir ayuda es un acto de valentía!

