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martes, octubre 15, 2024

LiterNatura

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Andrés Cota Hiriart*  

 

Asentemos el punto crucial desde el principio: no hay nada como la buena literatura. Nada. Y si esta, además, de algún modo comunica la ciencia, entonces podemos afirmar que estamos ante una de las formas más ricas del conocimiento. O, cuando menos, existen pocas cosas que yo disfrute leer tanto como aquellos textos que, valiéndose de una narrativa poderosa, tratan aspectos sobre el mundo real y sus fundamentos. No es que tenga nada en contra de la ficción, lo opuesto, sin embrago, es en ese género que, a falta de una terminología más rica, parte de su negación —la noficción—, que encuentro mis lecturas más atesoradas. En especial aquellas que versan sobre la naturaleza y sus componentes primordiales. Ensayo, crónica, biografía, poesía, guion escénico o novela, la forma no es lo relevante, sino el fondo, y que, claro: la calidad de la escritura sea la que marque la pauta de acción y no una mera pretensión divulgativa sobre los temas bajo escrutinio.  

Aunque quizás podría proponerse que el saber es apetecible por sí mismo, la verdad es que, si va acompañado por una prosa entretenida, el cerebro lo digiere con mayor deleite. Somos entes de intelecto dramático, nos percatemos de ello o no, generalmente interpretamos los fenómenos que suceden a nuestro alrededor, o a los demás individuos, por medio de historias. A partir de ellas es que desatamos el poderoso simulador cerebral con el que viene equipada nuestra conciencia, ponemos en marcha el juego de espejos neuronales y la empatía. Nos planteamos virtualmente cómo podría llegar a sentirse eso que no hemos experimentado en carne propia. Visualizamos parajes en los que nunca hemos estado y probablemente nunca estaremos.  

Nos abstraemos y penetramos en dimensiones prohibitivas para nuestras posibilidades anatómicas inmediatas, desde los minúsculos meandros de las partículas elementales hasta los albores siderales del universo. Encarnamos otros tiempos, otros cuerpos, y quizás lo más importante: nos quitamos a nosotros mismos del centro. Acallar, así sea durante unos minutos, la ecolaquia perenemente autoafirmativa del ego y abrir nuestras perspectivas, esa es la mayor dicha.  

Pocas cosas nos resultan tan placenteras a los humanos como activar los engranajes del pensamiento y despertar al monstruo magistral de la imaginación. Y de las múltiples estrategias para conseguirlo, probablemente sea la narrativa, y específicamente aquella trasmitida a través de texto, la más eficaz. Ya que, de manera análoga a la música como llave a las emociones, la literatura lo es al intelecto. No muestra nada concreto, pero sugiere todo. Dispone las pautas para formular las sinapsis, interpretar y materializar el relato, y así traducir lo que describe en paisaje habitable. Los libros también son espacios físicos, se pueden caminar.  

El proceso es conocido, pero no por ello menos intrigante: las letras se asocian formando palabras, las palabras se suceden dando lugar a oraciones y estas, a su vez, se escurren por los párrafos conformando la cascada de la página. Hasta que de pronto todo desparece para dar rienda suelta a las maquinaciones mentales. O como mínimo se pierde la noción del catalizador simbólico que está consumiéndose. Los ojos se deslizan sobre los caracteres casi en automático llevándonos cada vez más lejos de nuestro lugar preciso en el tiempo y el espacio. Pero ¿qué hace que un manuscrito sea mejor que otro? Si se tratara de una respuesta sencilla entonces la labor del autor no sería cuestión meritoria. Sin embargo, no es así.  

La buena escritura, como toda empresa artística, está a merced de múltiples factores que rara vez se conjugan de manera prodigiosa y es por eso que las verdaderas obras maestras son tan escasas. Un texto que valga la pena, al igual que cualquier otra pieza de arte digna, siempre será más que la suma de sus partes. No obstante, tampoco es que no se pueda desmenuzar al organismo y analizar sus ingredientes. Yo diría que todo intento que no integre humor, reflexión personal y claridad será completamente fallido. Así como aquellos que no manoseen imprudentemente la imaginación del lector o tienten su curiosidad (de perdida su morbo). Apelar al lado humano de los protagonistas —me refiero a sus contradicciones, recurrencias, discordancias y tropiezos— también es primordial y, de igual manera, mantener cierta tensión dramática para impulsar a que la lectura no sea interrumpida. A fin de cuentas, hasta la historia de cómo fabricar un palillo de dientes puede llegar a ser interesante y una expedición en búsqueda de niños salvajes al Congo francamente soporífera. Todo depende de cómo se narre. 

