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jueves, abril 25, 2024

Antología mínima del poeta Huerta

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Oración del 24 de diciembre

 

Lávame. Quítame estas mugres metafísicas. Dame panes y relicarios, dormidas águilas y espadas, ropas dignas y una serenidad de porcelanas y de tés. Límpiame para que pueda verte sin vergüenza en medio de la noche resplandeciente.

 

Plegaria  

Señor, salva este momento.

Nada tiene de pródigo o milagro

como no sea una sospecha

de inmortalidad, un aliento

de salvación. Se parece

a tantos otros momentos…

Pero está aquí entre nosotros

y crece como una luz amarilla

de sol y de encendidos limones

y sabe a mar, a manos amadas,

huele a una calle de París

donde fuimos felices. Sálvalo

en la memoria o rescátalo

para la luz que declina

sobre esta página,

aunque apenas la toque.

 

 

Incurable 

Capítulo 1. Simulacro

[…]
Adivinar en los almacenes de las palabras dónde se esconde el rayo, el escondrijo del mundo en la bolsa del día,
la página mercurial que no ha sido escrita y cuya blancura está recubierta con la tinta de los deseos desalojada por los nombres,
vagabundeo en busca de esa adivinación en la escuálida y pegajosa luz de este almacén,
abandonado por las noches y espolvoreado por el hisopo lejano de un chispazo de fiebre: Este almacén de palabras
donde te sientes el oscurantista, el tuareg, el animal, el monstruo en la laguna de las denominaciones,
el gato negro sobre las piernas de la reina de las palabras,
el intruso sin credenciales, el prófugo, el anegado, el ladrón de instrumentos ortopédicos,
el que traga nueces con cáscaras, el que bebe el menstruo en una copa pompeyana,
el que se asusta con sus propios reflejos, el que pena en la madrugada de las vacaciones afantasmadas, el que se pone verde
cuando piensa en su madre con las piernas abiertas y no precisamente dándolo a luz,
el que tiene una lengua telescópica, el que se duele por ausencias inventadas y por melancolías falsas,
el que baila una danza de gusanos, el que construye murallas chinas en sus labios agujerados,
el que brilla como una brújula rodeada de nortes,
el que se lanza en la corriente para rescatar una dentadura postiza como si fuera una civilización a la deriva,
el que sabe callarse en medio del estruendo, el que se pone las manos en la entrepierna y aúlla como una hidra delirante,
el que se siente un islote y oye el rumor del mar en la profundidad de los rostros.

El almacén de las palabras es un lugar extraño, húmedo, una galería sigilosa, un hospital dormido.
Cardumen candoroso, con su latinidad a cuestas,
difícil, fosforescente como una omega “en el pizarrón de las etimologías”.
Ojiva o multitud, ramo de piedras, rocas, en el oro del nombre,
siemprevivas palabras, “oscura siembra”, en la cúspide sorda y monumental del mármol sonoro.

El almacén es un espacio trémulo, una tecla genésica
que el mundo amplifica hasta la magnitud mortuoria del réquiem o la súplica.
El almacén de las palabras: el almacén de las palabras.

 

*

Enciendo un cigarro mientras me observas, he llegado a las 5y estoy peinado para la ceremonia de tus observaciones.

Devoración de las cosas por la luz del verano. El verano: un oro destilado y recto,
plegado entre tus ropas, garfio sobre tus mejillas de pan y tus dedos empapados de asombro.
Garfio mis frases contra los cortinajes. La ge y la jota: desprendimientos áridos del yo, brusco sonido
en el sentir del “análisis”. Palabras, roces. Tu sed corpórea inclinada sobre una sangre de páginas.
Pero si observas mis imágenes, el cinematógrafo extenso donde establezco mi intermitencia,
observarás mejor aún. Yo es condición de concordancia, una mera colección de gestos y sonrisas que no son más que dientes,
como decía Kerouac. Hipertrofia del yo para tu observación.
¿Qué bisturí, qué rayo, qué microscopio me preparas? Deambulo, vagabundeo, sentado y con mi cigarro entre los labios,
echando humo por la boca torcida con una melancolía inconsolable
pero eso ¿de qué serviría? Habla. Es lo mismo. Hablo en ti.

