Este mes es aniversario del poeta, quien nació el 31 de marzo de 1914, un buen pretexto para recordar la manera cómo me recibió en las páginas de su revista Vuelta, y las pláticas que de ello derivaron. Todo comenzó en octubre de 1992, cuando un pequeño grupo de escritores fuimos invitados a ofrecer una serie de lecturas y conferencias literarias en diversas ciudades de Estados Unidos, a fin de promover una antología intitulada New Writing from Mexico, que acababa de publicar Northwestern University (Evanston, Illinois). Los textos iban acompañados de magníficas ilustraciones, realizadas por lo más granado de la plástica contemporánea mexicana.
Uno de los compañeros de ese viaje fue Manuel Ulacia Altolaguirre, poeta y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras (UNAM), muy cercano a Octavio. Además, la presentación de nuestra lectura en la Universidad de Nueva York corrió a cargo de Eliot Weinberger, excepcional ensayista y quien tradujo a Paz para la editorial New Directions. Animado por estos amigos, al regresar de la gira, un viernes de noviembre llamé por teléfono al secretario de redacción, en ese entonces el poeta Aurelio Asiain, y le propuse una columna mensual que se llamaría Paisaje de la ciencia. Me dijo que lo platicaría con OP y él me buscaría. En efecto, el lunes tenía ya una respuesta. Empezaríamos Ignacio Helguera, con su Atril del Melómano, y yo, con el Paisaje, a partir de enero de 1993, más una Carta desde Guadalajara, que durante un tiempo se turnaron varios escritores jalisciences.
No sé cuántas veces me llamó Paz por teléfono o me pidió que yo lo hiciera, quizá no las suficientes. Aun así, la primera vez que sonó el aparato y una voz femenina con acento francés al otro lado de la hebra dijo: “Hola, Caglos, que Octavio quiegue hablar contigou”, casi se me sale el corazón. Era la adorable Marie Jo, de eso no tenía la menor duda, pero, ¿a qué se debía la llamada? ¿Recibiría un jalón de orejas? ¿Sería mi debut y despedida en Vuelta? Por fortuna, nada de eso sucedió. Él quería que abundara en esto y lo otro alrededor de la imaginación científica y su relación con el arte, la literatura, la poesía. Paz leía de pe a pa cada número de su revista, así que, a la vuelta de los días, entraba la llamada que me metía en una olla de presión, dentro de la cual podía terminar achicharrado o salir airoso.
A lo largo de esas pláticas Paz comenzó a revelarse como un curioso empedernido, cuya asombrosa inteligencia lo llevaba a dar dos o tres pasos por delante de su interlocutor, pero nunca resultaba pedante ni abrumador gracias a su magia de poeta y gusto por conversar. Comprendió desde el primer instante que no me interesaba la divulgación de la ciencia per se, en ese entonces en pañales, sino que se trataba de otro pretexto, como el amor o el futbol americano, para seguir escribiendo sobre algo que valiera la pena, algo experimentado personalmente, narrado dentro de la cancha, en un intento de alejarme de la farragosa academia y su anquilosamiento, incapaz de apreciar los vasos comunicantes entre la invención literaria y la imaginación científica. Él también fue implacable con la miopía intelectual y los convencionalismos academicistas. No obstante, jamás lo escuché hablar mal, sin argumentos, de nadie.
Paz polemizó con destacados miembros de la intelligentsia nacional e internacional porque era serio, un hombre de principios, pero al mismo tiempo tenía una vena traviesa, pues le gustaba ponerles traspiés a los sabihondos, fascinados en mirarse el ombligo. Me consta que era igual de intenso cuando debía atender al otro, ya fuera adversario o amigo. Entrar en diálogo con OP resultó siempre una ingeniosa forma de dibujar constructos efímeros, pues si bien sabíamos que habrían de esfumarse en el hilo de cobre, de alguna insospechada manera nos hacían pensar las cosas dos veces, nos convertían en libertarios de la palabra, en sembradores de dudas útiles que invitaran a la reflexión fértil.
