Un poco más de 11 meses llevó al taller literario de Xicotepec tener la quinta antología: La lluvia y las letras en Xicotepec. La mayor parte de las tardes de cada martes, en punto de las cinco de la tarde, fueron de lluvia pertinaz y de frio. Claro, hubo atardeceres como pocos en la Sierra Norte de Puebla. No hubo descanso, cada martes de café en café, de lugar en lugar, los itinerantes del grupo encontraron asilo en un café del centro histórico La Azotea, un sitio en el que con la pluma en la mano sentíamos dominar el mundo. Y así fue. Se logró el tan ansiado proyecto.
Fue presentada con los resultados ya explicados en El Baúl pasado.
Quiero compartir con los dilectos lectores un cuento de mi autoría que viene inserto en dicha antología.
PANCHITO, LA VOZ DE TENOR
Se levantó muy temprano como era su costumbre desde hacía por lo menos tres décadas. Su voz fue una de las más reconocidas de la comunidad. En su infancia estudió canto y declamación, era casi como un tenor decían algunos, “su voz es tan melodiosa que no te aburres de escucharle”. Por esos atributos fue elegido para ser maestro de ceremonias en los eventos públicos de la comunidad.
Panchito tenía a su cargo una cabina desde la cual transmitía a los ciudadanos, efemérides y alguna noticia que fuera de interés para los pueblerinos. Así solían escucharse mensajes como: “en la casa de Nicandro habrá carne de cerdo fresca, chuletas, bistecs y hasta chicharrones, pase a visitarlo en su domicilio”. O aquel otro: “Solo por hoy la ropa de uso estará al dos por uno”. No faltaba el anuncio de la autoridad solicitando el pago por los servicios: “Quien deba agua, luz u otro servicio favor de pasar a liquidar su cuenta”. Era muy común que cuando llegaban algunas instituciones a otorgar dinero por los programas sociales, fueran a verlo a su cabina para que lo anunciara. Sin embargo, lo que hizo que ganara empatía y confianza con las familias era el hecho de anunciar cuando había campañas en beneficio del pueblo como las de vacunación, de salud en general, incluso para atender a las mascotas con vacunas antirrábicas o de otro tipo. La repercusión que tenían sus mensajes era muy valorada, su voz era importante por confiable, gozaba siempre de gran credibilidad.
No faltó la autoridad que, en aras de ganarse la simpatía de sus gobernados, decidió colocar unas bocinas modernas en cada esquina de la plaza principal. Éstas emitían un sonido nítido y más poderoso. Sustituyeron a las enormes cornetas que por años utilizó el locutor. Los días feriados se escuchaba una música seleccionada especialmente por Francisco, extraída desde los icónicos discos de acetato de 33 revoluciones. No era de un solo corte, más bien eran canciones del dominio público lo que alegraba el corazón de las mujeres del lugar. Los domingos subían los galanes a dedicar melodías a sus novias, más de uno a su esposa.
Las tardes calurosas en el kiosco del pueblo se convertía en un remanso para las distintas parejas de enamorados. Ni decir aquellas con una tenue llovizna y una neblina que incluso servía para ocultar los rostros de los enamorados que tenían su primera cita de amor.
Muchas de estas parejas llegaron al altar, otras más no concretaron su idílica relación y terminaron sus encuentros.
Panchito llegó a ser un miembro más de la comunidad. No se sabía con exactitud de donde provenía, pero se ganó el respeto y aprecio de los pobladores. Se casó con Raquel, oriunda de este paradisiaco lugar, formaron un matrimonio que después de cuarenta años se mantenía firme.
Venido a menos al paso del tiempo, fue relegado de estos espacios, sin embargo, un gobernante del pueblo le había diseñado un lugar en el que nadie lo reemplazaría.
Un día al salir de la cabina fue avisado que había aglomeración afuera de su casa y que era mejor se presentara con prontitud, no sea que ocurriera algo grave.
Corrió como se lo permitía su cuerpo y los años que cargaba encima. Las caras tristes y las lágrimas de sus vecinos lo decían todo. “¿Qué pasa?”, gritó. La respuesta lo dejó perplejo y a punto de desmayarse: “Tu esposa ha muerto”.
Desde ese día empezó a beber alcohol diariamente. Llegaba a la cabina y le era difícil transmitir los mensajes, balbuceaba y eran inentendibles sus palabras. Llegó un momento en que los discos de acetato utilizados daban y daban vuelta produciendo un ruido ensordecedor. Cuando lo iban a ver lo encontraban dormido. Solo unos días más logró salir al aire. Una noche, la nostalgia de Raquel y su menguada salud ya no le dejaron seguir.
El tornamesa cayó estrepitosamente trayendo consigo un silencio sepulcral.
DEL COMANDANTE ORESTE:
Nos tál gico.
Sentado en banca dura
Hecha de hierro fundido
Escuchando el estribillo
De alguna recia canción
Que Panchito el bonachón
Reproducía de acetatos
Mientras liba pulque a ratos
Anunciando con pasión
Que vienen esta ocasión
A vacunar a los gatos,
A comerciantes ingratos
Se les tiene la razón
Que se tiente el corazón
Porque pasarán al rato
Los de pesas y mordidas
Revisando sus aparatos,
Y se oye la monotonía
De un silbido pertinaz
De la aguja que al rosar
Nos advierte que hace rato
A panchito, sin recato
Le dio sus brazos Morfeo.
P.D. …traté de recordar a Panchito Lechuga, poniendo música, dando avisos y tomando pulque con garapiña de casa don Nico, hasta quedarse dormido…