|Norma Ávila Jiménez*
En una parte de su poema Piedras antárticas, Pablo Neruda afirma: “Allí termina todo y no termina: allí comienza todo”. Porque quien ha estado en ese continente, además de sentir los helados vientos en el rostro, se percibe a sí mismo en el fin del mundo y, al mismo tiempo, está consciente de que en ese gran macizo de tierra helada comienzan ciclos de vida animal y vegetal, se originan corrientes marinas y aéreas, así como emisión de gases. Lo que sucede en este punto-origen repercute en el resto del mundo y viceversa.
Este continente de 14 millones de kilómetros cuadrados (es más grande que Europa), está rodeado por 42 barreras que de alguna manera lo custodian. Entre estas destaca la de Ross, que tanto impresionó al noruego Roald Amundsen y a su tripulación por la altura de sus enormes paredes de hielo, pues alcanzan entre 15 y 50 metros, bloques que los maravillaron meses antes de conquistar el Polo Sur, en 1911. Esa barrera “es un gigantesco trabajo de la naturaleza”, escribió este explorador en su diario. En un futuro ¿esas grandes paredes de hielo disminuirán su tamaño?
La Antártida, espacio prístino a veces silente, a veces silbante, desde hace algunas décadas sufre las consecuencias del cambio climático global.
La maestra Ximena Vega Aguilar, integrante de la Agencia Mexicana de Estudios Antárticos (AMEA) subraya la impresión que le causó en 2020 observar cómo el glaciar Lange –localizado en la isla Rey Jorge– estaba totalmente oscuro, casi negro. “En 2019 fui con el doctor Carlos Cárdenas para hacer mediciones sobre el volumen de este glaciar y estaba blanco, cubierto de nieve. Cuando regresé, después de un año, me di cuenta de la velocidad de avance del deshielo: el impacto fue tremendo”.
Los glaciares (masas de hielo y nieve formadas en la superficie terrestre por acumulación y compactación) dsempeñan un papel muy importante para mantener el equilibrio energético, explica Vega Aguilar. Sus superficies blancas funcionan como espejos gigantescos que reflejan “muchísima radiación solar de vuelta hacia el espacio. La nieve fresca refleja hasta el 90 por ciento de la luz solar. Sin estos reflectores la Tierra se calentará aún más”.
En el artículo publicado en 2021 Estudio del glaciar Lange y su impacto debido al aumento de temperatura en la Bahía Almirantazgo, Isla Rey Jorge, Antártica, escrito por Diego Mojica y un equipo de especialistas, los investigadores indican que “casi todos los glaciares del mundo se han reducido continuamente desde finales de los ochenta”. Esa pérdida de masa ha contribuido al aumento del nivel del mar. Apuntan como ejemplo lo que está sucediendo con el glaciar Thwaites, uno de los más grandes del séptimo continente: “Se está derritiendo porque el agua debajo del glaciar está dos grados por encima del punto de congelación, lo que podría elevar el nivel del mar más de medio metro”, punto importante a considerar, ya que Thwaites está cerca de la península antártica.
El cambio de color de blanco a casi negro de Lange llevó a Ximena a interesarse en estudiar el color de los glaciares. Con ayuda de imágenes obtenidas por satélites, ha observado que en la citada península estas montañas de hielo presentan “parches” de tono verde, rojo, marrón y café, resultantes de colonias de microalgas de nieve y otras partículas como el polvo. Esos cambios en las superficies tienen implicaciones en cuanto a la efectividad en la reflexión de la luz solar.
El Ártico presenta el mismo problema. La integrante de AMEA realiza estudios en el archipiélago de Svalbard, Noruega, en donde, junto con otros especialistas, ha detectado zonas oscuras en los glaciares, resultado de aglomeraciones de polvo, microorganismos, hongos, y microalgas. Además, puntualizó, en el sudoeste de Groenlandia hay una zona que se está oscureciendo de forma dramática. Por lo tanto, los glaciares absorben más calor y en consecuencia se incrementa la velocidad de su derretimiento. “La cantidad de gases de efecto invernadero –como el bióxido de carbono– inyectados en la atmósfera por la actividad humana, indudablemente ha generado la situación actual”.
Vega Aguilar analiza lo que sucede con el material arrastrado por el deshielo de esas moles hacia los sistemas marinos, lo cual provoca cambios físicos y químicos en la fauna y flora de esos ecosistemas. Esto puede disparar bióxido de carbono a la atmósfera, en lugar de absorberlo.
Para contribuir a la búsqueda de soluciones, recientemente la Agencia Mexicana de Estudios Antárticos y la Fundación México-Estados Unidos para la Ciencia suscribieron un memorándum de entendimiento a fin de colaborar con el programa Antártico de los Estados Unidos, dirigido por la National Science Foundation (NSF). Las partes están interesadas en codesarrollar un programa antártico mexicano, subrayó el doctor Pablo Torres Lepe, presidente de la AMEA.
Estas colaboraciones internacionales apoyan el avance de la ciencia, como es posible constatar con el taller que hace unos meses organizó la NSF. Con la participación de investigadores de diversos países se trataron temas relativos a la instrumentación de drones o de sensores remotos utilizados en mediciones climatológicas, dirigidos al seguimiento de mamíferos o para estudiar sus composiciones genéticas, entre otros usos. Torres Lepe, quien participó en este taller, señaló que la firma del memorándum citado podría facilitar que expertos de la NSF interaccionen con científicos mexicanos con objeto de intercambiar información sobre el uso de esos instrumentos para las investigaciones antárticas.
Asimismo, el presidente de la AMEA explicó que en el taller también se discutió cómo homogeneizar los datos captados a través de los sensores. El objetivo es que cualquier investigador tenga acceso a estos y los interprete de la misma manera que otros estudiosos del tema. Para ello se requiere desarrollar un sistema, un método para procesar de manera similar la información obtenida con los sensores.
El polo magnético del gigante blanco siempre atrae la atención de científicos, políticos, legos y artistas. Por ello Miroslav Srnka montó Polo Sur, estrenada en 2016 por la Ópera Estatal Bávara de Munich, y Espen Sandberg dirigió la película Amundsen, llevada a las salas cinematográficas en 2019. En ambas se representa la dramática carrera entre el citado noruego Amundsen y el británico Robert Scott por llegar al punto más austral de la Tierra. Hoy se libra otra dramática batalla: la búsqueda de soluciones para ralentizar el calentamiento global.