La madrugada del 21 de abril, el corazón de la Iglesia Católica, aquel que durante poco más de 12 años latió con fuerza desde la Argentina, se detuvo en silencio. Jorge Mario Bergoglio, el sacerdote jesuita que eligió el nombre de un santo humilde y predicó con su ejemplo, emprendió su último viaje.
“Un político con sotana”, dice sobre él Federico Rivas Molina para El País, al recordar su etapa como arzobispo de Buenos Aires: un hombre austero, metódico y profundamente estratégico que cocinaba para sí mismo y viajaba en colectivo.
Aunque sin duda deja un profundo vacío en millones de feligreses que lloran su partida en la Plaza de San Pedro, Bergoglio también deja un importante legado de reconstrucción de la Iglesia católica. Y es que Francisco no fue un Papa más, sino un hombre sencillo, un sacerdote del pueblo que entendió el lenguaje de la calle –e incluso de las canchas– y lo tradujo al idioma de la compasión y el perdón.
Nos recordó que la Iglesia no es un palacio, sino una guarida de esperanza. Una vez que llegó, identificó las grietas abiertas en los fríos muros del Vaticano, desde donde comenzó a tender puentes para invitar a pasar a los marginados, a los olvidados, a quienes se toparon con las paredes de la injusticia, la indiferencia y la desigualdad.
En su autobiografía, Esperanza, el Pontífice compartió también uno de sus últimos deseos, que curiosamente se relacionaba con su muerte, petición que ahora será cumplida a cabalidad por los cardenales encargados de llevarlo a la edificación más sencilla: Santa María la Mayor, su última morada.
“El Vaticano es la casa de mi último servicio, no la de la eternidad”, escribió el Papa, refiriéndose a su decisión de no ser enterrado en San Pedro, sino cerca de la Reina de la Paz, en una tumba humilde. También pidió: “Nada de catafalco, ninguna ceremonia para el cierre del ataúd. Con dignidad, pero como todo cristiano”. Y en un susurro íntimo al Señor, confesó: “Me da bastante miedo el dolor físico… Así que, por favor, que no me haga mucho daño.”
Con un suplemento, nos despedimos del papa Francisco, el constructor de una fe más abierta, el hombre que con su humildad y una visión transformadora, allanó el camino hacia una comunidad más fraterna y más humana.