Nunca quise volver a poner un pie en aquella granja perdida entre los árboles, ese lugar al que todos llamaban Hinterkaifeck. La zona donde, seis meses después de irme, toda la familia fue asesinada.
Era la familia Gruber. Trabajé ahí todo lo que pude, pero cada noche, cuando caía la oscuridad, se escuchaban murmullos cuando nadie estaba ahí. Aunque lo que más me aterraba era el granero.
Las primeras señales aparecieron en invierno: había huellas en la nieve que se dirigían a la casa, pero no regresaban al bosque. Las observé una y otra vez desde la ventana, intentando convencerme de que eran mías o del viejo Andreas. Pero yo conocía bien ese camino: no pertenecían a ninguno de los inquilinos.
Con el paso de los meses, aquellos sonidos se volvieron más fuertes. Parecía que alguien caminaba. También aparecían objetos fuera de lugar, periódicos que nadie había comprado y la sensación persistente de que alguien nos observaba.
Me fui porque no soportaba el terror. Les mencioné que la casa estaba embrujada. Tiempo después, María Baumgartner llegó sin saber que su primer día de trabajo terminaría horas después.
El 31 de marzo, algo o alguien atrajo a Andreas, a su esposa, a Viktoria y a la pequeña Cäzilia hacia el granero, uno por uno. Allí los mataron con una azuela y los cuerpos quedaron apilados y cubiertos con paja. Josef, junto con la nueva criada, fue asesinado dentro de la casa, cada uno en su cama, sin saber siquiera lo que ocurría afuera.
Lo más inquietante fue lo que pasó después: el humo en la chimenea durante el fin de semana, la comida recién preparada, los animales alimentados, las vacas ordeñadas. Todo seguía “vivo”.
Cuando encontraron los cuerpos, los curiosos ya habían contaminado la escena, lo que dificultó cualquier resolución del caso. Las autopsias aportaron las pistas más sólidas: golpes en la cabeza, estrangulamiento en el caso de Viktoria, con sus propios mechones entre los dedos.
Los investigadores buscaron todas las explicaciones posibles: un robo frustrado, un crimen pasional, rumores del marido “muerto” que quizá nunca murió, soldados rusos, un panadero loco desaparecido, incluso extremistas políticos escondidos en el bosque.
Los años pasaron dejando solo teorías sin respuestas. Las evidencias se perdieron, los cráneos desaparecieron en la guerra y quienes pudieron haber hablado ya están bajo tierra.