El narcisismo en mangas de camisa me toma por los sobacos y me levanta frente a ti
como si fuera un ídolo labrado en la cortesía, un puro jade para la simulación de tus creencias.
Es tu acero, la fuerza de tu contorno lo que me desconcierta, el amordazado simulacro que tú o la tercera persona me habían preparado. Ahora bebo una cerveza, recuerdo la obsesionante palabra Benelux en mis labios, como en otras ocasiones;
busco el arrasamiento de los signos en un cuadro de Francis Bacon y no encuentro, inconsolablemente,
más que una hilera de ficciones debajo de la tela: pintor inglés contemporáneo, Quevedo, Goya.
Estoy seguro que Francis Bacon ha pactado con lo mejor de mis intenciones al poner esto sobre este papel…
Tu risa me desmorona pero no tengo más remedio que ponerme a reír —yo también.
Porque no hay misterio ni Goya ni pintores ingleses. Un verano se difunde bajo todo lo que sucede ahora,
mas no nos toca decidir dónde se encuentra en realidad esa otra luz que creemos haber observado.
Esta luz que entra por la ventana, a mis espaldas, y atraviesa con un fluir pausado los cortinajes,
es ya una forma de olvido que sirve para decidir la verdadera naturaleza de tus observaciones.
Mis imágenes te observan con una fruición desmesurada. Es todo lo que te puedo decir, lo que digo en ti.

 

Ayotzinapa

Mordemos la sombra
Y en la sombra
Aparecen los muertos
Como luces y frutos
Como vasos de sangre
Como piedras de abismo
Como ramas y frondas
De dulces vísceras
Los muertos tienen manos
Empapadas de angustia
Y gestos inclinados
En el sudario del viento
Los muertos llevan consigo
Un dolor insaciable
Esto es el país de las fosas
Señoras y señores
Este es el país de los aullidos
Este es el país de los niños en llamas
Este es el país de las mujeres martirizadas
Este es el país que ayer apenas existía
Y ahora no se sabe dónde quedó
Estamos perdidos entre bocanadas
De azufre maldito
Y fogatas arrasadoras
Estamos con los ojos abiertos
Y los ojos los tenemos llenos
De cristales punzantes
Estamos tratando de dar
Nuestras manos de vivos
A los muertos y a los desaparecidos
Pero se alejan y nos abandonan
Con un gesto de infinita lejanía
El pan se quema
Los rostros se queman arrancados
De la vida y no hay manos
Ni hay rostros
Ni hay país
Solamente hay una vibración
Tupida de lágrimas
Un largo grito
Donde nos hemos confundido
Los vivos y los muertos
Quien esto lea debe saber
Que fue lanzado al mar de humo
De las ciudades
Como una señal del espíritu roto
Quien esto lea debe saber también
Que a pesar de todo
Los muertos no se han ido
Ni los han hecho desaparecer
Que la magia de los muertos
Está en el amanecer y en la cuchara
En el pie y en los maizales
En los dibujos y en el río
Demos a esta magia
La plata templada
De la brisa
Entreguemos a los muertos
A nuestros muertos jóvenes
El pan del cielo
La espiga de las aguas
El esplendor de toda tristeza
La blancura de nuestra condena
El olvido del mundo
Y la memoria quebrantada
De todos los vivos
Ahora mejor callarse
Hermanos
Y abrir las manos y la mente
Para poder recoger del suelo maldito
Los corazones despedazados
De todos los que son
Y de todos
Los que han sido


2 de noviembre de 2014. Oaxaca

 

 

 A una cantante de Rock*

Desnuda, maltrecha, enronquecida:

¿vas a decirme por fin qué nos sucede

o me levantarás, en cambio, sin hablar, y,

desnudándome, llenarás mi boca de llamas

y mi carne de fría ceniza?

No quiero ver tus ojos alzados y hechos polvo

en el dilucio de la borrachera; no quiero sentir

tus brazos amargos y tu cuello debilitado.

Prefiero poner mi pie sobre tu espalda

y preguntar, amenazar, oscurecerme

con tu pausada locura de sinsonte.

 

Hay el agua que chorrea de un bestial mirlo mojado;

hay pedazos de niebla en mi ventana;

hay el rodar de una diadema de lobos

por el ardor de la playa pacífica.

No me veas, no mires lo que te ofrezco:

estos utensilios de ígnea tinta, estas luidas

imperfecciones de trapo en mis vestidos, estos

endulzados chispazos de mis manos cuadruplicadas

entre tus piernas de vacío animal hecho de luz dorada.

Tú canta, una y otra vez, así como amorosamente estés:

desnuda, maltrecha, enronquecida.

 

 

*Primera edición en Crines, lecturas de rock, editorial Penélope, 1984. Carlos Chimal, compilador.

Segunda edición, Crines, otras lecturas de rock, ERA, 1994.

 

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