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domingo, julio 13, 2025

Del macho al humano

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Hace unas semanas asistí a la presentación de un poeta mexicano que conocí hace algunos años y cuyos versos he de confesarle, querido hipócrita lectorme hicieron tregua en mis romances.

Me acompañó mi pareja a quien le mencioné que me resultaba interesante notar a más hombres que mujeres dentro del mundo literario que escriben sobre el amor, a lo que me respondió con tono burlón: es que nosotros sí amamos de verdad y cuando queremos estar con una mujer lo damos todo, pinches viejas.

Y ahí, me quedé pensando cómo los hombres y las mujeres, desde incontables generaciones pareciera que arrastramos una lucha interna (y externa) entre nosotros. No es casualidad que se haya detonado el machismo y por otro lado, los movimientos feministas.

Nuestro ego, ese personaje que llevamos dentro, se ha dado a la tarea de hacernos creer cosas como: todo(a)s son iguales, todo(a)s mienten, solo les mueve el dinero. Y, aunque la brecha biológica nos diferencia significativamente, creo que, sin importar el sexo, realmente no somos tan diferentes.

De hecho, para reconciliarnos, primero debemos entender que no hay un orden superioro inferioren el ser humano y sería bueno atrevernos a confrontar nuestras creencias y expectativas respecto a cómo debe ser el sexo opuesto.

Porque, a sabiendas de que la violencia hacia las mujeres es una constante en todo el mundo, en esta entrada, quiero invitarle a mirar profundamente a los hombres.

A ellos, se les ha enseñado que deben ser siempre los proveedores, a nunca fallar, a competir por ser el mejor.
Debe ser complicado mostrar dureza cuando tal vez lo que buscan es dar o recibir una caricia y no querer decirlo para no mostrarse débiles.

Este tipo de creencias transgeneracionales quizá puedan parecerle absurdas, sin embargo, afectan la autopercepción de los hombres, y, aunque pudiera resultarle complejo asimilar lo que le voy a mencionar, también pueden ser la raíz de muchas violencias.

Un ego herido lastima todo a su alrededor, y no piense que es solo una terrible justificación ante la violencia, pero es una manera demasiado animal en la que el cerebro y la mente inconsciente reaccionan para buscar la supervivencia y seguridad.

Cuando un hombre no conoce o no integra la sensibilidad, la contención, la ternura; se rechaza a sí mismo, y ese rechazo, inevitablemente, lo proyecta hacia afuera.

No quiero decir que las mujeres provocano incitan el odio y la violencia de los hombres, pero, si el inconsciente de los seres humanos no está en constante revisión, termina gobernando sus acciones, de ahí el por qué suceden en el mundo tantas cosas que podríamos llamar inexplicables.

Y claro, entender las causas no borra las consecuencias pero evita que se reproduzcan.

En esta batalla entre sexos, todos hombres y mujereshemos actuado con guiones heredados, sin cuestionar demasiado el papel que desarrollamos cada día.

Pero, ¿usted que cree qué pasaría si les diéramos apertura a los hombres de abrazar lo que han aprendido a ser hasta ahora?, ¿qué sucedería si las mujeres dejáramos de esperar al hombre deconstruidoperfecto y empezáramos por permitirles ser humanos?

Y al mismo tiempo, ¿cuánto del machismo que señalamos las mujeres sigue vivo en nosotras, en esa expectativa silenciosa de que el hombre verdaderodebe ser fuerte, dominante, resolutivo?

Tal vez una parte de la reconciliación se lograría trabajando uno junto al otro, en el intento profundo por mirarnos con menos juicio y más presencia. Me atrevo a afirmar, hipócrita lector, que cambiar nuestro discurso sobre lo que pensamos del sexo opuesto, también traerá un poco de paz a este mundo.

Porque yo he visto a hombres llorar, frustrarse, ser infieles, enamorarse.
He visto a hombres esforzarse por su familia, por sus hijos, por sus metas.
He sentido el amor de un hombre.
Y también, he visto esa mirada sincera que dice:quiero estar contigo, pinche vieja.

Un abrazo, pinches hombres.

Déjame desnudarme
Y mírame tal cual soy.
Deja que me quite una a una
Mis oraciones y mis letras,
Mis puntos y mis comas.
Deja que queden en la silla,
O en el suelo,
Estos signos,
Estas formas que me arropan,
Que me alejan de tu vista y de tu piel.
Déjame colgar de una vez
La pluma y el papel
Para decirte que te amo.

Edel Juárez

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