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martes, diciembre 3, 2024

Apología a la enseñanza de la poesía

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En memoria del Dr. Aurelio González Pérez  

 

|Gabriel Burgos*

La poesía está rodeada de mitos y malas prácticas que en muchas ocasiones la convierten en algo lejano y místico, accesible sólo para unos pocos elegidos por las musas y los amantes de un amplio léxico y sensibilidad estética… y ese problema es de los más complicados que enfrentamos los docentes de lengua y literatura cuando enseñamos este tema a nuestros grupos.  

Nadie puede enseñar algo que no comprende y, aunque parece una obviedad, me temo que no es tan sencillo notarla cuando se trata de la poesía; es cómodo apelar a la interpretación y el sentimiento que despierta (o no) un poema para partir de ahí y meter con calzador las figuras poéticas y ubicarlas en el texto, pero eso no es suficiente y lo aprendí de la mano del Dr. Aurelio González Pérez.  

En sus clases las indicaciones eran claras y sencillas, pero uno no podía dimensionarlas hasta ponerlas en práctica –lee el poema respetando los signos de puntuación y sin correr, no, no, no ¿por qué metes una pausa al final del verso si no hay una coma ahí?, empieza de nuevo y pronuncia como hablas…–; uno pasaba dos horas haciendo el mismo ejercicio verso tras verso: separación silábica, marcar acentos, buscar el ritmo, señalar rimas y hacer la interpretación sin sobreinterpretar. Aún ahora no dejo de sorprenderme de la rigurosidad de sus análisis y cómo nos hacía observar el cambio de significado de aun (incluso) contra aún (todavía) en un verso.  

El análisis del soneto XIII de Garcilaso de la Vega nos tomó tres semanas terminarlo y mientras nosotros nos devanábamos los sesos por lograr lo que el Dr. Aurelio pedía, él se reía de nuestros errores y luego nos instaba a hacerlo de nuevo. Cualquiera podría pensar que había una mofa en esa risa y al momento no niego haber sentido vergüenza por eso, pero con el tiempo todos en el grupo nos dimos cuenta de la calidez en su voz y la paciencia que había tras esa risa. Apología a la enseñanza de la poesía  

La indicación más sencilla de todas fue la que más nos costó cumplir –para la próxima semana traigan leída la obra de Garcilaso de la Vega– y no faltó el ingenuo que preguntó ¿qué debemos leer de su obra?, el Dr. Aurelio volteó de nuevo a vernos y, con una risa, antes de salir del salón respondió ¿Qué parte de lean la obra de Garcilaso no se entendió? Es obvio que deben leer todo. El silencio llenó el salón mientras todos pensábamos lo mismo: es imposible leerlo completo para como lo pide.  

En ese semestre siempre estuvimos en estado de alerta, ya fuese una duda o una respuesta a sus preguntas, hablar de forma precisa y sin ambigüedades era indispensable para él, –serán profesionales de la lengua ¿cómo pretenden hacerlo si no se dan a entender?, y de nuevo su risa franca–. Leer las obras completas, buscar y conocer el contexto histórico, político y literario del Siglo de Oro y sus autores, buscar las ediciones en el español de su época y cuestionarlo todo por muy obvia que pudiese parecer la respuesta.  

Ha pasado más de una década desde que tomé mi última clase con él y a la distancia puedo entender el porqué de su método, veo los alcances de su enseñanza, todo lo que no entendía de la poesía y me hacía mantenerme alejado de ella estaba en la ignorancia y el prejuicio contra su lectura. Bastó un semestre para abrirme el alma y abrazar a la poesía como lector.  

Ahora, cuando un alumno me pregunta con justa razón por qué debe leer poesía si no se va a dedicar a eso, tengo conmigo las enseñanzas del Dr. Aurelio González Pérez y recuerdo las sensaciones que con su guía y ayuda descubrí al leer a los autores del Siglo de Oro –sé que no te vas a dedicar a la poesía y quizás no vuelvas a leer un poema cuando te gradúes, pero aprenderlo vale la pena porque te permite conectarte y entender los miedos, pasiones, odios, amores y esperanzas que los hombres y mujeres que nos precedieron vivieron y nos dejaron como legado en sus obras, la poesía nos conecta con lo humano a nivel espiritual y esa sensación vale la pena–, y entonces le sonrío.  

 

Sobre El Tasso en prisión de Eugène Delacroix  

CHARLES BAUDELAIRE 

El poeta en el calabozo, desaliñado, enfermizo,  

Virando un manuscrito bajo su pie convulso,  

Media una mirada que el terror inflama  

escalera del vértigo donde se abisma el alma. Las risas embriagantes que colman la prisión  

Entre lo extraño y lo absurdo provocan la razón;  

La Duda lo rodea y el ridículo Miedo  

Horrendo y multiforme, corre a su alrededor.  

Este genio encerrado en un tabuco enclenque,  

Esas muecas, esos gritos, esos espectros que enjambre  

arremolina, y precipita detrás de sus oídos,  

Este soñador que el horror de su hogar despierta,  

¡He aquí tu insignia! Alma de los sueños obscuros, ¡Que lo Real la asfixie entre sus cuatro muros! 

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