23.8 C
Puebla
domingo, julio 13, 2025

À la prochaine, Beaubourg!

Más leídas

Uno de los sitios emblemáticos y controvertidos del París contemporáneo es el Centro Georges Pompidou, conocido simplemente como Beaubourg, pues ese es el nombre de la avenida hacia donde mira la parte trasera del edificio. Su colección es obligada referencia si uno desea apreciar los movimientos artísticos que definieron el siglo XX y lo que va del XXI. Georges Pompidou y su esposa, Claude Cahour, eran amantes del arte, así que cuando él asumió la presidencia de la República se propusieron fundar un centro de confluencia artística, un espacio del pensamiento crítico y el solaz esparcimiento. Por desgracia, él no vivió para inaugurarlo, su esposa sí, cosa que aconteció en 1977, cuando el presidente de Francia era Valéry Giscard d’Estaing.

Pero no agradó a todos. Henri Lefebvre lo llamó “el Palm Beach de los desgraciados”, una inmensa y horrorosa boutique, mientras que Jean Baudrillard escribió una histérica reflexión en Simulacres et Simulation (1981), en la que, según él, este Centro es como un vampiro que se chupa toda la sangre cultural en kilómetros a la redonda, una máquina productora de nada.

En pocas semanas cerrará todas sus puertas (se han ido cerrando en forma paulatina las diversas áreas públicas), a fin de emprender durante un lustro una renovación profunda a cargo de Renzo Piano, el mismo arquitecto italiano que hace 48 años lo construyó junto con el británico Richard Rogers, asistidos por Gianfranco Franchini, en uno de los barrios más antiguos de la capital francesa, Châtelet–Les Halles. Rogers falleció en 2021 a los 88 años de edad. Recientemente Piano tuvo a su cargo el diseño arquitectónico del Portal de la Ciencia localizado en el Centro Europeo de Investigaciones Nucleares (CERN), de Ginebra, Suiza, donde labora un destacado grupo de físicos poblanos. La renovación de Beaubourg también contará con el talento del Taller Frida, de la arquitecta mexicana Frida Escobedo. El acervo artístico es enorme y parte será trasladado al Grand Palais, mientras que los documentos hemerográficos y bibliográficos de la Biblioteca Kandinsky estarán disponibles en el edificio Lumière del distrito 12.

No será la primera vez que se realice una renovación importante. El edificio ya fue remozado en un par de ocasiones, la primera de ellas, entre 1997 y 1999, y la segunda, de 2019 a 2021. En particular estos últimos trabajos implicaron modernizar la emblemática escalera tubular exterior, conocida como “el gusano”, aunque a algunos también les parece una gráfica. Como quiera que sea, no se trata de cualquier escalera, conduce a espacios caros del arte moderno y contemporáneo. Además, si uno es observador, se detiene por un momento en la parte más alta y mira hacia el oeste, podrá distinguir el Gran Arco de la Défense que se halla a varios kilómetros de distancia en esa dirección.

Este detalle visual, instantáneo, lo aprecié gracias a un arquitecto franco-peruano, Henri Ciriani, ganador del premio Nacional de Arquitectura de Francia. Él me enseñó este y otros secretos del Centro, un homenaje al gusto de los franceses por el hierro y el vidrio, por el estilo industrial que puede observarse en los conductos y estructuras. El uso de colores encendidos lo distinguió en su momento del resto de los edificios simplemente funcionales, ya que fueron seleccionados no solo para satisfacer una función ingenieril, sino también para provocar un sutil goce estético. Así, los conductos de climatización, que conservan en buen estado las valiosas obras de arte albergadas, están pintados de azul eléctrico; el cableado eléctrico luce en amarillo solar; para la conducción de agua se empleó un verde esmeralda y rojo carmesí para la circulación de personas, es decir, elevadores y escaleras.

Recuerdo que cruzando la avenida Beaubourg, en una calle cerrada, hubo durante algunos años un teatro de autómatas y muñecos guignol adonde los adultos llevaban a sus niños los sábados por la tarde. Muy cerca está el punto de interconexión del metro y trenes suburbanos más grande de la ciudad, así como el centro comercial de Les Halles, sitio cargado de historia desde el siglo XII.

Tampoco puedo olvidar que fue en su magnífico y completísimo acervo de revistas y libros impresos donde pude aprender un poco de filosofía de la ciencia y la tecnología. Resulta que había yo publicado en mi columna de la revista Vuelta de Octavio Paz un ensayo por el reciente fallecimiento del filósofo Thomas Kuhn. El número siguiente de la revista de la Universidad Autónoma Metropolitana, Casa del Tiempo, incluyó en sus páginas una diatriba firmada por un oscuro profesor e investigador de esa institución educativa. Me acusaba de no entender a Kuhn y, sin que viniera al caso, atacaba a Paz. Había que responderle.

Fui a Beaubourg a comprobar la veracidad de sus argumentos y mis posibles omisiones. Pasé un par de semanas consultando valiosos, iluminadores textos en libros y revistas no solo sobre Kuhn, sino sobre sus colegas (Imre Lakatos y Paul Feyerabend), todos alumnos de Karl Popper. Cuando estaba cansado de leer tanta filosofía de lo concreto inefable, paseaba por las salas, donde disfruté mirar algunos cuadros, por ejemplo, del fauvista Georges Braque (Maisons à l`Estaque, 1908), pintura que anuncia la aparición del cubismo; y del expresionista Ernst Ludwig Kirchner (Mujer frente al espejo, 1915), pues frente a dicha obra pude llegar a una sencilla conclusión: la filosofía es un vehículo para la acción ética y el goce estético.

Comprendí que el propósito de este lugar era generar un diálogo interno entre lo que uno cree saber y lo que puede verificarse leyendo a autores razonables, utilizando como punto de referencia una obra artística. Observando el desarrollo creativo de, digamos, Henri Matisse, pues el Centro cuenta con obra que abarca toda su trayectoria, pude ayudarme a entender conceptos e ideas acerca de la manera azarosa, irracional, en que la ciencia ha sido construida a lo largo de los siglos. Lo intenté también con obras cubistas elucubradas por el genio de Pablo Picasso, Juan Gris y Fernand Léger, así como con las esculturas retorcidas de Henri Laurens y Jacques Lipchitz. Resultaron ser histamina pura para escalar las paredes iluminadas de la epistemología y en la cima decir: “Me he despojado de mis prejuicios”.

También fue estimulante en aquellos días salir a almorzar y tomar un café en una pequeña plaza contigua, frente a una fuente en la que durante años hubo esculturas de Jean Dubuffet movidas por agua. Luego de kilométricas lecturas, estaba claro que el innombrable investigador no entendía ni la mitad de las cosas. Como Octavio me había advertido, este pajarito solo farfullaba, no sabía trinar. Sobre todo, me sorprendió que ignorara el hecho de que las discusiones entre Lakatos y Feyerabend sobre el sentido epistemológico del descubrimiento científico condujeron a la revisión de los paradigmas propuestos por el mismo Kuhn. La respuesta en Vuelta se intituló “La doble muerte de Thomas K”, ya que que por una tétrica casualidad en esos días un conocido DJ parisino llamado así pasó a mejor vida por piquetes de ojo. El oscuro profesor e investigador asesinaba a Kuhn en el aula durante cada disertación ante sus alumnos y, de paso, les picaba los ojos. Paz quedó reivindicado; el poco serio investigador, humillado.

Notas relacionadas

Últimas noticias

spot_img