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jueves, noviembre 6, 2025

El campo mexicano: siete años de promesas y abandono

El campo mexicano: siete años de promesas y abandono

A siete años del inicio de la autodenominada Cuarta Transformación, el campo mexicano sigue esperando la justicia social que se le prometió. Los recientes bloqueos del Movimiento Nacional de Agricultores, que exigen el aumento del precio de garantía y apoyos frente al alza de los insumos, son apenas la expresión más visible del hartazgo acumulado. Detrás de cada protesta hay un reclamo histórico: el olvido institucional hacia quienes alimentan al país.

De acuerdo con los artículos 4º y 27 de la Constitución, el Estado mexicano tiene el deber de garantizar el derecho de toda persona a una alimentación suficiente y de promover el desarrollo rural sustentable para asegurar condiciones de vida digna a quienes trabajan la tierra. No obstante, la situación actual muestra un incumplimiento de ese mandato: de los 6.3 millones de mexicanos dedicados al sector primario —el 10.7 % de la fuerza laboral— la mayoría vive con carencias estructurales en crédito, infraestructura, agua y precios justos.

El campo mexicano enfrenta un escenario económico insostenible. El precio del diésel supera los 27 pesos por litro, a pesar de que el gobierno prometió mantenerlo en 20. Los fertilizantes escasean y su costo se ha duplicado desde 2020. Transportar una tonelada de maíz cuesta casi el doble que hace cinco años. Frente a ello, los productores exigen un precio de garantía de 7 pesos por kilo, mientras el gobierno federal mantiene su oferta en torno a los 6 pesos. Cada peso de diferencia define si un productor puede seguir sembrando o abandona la parcela.

La narrativa oficial de la “autosuficiencia alimentaria” contrasta con los hechos. México importa hoy más de 23 millones de toneladas de maíz al año, lo que representa casi la mitad del consumo nacional. Lejos de fortalecer la producción interna, la política agraria ha permitido la expansión de las grandes agroindustrias, mientras los pequeños productores —sin crédito ni protección frente al mercado— quedan a merced de intermediarios y deudas.

El abandono no es reciente, pero en este sexenio se ha profundizado. Los programas que antes daban cierta estabilidad, como Procampo, Apoyos a la Comercialización o Fideicomisos de Infraestructura Rural, desaparecieron o se redujeron drásticamente. Los recursos públicos se concentran en transferencias asistenciales que no generan productividad ni garantizan la continuidad del trabajo agrícola.

Desde la campaña presidencial, Claudia Sheinbaum prometió rescatar el campo con inversión, apoyo técnico y mejores precios para el maíz y otros granos básicos. A la fecha, los resultados son nulos. Las nuevas reglas de operación son más restrictivas y los recursos más escasos. El discurso oficial habla de un “nuevo modelo de desarrollo rural”, pero los campesinos siguen sin agua, sin crédito y sin rentabilidad.

La situación social del campo es alarmante. Los jóvenes migran hacia las ciudades o al norte; las comunidades envejecen; la producción de alimentos se concentra y la desigualdad territorial aumenta. El campo no solo pierde mano de obra, también pierde esperanza. Lo que alguna vez fue el corazón económico y cultural de México hoy sobrevive entre deudas, abandono y discursos vacíos.

El lema “primero los pobres” se ha convertido en una amarga ironía para los campesinos. En época electoral, los candidatos los visitan y prometen rescate; al día siguiente de la votación, vuelven a desaparecer. El resultado es una brecha cada vez más profunda entre el México urbano que consume y el México rural que produce, pero no recibe lo que merece.

Si el Estado no redefine su política agroalimentaria con una visión de justicia territorial, el país no solo perderá su soberanía alimentaria, sino también su identidad rural, su tejido comunitario y su equilibrio social. El campo mexicano no necesita discursos, sino inversión, precios justos y respeto. De lo contrario, seguiremos condenados a la paradoja de un país que presume transformación mientras abandona a quienes le dan de comer.

Nota bene: Algún día escuche a una gran mujer decirle a su esposo: “oye viejo, mejor deja de sembrar, o nos vamos a ir a la quiebra” nuestra realidad nos alcanza día a día, momento a momento y por ahora no se ve como haremos del campo nuestro proveedor de alimentos nacionales.

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