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sábado, abril 27, 2024

La luna, la montaña… dos condenas

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Cuando Niel Armstrong, Michael Collins y Buzz Aldrin llegaron a la luna, no sabían que, al regresar, pasarían por una serie de trastornos físicos y mentales.

El 20 de julio de 1969 se convirtieron en los primeros seres humanos en pisar nuestro satélite, y dar pasos (flotantes) fuera de la tierra. Un evento, claro, memorable, pero sin duda, también traumático.

La inmensidad del espacio, el silencio macabro y la más grande de las soledades tinn, por fuerza, que cobrar una factura a reditos exponenciales.

Regresaron siendo héroes: fueron a la Casa Blanca y a Bukingham, con la reina.

El mundo los miraba como verdaderos semidioses; se volvieron, obviamene, los personajes más perseguidos para dar entrevistas. Todos querían saber qué pasaba ahí fuera…

Pero una vez que, literalmente, pusieron los pies en la tierra, ¿qué otra cosa más grande que aquella hazaña podían esperar en la vida?

¿Cómo supera la mente un suceso así?

¿Qué metas se pueden tener más allá de la luna?

Por sus propias bocas, y por rumores de sus cercanos, se supo que la experiencia acabó por rebasarlos. No podemos decir que quedaro locos, pero sí tocados.

¿Qué emoción puede superar el hecho d haber estado fuera del mundo? ¿Cómo regresas a la normalidad?

Supongo que todo se convierte en algo tan ordinario, tan común: tu casa, tu trabajo en la empresa, tu esposa…

La ansiedad no es otra cosa que el exceso de futuro en la mente; ahora bien: ¿qué te queda cuando el futuro al que aspiras ya no te volverá a dar un golpe de adrenalina como el que estos hombres vivieron?

Queda el vacío.

Un agujero negro que succiona todo lo que pasa junto a él hacia su ignoto centro.

Este custionamiento me hice luego de ver la excepcional película “La Sociedad de la nieve”, de Juan Antonio Bayona, que trata sobre la ya muy contada historia de los 16 jugadores uruguayos de rugby que en 1972 sobrevivieron 72 días en Los Andes, en condiciones infrahumanas tras estrellarse el avión en el que viajaban hacia Chile.

Del filme no puedo más que decir que Bayona es un maestro de la tensión, uno de esos directores escrupulosos que cuida todo los detalles; desde el casting (que es una locura de lo parecidos que son los actores a los personajes reales), la fotografía, y hasta la manera en la que es capaz de contagiarte en frío, el habre, la sed, la desazón, la angustia, el vértigo y el miedo.

Volver a poner en escena este drama era un riesgo por lo manoseado que ha sido durante años, sin embargo, vale absolutamente la pena vivir-sufrir las dos horas y media de la película porque Bayona es un gran narrador visual.

A terminar de ver La sociedad de la nieve, recorrí el Youtube en busca de las impresiones de los sexagenarios sobrevivientes. Hay muchas entrevistas, mesas de discusión y clips cortos en los que, por supuesto, no hablan de otra cosa más que de su muerte y resurrección.

Ni los entrevistadores ni los productores de programas abundan en la vida de los 16 después de que los rescataran –y hasta los acribillaran moralmente– por haber recurrido al canibalismo (carajo, de qué otra manera podrían haberlo logrado si a esa altitud sólo hay nieve y piedra)…

Se puede sumir que alguno es médico, otro aboado, todos padres, abuelos y buenos cristianos, pero, ¿y qué más?

Ufff.

Finalmente, al haber transitado por un suceso tan extraordinario como el salir de Los Andes, se vieron condenados –como los tripulantes del Apollo XI– a vivir atados al recuerdo de un evento de magnitudes colosales.

A una nieve permanente.

Al vacío vertiginoso del blanco.

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