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viernes, abril 26, 2024

Salve, Marilyn

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Cuando ELLA murió, le preguntaron a Arthur Miller por qué no había asistido al funeral.  

El contestó: ¿para qué iba a ir si ELLA ya no estaba ahí? 

 

Vi el documental de las grabaciones perdidas de Marilyn Monroe y recordé que tres días antes había escrito una columna sobre el icónico vestido que usó para cantarle el Happy Birthday a JF Kennedy, el mismo que se puso la semana pasada Kim Kardashian para asistir a la gala del MET. 

Imagino el peso del vestido, no en gramaje, más bien en simbolismo.  

La Kardashian tuvo que enflacar siete kilos para que le cerrara, sin embargo, mucho creemos que nadaba dentro de él. Le quedó enorme pese a sus turgencias.  

El documental llega a la conclusión de siempre: que no se puede saber si la asesinaron, pero que más bien parece que fue un pasón de pastillas, pero que, sin duda, una vez muerta la mafia metió las manos para ocultar asuntos relacionados con los Kennedy.  

Marilyn Sabía demasiado.  

Como todas las amantes lo saben.  

Y ese es, a la larga, y en un sistema como el nuestro, la ruta más segura hacia la fatalidad. 

La gala del aniversario del presidente fue apenas unas semanas antes de que la encontraran muerta, y si nos clavamos bien en las expresiones de Monroe, se nota un extraño nerviosismo en ella. No por las miradas de los otros (casi todo el mundo) sino por lo que significaba estar ahí, parada, a la merced de los lobos. Ejecutando una suerte casi kamikaze. Sin pena, aunque con miedo.  

Para ese momento no tenía ese candor mitad inocente, mitad erótico de sus primeros años como actriz.  

Dimaggio la había desquiciado, cosa comprensible si se llega a la conclusión que el señor podría haber sido el mejor beisbolista de su época, sin embargo, ya sabemos lo que traen en la cabeza los deportistas de altísimo rendimiento. Poca cosa.  

Y a la rubia más famosa del planeta le interesaron otras cosas una vez que llegó a ser el pináculo de la sensualidad.  

Marilyn necesitaba crecer intelectualmente, dejar de ser sólo un bulto hermoso, y se casó con Arthur Miller.  

Se puso a leer, a estudiar con Strasberg, a tomarse a ella misma un poco más enserio.  

Si la vida la había llevado a reinventarse como un sex symbol hasta llegar a ser la mujer más conocida del planeta (y más deseada y venerada por hombres y mujeres) después de haber tenido un infancia jodida, huérfana y llena de abusos, Miller se le presentó como la oportunidad de cerrar la pinza y dejar de ser sólo (que no era poco) la rubia que se divertía más.  

Dice un conocido, y dice bien, que en la peda pasan cosas.  

Y así es; en la borrachera y en la vida misma, las mujeres que aprenden a explotar su capital sexual llegan a un momento  en el que ser el objeto del deseo ya no las satisface. Más bien hiere y confunde.  

Marilyn fue la máster de las vampiresas sin serlo del todo, de otra manera, no hubiera terminado así sus días.  

El problema, repito, es que cuando una mujer sabe demasiado se transforma en una amenaza.  

Y el poder no quiere verse nunca amenazado.  

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