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jueves, noviembre 21, 2024

El camino de los muertos

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Gerardo Herrera Corral*

Una vez que los signos vitales desaparecen el cadáver inicia un proceso de descomposición que será largo. La sentencia bíblica, en Genesis 3:19, es inevitable y contundente: “Con el sudor de tu frente comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra porque de ella fuiste tomado: polvo eres y en polvo te convertirás”.

El camino que nos conduce al irrevocable cumplimiento del mandato divino comienza con la visita de un díptero peculiar: la Musca Curtonevra, que deposita sus huevecillos en las fosas nasales y en el ángulo interno de los ojos. Hay quien dice que el insecto se adelanta presagiando el deceso como para darle prisa a su ominosa tarea, pero los expertos opinan que eso podría ocurrir solo excepcionalmente en tejidos necróticos de heridas abiertas. Las larvas penetrarán los epitelios más frágiles para destruir la delgada urdimbre ya pálida y traslúcida.

A medida que la descomposición avanza otras especies hacen acto de presencia en una sucesión luctuosa y regular. Generaciones de ácaros e insectos tomaran cuenta de un cadáver abandonado a la intemperie. Gusanos, bacterias e infinidad de microbios esperan pacientes a que sus colaboradores hayan consumido lo que les es dado a medida que las sustancias se adecuan a su gusto y necesidad. La naturaleza es oportunista también con los muertos.

William-Adolphe Bouguereau, Igualdad ante la muerte. Óleo sobre tela. 1848. Museo d´Orsay, París.

A mediados del siglo XIX se comenzó a usar la entomología para determinar la fecha de muerte cuando por alguna razón el cuerpo había permanecido expuesto durante algún tiempo.

A la Calliphora vomitoria se la encuentra en todos los continentes; es un poco mayor que la mosca común y se la identifica por su cuerpo azulado brillante. La ciencia forense considera que este insecto no vuela por la noche de manera que ignora la presencia del cadáver en la oscuridad y solo depositará sus huevos en el día para contribuir en la descomposición de los muertos. Puede resultar chocante, pero su nombre significa: “portadora de belleza”; y ¿por qué no? dirían los defensores del insecto coprófago cuando ven sus ojos de un color granate intenso.

Mientras las moscas incursionan desde fuera, el cadáver se descompone desde dentro con la acción combinada de bacterias y de los jugos digestivos que las larvas producen.

En un par de meses las moscas habrán terminado su trabajo y serán reemplazadas por escarabajos del género Dermestes. Este coleóptero es tan eficiente en su tarea que ha sido empleado para limpiar huesos en muestras que serán expuestas para exhibición en museos. Su meticulosa labor es reconocida con inocencia por visitantes que admiran la pulcritud sin conocer la técnica que la produce. Los despojos de la muerte pueden alcanzar niveles de limpieza asombrosos.

Calliphora vomitoria.

La Aglossa pinguinalis son pequeñas mariposas parecidas a las polillas. Sus alas de color pardo negruzco también pueden ser grises con marcas negras, de manera que este lepidóptero parece estar vestido de luto y siempre listo para las exequias de los olvidados. Se resguarda en los rincones oscuros durante el día para salir por la noche a buscar donde hundir su espiritrompa. Liba con apetito fúnebre los untos cadavéricos para luego verse atraída por las luces artificiales donde revolotea sin cansancio hasta altas horas de la noche. La licuefacción de los restos se convierte en asiento de la fermentación que desprende olor amoniacal.

La lista de insectos que acuden es larga. Cuando el cuerpo contiene aún un poco de humedad es el momento de los ácaros que acaban con lo que queda de sangre. Algunos se pegan a las patas de las moscas para ser transportados a otra fuente de alimento cuando ya todo parece haber sido consumido. Sin este artificio de locomoción serían incapaces de llegar al próximo domicilio.

Las orugas Aglossa Cuprealis y Tineola bisellelia intervienen formando parte de alguna de las muchas cuadrillas de trabajadores de la muerte.

El estudio de la sucesión depende de las regiones geográficas, de la época del año y de las circunstancias del deceso. Los especialistas estudian con denuedo las costumbres de esta fauna porque la información encriptada en su coreografía contiene las claves para resolver un juicio, para llenar el vacío que se produce entre los parientes más cercanos del difunto que quieren conocer los detalles del final o para entender los entresijos en la manera como nos despedimos del mundo de los vivos.

Repugnantes quizá, pero ninguno de estos obreros en la desgracia es asesino, casi nunca matan, cuidan a su prole como los que más y desempeñan un servicio indispensable en la naturaleza.

El ejército de carroñeros que son objeto del desprecio generalizado está formado, sin embargo, por los últimos y más leales compañeros, aparecerán sin falta cuando todos se hayan ido y se opondrán al olvido desinteresado. Sacarán lo mejor donde todos creen que ya no hay nada y convertirán en vida lo que pensamos que era muerte.

Cabeza de Juan Bautista. Probablemente del norte de Italia. Hacia 1550-1600. Museo de Louvre, París.
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