El escritor cubano-italiano Ítalo Calvino se refirió en 1985 a seis cualidades que deberíamos apreciar de manera cabal a lo largo del siglo XXI si queremos sobrevivir como especie. Se desprenden del mismo número de conferencias que él habría de dictar en la Universidad de Harvard. Por desgracia, el 19 de septiembre de ese año murió de manera repentina antes de salir hacia Boston. Se encontraron cinco textos, de la sexta conferencia se conoce únicamente el título. Fueron publicadas en español por editorial Siruela.
Levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad y consistencia son los títulos de las que serían sus intervenciones magistrales. Pueden considerarse hilos que mueven nuestras emociones e intereses; son resortes determinantes de nuestras decisiones, parámetros que acotan nuestra imaginación, sin olvidar su respectivo lado adverso, complementario.
Así, la levedad se encuentra indisolublemente vinculada a la gravedad. No podríamos percibir la rapidez sin la lentitud. Lo exacto y lo vago forman un dúo dinámico muy antiguo de la historia. Visibilidad y opacidad, multiplicidad y unicidad, consistencia y disolución constituyen gemelos opuestos, cada binomio con sus propios conflictos y respuestas. Son estos los hilos con los que se teje el entramado de nuestra realidad, en un mundo donde coexisten fuertes resabios modernistas, desplantes posmodernos y signos inequívocos de hipermodernismo.
Uno de los representantes de esto último, cuya obra oscila entre la levedad y la gravedad, es Yuval Noah Harari, historiador de Oxford que saltó a la fama en 2011 con su libro De animales a dioses. Intelectual visible y opaco al mismo tiempo, maestro de la multiplicidad y su gemela opuesta, la unicidad, se distingue por su manejo de la consistencia y la disolución.
Su relato es provocador, sagaz, en el que la Historia Universal es el espejo donde se reflejan las cosas materiales y las ideas aparecen con distorsiones perturbadoras. Aquellos que se atreven a pararse frente al artilugio especular concebido por Clío, la invidente cuyo único propósito es hacerlos desatinar, enloquecen. Pero no Harari, quien hace macrohistoria salpicada de reduccionismo fuerte y vida cotidiana a fin de evadir las travesuras de la musa. Aplica una “óptica adaptativa”, la cual corrige las aberraciones del espejo. Algo parecido a lo que Miguel de Unamuno llamaba “intrahistoria” en su versión hipermoderna.
Esto supone profundizar en el devenir de las personas y animales comunes, de carne y hueso, y, por tanto, es necesario recapitular y abordar disciplinas tan dispares como la psicología emocional de las gallinas, ingeniería genética, intríngulis de la química hormonal humana, leyes de las antiguas sociedades, economía de mercado, biología evolutiva. Así, reflejarse en el espejo de la Historia ya no resulta en una tergiversación y el panorama se ve menos borroso, incluso los triunfalistas lo califican de un acercamiento fiel y preciso. Se trata de un esfuerzo escatológico, similar al que aspiraba el filósofo vasco.
En un vagón del tren entre Londres y Oxford viaja Harari. No pierde detalle de las novedades que publica el semanario New Scientist, escucha chismes sobre los nuevos hallazgos de antiguos homínidos, especula sobre si eran o no más felices y libres que nosotros, comenta las ideas filosóficas de Jared Diamond y las visiones antropológicas de Aldous Huxley.
Hoy en día un genuino historiador tiene que arriesgarse a escribir ficción, so pena de perderse en el mar de novedades tecnológicas y vaivenes sociales. No se trata, desde luego, de cualquier clase de ficción. Si desea sorprender a su público, debe de saber mucha ciencia dura. Además, tiene que contar lo pertinente y lo esencial, y saber atrapar al lector en su relato, pues lo que la ciencia y la historia tienen que decirnos es parte de la ficción extrema, la última en la que no podemos dejar de creer. Sin este “pegamento mítico”, me dice Yuval, “nuestra civilización de derrumbaría, desapareceríamos como los neanderthales y las otras familias de homínidos que alguna vez habitaron este planeta”.
En su breve recuento de la humanidad Harari piensa que es factible dejar de ser mortales y convertirnos, no en seres inmortales, pero sí en individuos amortales, capaces de vivir 130 años con el físico de Usain Bolt y la inteligencia de Stephen Hawking, lo cual también implica un vuelco en la Historia. Se inspira en las ideas de Konrad Lorenz cuando asegura que el trigo fue una de las especies vegetales que nos domesticaron, y no al revés, así como en la hipótesis del polémico genetista Richard Dawkins, quien sostiene que el ADN nos usa para su propio beneficio.