En la obra literaria de Elena Poniatowska hay un par de ejemplos excepcionales sobre el vínculo entre los hechos históricos, el desarrollo de las ciencias y la ficción. Todo comenzó cuando la traviesa, intrépida, bisoña reportera Poniatowska se empeñó en entrevistar a un hombre más bien reservado, chapado a la antigua, huraño frente a los medios y la farándula.
“Me hizo sufrir esa ocasión, pero me vengué casándome con él”, dijo alguna vez, haciendo gala del humor pungente que la caracteriza. Consecuencia directa de ese matrimonio fue un libro publicado en 2013. Su título es El universo o nada. Biografía del estrellero Guillermo Haro.
Antes, un día de 1999, hablé por teléfono con ella. Se me ocurrió animarla a escribir algo sobre el brillante astrónomo, quien realizó importante investigación en el observatorio de Tonanzintla. Con su delicioso don de gente se hizo la desentendida. Sin embargo, en 2001 publicó La piel del cielo, una memorable novela cercana a quienes construyen y abren ventanas al cosmos. Ambos libros rinden homenaje no a una persona, sino a todos aquellos que luchan por apropiarse del conocimiento científico y garantizar justicia social en el país.
En particular la novela mencionada dibuja el perfil de Lorenzo de Tena, inspirado en el estrellero Guillermo Haro. El protagonista, al igual que el hombre real, es un rebelde, alguien que se halla inconforme frente al entorno que le ha tocado vivir. El relato se expande en el espacio mexicano, sobre todo en el de la primera mitad del siglo XX; Poniatowska desmenuza con elocuencia el entorno científico del país, inmerso en una sociedad veleidosa, desigual, políticamente perversa.
Los varones permanecen distantes en La piel del cielo. De hecho, Lorenzo es hijo bastardo de un hombre rico que se ha servido de su condición para satisfacer sus apetitos, como una sombra perniciosa que pasa, hace daño y se aleja.
Por otra parte, están las mujeres. A pesar de que no se les presenta de manera meticulosa, aun así, son ellas las que lo impulsan a abandonar la amargura y la desidia; es su madre, una campesina, quien se preocupa por hacer brillar su mente precoz, no el padre machista. Propenso a la derrota, es ella quien lo insta a defender su inteligencia, siempre a punto de caer al abismo. A través de su mirada femenina Poniatowska nos pinta el panorama del subdesarrollo que ha ensombrecido este país.
Gracias a su extraordinaria pluma podemos conocer pasajes íntimos de su vida con Guillermo Haro. Así, somos testigos de encuentros con notables estudiosos de los fenómenos interestelares, como Edmund Haley; escuchamos sus reflexiones acerca de la antigua civilización maya; nos enteramos de su mirada al catolicismo barroco.
La novela de Poniatowska enseña las dificultades para llevar a cabo investigación científica de primera clase en una sociedad indolente. Expande el espacio en su afán de delatar el machismo de colegas y amigos, el nepotismo de la clase política, la corrupción y la ignorancia de burócratas.
Tena conoce al inigualable José Revueltas mientras trabaja como activista de izquierda, pero el destino lo lleva a toparse con el ilustre astrónomo Luis Enrique Erro, lo cual transforma su futuro.
Finalmente conoce a Fausta Rosales, el amor de su vida, quien le muestra el camino para abandonar el autoritarismo machista, para atenuar el egoísmo del que dedica sus noches a observar las estrellas y sus días a entenderlas. Pero resulta en vano, el estrellero nunca llega a alcanzar la felicidad plena.
El personaje ficticio Lorenzo y el hombre de carne y hueso Haro, reunidos en esta memorable novela, son una alegoría de la a veces inescrutable, contradictoria cultura mexicana que, no obstante, causa embeleso. Poniatowska expande su relato no solo hacia el cosmos, sino hacia aquel ámbito interno, inefable, donde se cocinan las emociones humanas.