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jueves, marzo 28, 2024

Las benditas avionetas

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He abordado algunos temas que tienen que ver con las vivencias en nuestra querida Sierra Norte de Puebla y quienes me han leído han comentado que agotemos las que se tengan en la memoria, para también desde estas líneas invitar a los coterráneos a rememorar juntos esos grandes pasajes que se vivieron. Hoy elegí el tema de las avionetas, analizadas no desde el punto de vista urbano o de aquellas que sirvieron y sirven hasta la fecha a empresarios, políticos, etc. El relato de hoy tiene que ver con el servicio que éstas prestaron cuando en los pueblos no había accesos más que a pie o a caballo. Las jornadas para salir a la urbanidad eran de uno o mas días. Se complicaban las situaciones para sacar la cosecha (café, maíz, etc.) o para atender enfermos o mujeres embarazadas —habrá incluso que abordar el tema de las parteras quienes jugaron una posición importante en estos casos—.

Aparecieron las benditas avionetas e iniciaron a transportar a pasajeros desde los sitios más recónditos desafiando el clima —sobre todo—, no menos riesgoso eran los aterrizajes y despejes en los campos improvisados para su viaje. Las pistas de aterrizaje fueron hechas al vapor, unas eran espacios que servían para pastar al ganado y cuando se escuchaba el zumbido de la avioneta los habitantes cercanos acudían a “espantar” a las vacas para que dieran paso al aterrizaje. Había campos que o volaba la avioneta…o volaba. El declive era tan impresionante que de no salir irremediablemente irían a caer al vacío. Hubo campos de aviación habilitados para este fin en La Ceiba y en Poza Rica, las que hacían el servicio de La Ceiba eran las legendarias PIPER, y las que partían de Poza Rica eran ya Cessna.

Los que pesaban el equipaje fueron personajes icónicos, claro está que los intrépidos pilotos lo fueron y mucho más. Algunos ya tenían varias horas de vuelo; sin embargo, entrar en la sierra siempre fue otra cosa. Desde luego que tenían un doble sentido de intuición, debido a que a algunas avionetas ya no todos los relojes del tablero le funcionaban; con todo y ello lograban llegar a su cometido. Menciono a los pesadores del equipaje porque nunca entendí cual era el motivo, ya que al final la avioneta iba cargada al máximo; hay que mencionar de manera especial los asientos, estos eran de madera similares a los cuartillos con los que se medían el maíz o el frijol en los tianguis.

Pude recopilar experiencias de los extrabajadores del Instituto Mexicano del Café (Inmecafé) quienes eran comisionados a las comunidades serranas muy alejadas, tenían que caminar en ocasiones mas de ocho horas del lugar en que les dejaba la camioneta o el camión desvencijado. La mayoría de ellos preferían correr el riesgo de volar 20 minutos y no exponerse a los peligros que ocasionaba en ese entonces caminar las veredas. Cuando llevabas más de seis días internado en la sierra sin comunicación —nadie tenía celular o algo parecido—, lo que más anhelabas era llegar a uno u otro aeropuerto si así le podemos llamar.

Obviamente te privabas de muchas cosas, alimentos, comodidades y un largo etcétera.

Una ocasión nublada y lluviosa en San Antonio Cuanixtepec (comunidad que se encuentra aproximadamente a dos kilómetros de Hermenegildo de Galeana), donde bajaban avionetas. Alfonso y este escribano esperábamos pacientemente a que arribara la aeronave. Nublado escuchábamos como pasaban hacia otros campos. En esa espera, me comentaba que llegando a La Ceiba estaba dispuesto a que de su peculio acudiríamos a comer unas deliciosas acamayas acompañadas de unas cervezas. Llegó el aparato bimotor, subimos a unos espacios en los que apenas cabíamos. El piloto espetó: está muy nublado, me iré por el cañón, si saben rezar háganlo. Sigilosamente volaba en medio del cañón cuando de repente se angosta y con una experimentada maniobra voló hacia arriba restableciendo mas adelante ya su tránsito. Al llegar a La Ceiba me dijo: dejaremos para otra ocasión lo propuesto. Al tercer día lo encontré, me relató, lo primero que hice al llegar a mi casa fue abrazar a mi jefecita brevemente le conté y le dije estuviste a punto de quedarte sin uno de tus hijos.

De manera sucinta describo a algunos compañeros que me confiaron sus breves anécdotas: Roberto Rojas que fue delegado del Inmecafé en Xicotepec: “Las avionetas de Poza Rica eran Cessna, pero las de la Ceiba, más chicas, con asiento de lujo; atrás, una medida para despachar frijol de un cuartillo.

Mario se mató un sábado a mediodía con un hijo de Julio Casar Rodríguez y dos amigos que lo acompañaban. Se refiere a un experimentado piloto que era muy asiduo a realizar piruetas en lo alto de La Ceiba. Un sábado, como bien lo apunta, el club deportivo de futbol de Inmecafé estaba jugando en la cancha de este lugar y empezó el espectáculo de las piruetas. Elevaba el aparato hasta lo mas que podía, apagaba el motor y casi al llegar lo encendía y para sorpresa de todos emprendía nuevamente el vuelo. Como a la tercera vez, realizó lo mismo; sin embargo, ya no encendió el motor. Versiones varias hubo, la que mas permeó fue que los visitantes se asustaron tanto que no pudieron sostenerse y se le fueron encima al piloto ocasionando la citada tragedia.

“La que se estrelló en los árboles en Atlalpan, rancho La Victoria, donde falleció la familia Lechuga más conocido como don Moche. Faustino. Yo me acuerdo de algunos nombres de los pilotos Blancarte, Cárdenas, Camacho y Gabuty bueno creo que eran sus apellidos”,  Hilario.

“Mi primer viaje fue a Pantepec. me aventaron hasta atrás me dieron un cuartillo doble para sentarme. Desde que empezó a volar cerré los ojos hasta llegar a la pista de Pantepec”, Alfonso.

“Recuerdo a ese muchacho y otro también de nombre Efraín que se mató por ahí por Semana Santa con toda una familia; solo una chica se pudo salvar. Cuando me tocó mi primer vuelo a Mecatlán, luego vinieron varios más a Bienvenido y, Coyutla, etc. Si eran Cessna, algunas no tenían en su tablero ni relojes de orientación”, Rafael.

“Saben que era lo emocionante para mí cuando se volaba por encima de las nubes y se reflejaba en ellas la sombra de la avioneta y al rededor formaba un arco iris, eso me gustaba mucho y no sabias donde chingaos ibas”, Evencio.

Unas historias que mis amigos pueden contar a sus nietos. Desafortunadamente otras personas ya no lo pudieron hacer.

 

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