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jueves, noviembre 21, 2024

Reminiscencias del todos santos

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En la sierra norte de Puebla y en varios poblados del estado, se tiene la ancestral creencia que en la época de TODOS SANTOS las personas que fallecieron retornan a los hogares donde estuvieron, ya sea por tener algunos pendientes que cubrir o por una visita de cortesía que todo mundo agradece. Por ello es que en los grandes altares se coloca precisamente lo que más les agradaba.  

Este escribano fiel creyente de tal aseveración percibió como una persona icónica en Xicotepec y sus alrededores vino para visitar a sus familiares, su espíritu campante recorrió todos los lugares que pisó. El un tipo alto robusto, ataviado siempre con un chaleco y una inconfundible gorra tripulando un también icónico jeep recorrió todos estos lugares. EL TIO BERNA /hermano de mi mamá/. Una persona que a todo mundo caía bien, con quienes más tenía cercanía como es el caso de quien teclea esta nota fue sin duda alguna una persona que sembró saberes y deberes. Recuerdo cuando de adolescente mi mamá me envío con él, para que me llevara a los establos y viera como se gana la vida. Y sí que dio resultados, como resultados dio con LEONEL Y ORSUE, mis hijos a quienes llevaba a los mismos sitios, pero para que soltaran la lengua decía. Y como no si a su ano medio y dos respectivamente retornaban sudorosos, enlodados (mecos decían) y al entrar a casa les pedía: díganle a su papa que aprendieron y al unísono expresaban VACAS HIJAS DE LA CHINGADA… 

En ese tenor y con la circunstancia sabia de la vida me encuentro con una escritora familiar cercanísima del TIO BERNA a quien le dedicó el siguiente texto: 

El Machero. 

Don Berna, mi abuelo, pasaba la mayor parte de su tiempo en el machero, ahí donde llegaban a ordeñar las vacas y guardaban las yeguas, siempre estaba picando zacate o pencas de plátano, arreglando y construyendo nuevos corrales. “¡Minga! ¡Morena!” gritaba mientras les chiflaba de una forma particular indicándoles que era hora de que dejaran de pastar. Papá Eto, como todos le decíamos, era muy querido por sus animales, desde los pequeños pollitos hasta el cotorro que tenía. Solo con él los perros dejaban de lado su bravura y se volvían dóciles, eran sus fieles compañeros que incluso cuando tenía que ir a la huerta iban corriendo detrás de él. 

Los años pasaban, pero mi abuelo no dejaba que la edad evitará que siguiera arreglando su machero, siempre encontraba algo nuevo que hacer; mandaba a mis tíos, los más chicos a ayudarle, aunque pusieran mala cara él siempre se divertía, “Rápido y de buen modo”, les gritaba mientras los miraba. “Yo estoy aquí dirigiendo la obra” respondía cuando llegaba a saludarlo preguntándole que es lo que hacía. Cuando su labor terminaba se queda un rato mirando aquellos corrales, compartiendo tiempo con las yeguas, les daba una caricia y regresaba a la cabaña a comer o tomar café con pan. Las veces que no lo encontrábamos en el machero era seguro que lo haríamos en el vivero de café y entre sus cultivos de maíz.  

Su rutina seguía siendo la misma, se despertaba temprano para ordeñar las vacas y una que otra vez me dejaba acompañarlo, tomaba café y en seguida se ponía a trabajar. La época favorita de don Berna era el día de muertos, él mismo salía a buscar las varas de trueno para formar los arcos en el altar, nos ponía a todos a trabajar. Se paseaba por la casa viendo lo que hacíamos, desde las mujeres que agarraban a los pollos y los desplumaban, hasta a los más pequeños que le quitaban los pétalos al cempasúchil para armar el camino, cuando veía algún hombre en la cocina gritaba “Ya estás de María” y se echaba a reír. Al finalizar los días de trabajo se quedaba observando cada detalle del altar un par de minutos, para después salir rumbo al machero. 

Hasta que pasó lo que nadie imaginó, cayó enfermo en cama. El tiempo pasaba y su enfermedad lo consumía poco a poco hasta que le quitó la vida. Después del velorio todos seguían sus rutinas normales, atendiendo pendientes que mi abuelo había dejado, olvidándose por completo de los animales, quienes lentamente iban decayendo al no verlo. Y su machero se iba deteriorando al no darle el mismo cuidado que él le daba. 

El primer noviembre, después de fallecer, transcurrió con normalidad a excepción de la evidente falta de presencia del abuelo Berna. El segundo día nos quedamos hasta tarde para hacer un rosario en su memoria, el clima era frío y la neblina comenzaba a bajar, terminamos el rosario, esperamos un rato más para tomar café. Cuando estaban todos en la mesa hablaban sobre lo mucho que les hacía falta y una que otra anécdota con papá Eto. Yo miraba las velas que estaban en el altar y sobresalía la flama de una, no pude evitar pensar en que era el espíritu de mi abuelo. Seguí observando, poco a poco aquel resplandor iba haciéndose más pequeño. Durante la plática que tenían un silencio se formó, seguido de eso las yeguas comenzaron a relinchar y la vaca a mugir, rápidamente salimos a ver quién estaba alterando a los animales tan noche, teníamos miedo de que fuera algún conocido que quisiera robarnos, pues ni siquiera los perros más bravos habían hecho escándalo. 

Al salir de la cabaña, la neblina limitaba mucho la vista, así que lo único que se podía distinguir era la luz encendida, mis tíos iban acercándose cada vez más para golpear a aquel intruso. Regresaron un par de minutos después, pálidos, afirmando que no había nadie en aquel machero, contaron que antes de llegar pudieron ver la sombra de un hombre alto, robusto, usando un chaleco y una gorra parado enfrente de donde picaban el zacate para la vaca, pero que en cuanto pisaron el establo desapareció. Todo estaba en perfecto orden y las yeguas no se veían asustadas, más bien parecía que estaban tranquilas. 

Lo que había sucedido aquella noche, nos puso a todos a reflexionar, pues en la mañana siguiente platicando de lo ocurrido la noche anterior concluyeron que se trataba de don Berna yendo a ver a sus animales antes de volver de nuevo al plano espiritual, algunas lágrimas se hicieron presentes, pues él no había podido despedirse de lo que toda su vida había cuidado. 

Desde que sucedió aquel incidente en el machero, cada que comienza la celebración del Día de Muertos se hace un recorrido con el sochijarro lleno de copal, por los lugares donde le gustaría volver a visitar a mi abuelo Berna, empezando por las habitaciones de la casa, pasando por el brasero, el vivero y finalizando en el machero, donde tenemos por seguro que los días en los que regresaba, se la pasa viendo cómo crecer a los animales que crió, pues al finalizar el día dos de noviembre se vuelve a escuchar a las yeguas relinchar y a la vaca Miga mugir, indicando que de nuevo don Berna ya está por partir. 

Ilsi Guzman 

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