Físicamente, los dos primeros no estuvieron ahí, pero sí alguno de sus libros, el que publicaron ambos en La Máquina de Escribir, editorial efímera de escritores para escritores fundada por Federico Campbell, quien nos pidió a Juan Villoro y a mí que la continuáramos.
Eso hicimos, invitándolo a él, a Rosario Ferré, David Huerta, Jorge Aguilar Mora, Evodio Escalante, a que formaran parte de nuestro comité editorial. Me atrevo a decir que los 40 títulos, casi todo ellos iniciáticos, constituyen un tesoro de las letras mexicanas del siglo XX.
Además de los mencionados, publicaron su primera obra con nosotros Coral Bracho, Carmen Boullosa, Esther Seligson, María Luisa Erreguerena, Laura García Renart, Rosina Conde, Javier Molina, Rafael Vargas, José Kozer, Alberto Blanco, Carlos López Beltrán, Rogelio Carvajal, Alain Derbez.
Yo mismo me encargué de que Topos (cuentos de Uribe) y Algarabía inorgánica (poemas de Deltoro) llegaran a la biblioteca del Centro de Estudios Literarios y Retiro para Escritores, Hawthornden Castle, localizado en las suaves lomas de Midlothian, a unos 40 minutos en autobús de la capital escocesa, Edimburgo.
Varias luminarias de las letras internacionales realizaron estancias creativas en ese sitio paradisiaco, cuyo lema es Ut onesto otio quiesceret (en español: “En honesto ocio procederemos”), entre ellos, Czeslaw Milosz, Ted Hughes y Martin Amis.
William Drummond de Hawthornden, poeta e historiador, fue su dueño en el siglo XVII, pues su padre había sido leal funcionario del monarca escocés, quien le vendió a buen precio la magnífica propiedad. Amigo del ilustre Ben Johnson, así como del también poeta William Alexander, primer conde de Stirling, y del poeta inglés Michael Drayton, se dice que Drummond llegó a conocer a William Shakespeare en un viaje a Londres.
A los 25 años de edad interrumpió sus estudios de leyes en Edimburgo. Por una decepción amorosa se retiró al castillo, donde dedicó el resto de su vida a la lectura, la poesía y la invención mecánica. También se sabe que era un espléndido anfitrión, costumbre que se conserva hasta nuestros días. Tradujo al inglés a Juan Boscán y a Garcilaso de la Vega, cuya visión melancólica era cercana a su espíritu.
Una de sus frases célebres dice: “El que no quiere razonar es un fanático, el que no sabe hacerlo es un necio, el que no se atreve a ejercitar la razón es un esclavo”. Por las noches se rompe el silencio del retiro y los cuatro o cinco escritores invitados ese mes (solo se reciben seis grupos al año) se reúnen a cenar con un anfitrión (generalmente, doctor en letras de Cambridge o de Oxford), momento en el que se hace honor al dictum de William Drummond.
Desde mediados del siglo XX el castillo perteneció a la filántropa y socialité, Drue Heinz, hasta su muerte en 2018, a los 104 años de edad. En la actualidad es administrado por la Fundación Hawthornden y el fideicomiso Drue Heinz.
Puesto que se trata de un retiro para cultivar el ocio literario, los invitados rechazamos el internet, celulares y cualquier artefacto altisonante. Solo hay una línea telefónica fija, que se localiza junto a la cocina y puede usarse solo en caso de emergencia. Hasta la fecha se ha cumplido ese mandato.
Relaciono a Álvaro Uribe, quien falleció hace un año, con Antonio Deltoro, cuyo deceso aconteció el 23 de mayo, no solo porque, como he dicho, ambos publicaron en La Máquina de Escribir, sino porque los dos gustaban de cultivar finas maneras de expresar las ideas alrededor de las cuales tejieron un pensamiento literario propio, encarnado en la experiencia personal y con una visión política definida.
La biblioteca del castillo conserva las plaquettes de Álvaro y Toni. Sí, con “i” latina, no con la pocha “y” griega que Deltoro detestaba, pues implicaría que el diminutivo provenía de Anthony y no de Antonio. De hecho, él nunca quiso aprender el idioma inglés. Así que algunas de sus líneas están junto a los libros del esgrimista de la sátira cruel, negra, Martin Amis. El novelista galés falleció el 19 de mayo.
En las puertas de las habitaciones de quienes pasan un mes de ensueño, seleccionados por un comité de luminarias de la cultura británica (como el notable poeta y ensayista, Christopher Reid), se han pintado uno debajo del otro algunos nombres de invitados ilustres, en una letra parecida a English Towne, aunque de trazos más delgados.
Así, por ejemplo, me entero de que una leyenda de la poesía contemporánea, Ted Hughes, y yo, compartimos (en tiempo diferido) la habitación “hermanas Brontë”, pues en la puerta puede verse su nombre, entre otros; en la recámara “Ben Johnson” se hospedó el Premio Nobel, Czelaw Milosz.
En la entrada de “William Shakespeare” se lee el nombre de Amis, autor de esas historias que lo llevan a uno a la carcajada para, enseguida, soltarnos el dardo de la amargura, el de la irracionalidad cabalgante en una sociedad canibalesca, todo pasado por el tamiz de genuina poesía.
Amis dijo alguna vez en un diálogo con la revista Esquire que la poesía estaba por encima de la prosa; por ello pensaba que no podía ser más que una broma de orden cósmico el que Shakespeare, un poeta que se ganaba la vida como empresario y actor en la farándula, haya sido inmortalizado como dramaturgo.
Voy a la biblioteca del castillo. Entre esas paredes de piedra milenaria, fría, recuerdo a Álvaro Uribe cuando coincidimos como becarios de Bellas Artes para escribir literatura bajo la tutoría de Augusto Monterroso. Lo recuerdo en la última presentación que tuvo en público, vía zoom, en el Festival del Norte de Letras de 2021, donde volvimos a coincidir a fin de recordar nuestros días tempranos y las enseñanzas de Tito.
Mientras camino de bajada hacia la ribera del río Esk recuerdo también a Toni Deltoro, con quien nos reímos sin cesar porque la vida es para eso, para gozar con aquellos que han dejado líneas memorables, gotas de agua en medio del páramo.