De cierta manera la literatura científica podría ser equiparada con el documental cinematográfico en el sentido de que no estamos ante un género que pueda ser definido por estilo, registro o forma particulares sino por contenido y expectativas. Esto último con respecto a la manera en la que interactuamos como público con sus productos. Al abordarlos no solo tenemos la expectativa propia de la ficción, que nos mantiene a raya por la manera en la que se cuenta la anécdota —esa inevitable necesidad de saber ¿qué va a pasar?—, sino que nos encontramos inmersos en una especie de argumentación narrativa de la que ansiamos aprender algo. Por eso la labor se complica aún más, pues existen dos dimensiones psicológicas completamente distintas que satisfacer.  

Pero bueno, basta de elaborar sobre teoría. Después de todo se dice que no hay mejor manera de pregonar que con el ejemplo, así que traigamos a colación algunas de las voces más singulares de la liternatura. Sus pilares si se quiere. Por supuesto que antes habría que dejar completamente resuelto: ¿qué es liternatura? El escritor catalán Gabi Martínez ha propuesto esta palabra para hablar de la escritura que dialoga, artística e íntimamente, con la naturaleza en todas sus dimensiones, desde los microbios que habitan nuestro cuerpo hasta las ballenas que surcan los mares, desde las profundidades geológicas hasta los ecosistemas que la actividad humana ha amenazado.  

Escribir y leer sobre algo implica valorarlo y convertirlo en parte de nuestra vida interior. Por eso, la liternatura es una forma de ampliar nuestros horizontes y luchar contra el ecocidio rampante que nos rodea. En palabras del escritor y ambientalista mexicano Jorge Comensal: «Ante la desconexión de la cultura urbana con la naturaleza, divulgar y celebrar la literatura y las artes que abordan lo silvestre puede ser una forma terapéutica de enfrentar la ansiedad producida por las crisis ambientales y un semillero de ideas para mejorar nuestra relación con la biosfera.  

 

Jane Goodall  

Imagen original: Jeekc – Selfpublished work by Jeekc, CC BY
2.5, https://commons.wikimedia. org/w/index.php curid=1309157

Quizás Jane no necesite mayor carta de presentación, después de todo se ha fraguado ya en el imaginario colectivo como el arquetipo de la ambientalista y bióloga de campo por antonomasia. Probablemente sea la primatóloga más famosa del mundo y una de las personas que más ha contribuido a cambiar el paradigma de la evolución de nuestra propia especie a partir de sus observaciones y contacto con los chimpancés a lo largo de siete décadas (por ejemplo, haber demostrado que nuestros parientes vivos más cercanos también emplean herramientas y expresan rasgos culturales). Vamos, que no muchas naturalistas —personas en general— pueden jactarse de haber aparecido en los Simpsons, tener no una sino varias portadas del National Geographic en su honor, e incluso una Barbie y un set de lego inspirados en su figura. Autora de quince libros, de los cuales probablemente el más destacable sea Throgh a window: 30 years of obsserving the Gombe Chimpances (1990) y participante en veintitrés películas documentales, ya sea como personaje retratado o parte del equipo de producción.  

A sus ochenta y nueve años de edad, Jane sigue siendo sumamente activa, una de las voces líderes de la conservación y del bienestar animal, Mensajera de la Paz de la Organización de las Naciones Unidas y fundadora del Instituto Jane Goodall y del programa Roots & Shoots. Para comenzar a adentrarse en su tremendo legado, se recomienda empezar por el documental de 2017, Jane, en el que el director Brett Morgen parte del material de stock encontrado apenas en 2014 que retrata los primeros años de Jane con los chimpancés. 

 

Biruté Galdikas  

Imagen original: Simon Fraser University – University Communications – https://
www.flickr.com/photos/ sfupamr/5577180639/, CC BY 2.0, https://commons.wikimedia. org/w/index.php?curid=44793593

Junto a Jane Goodall (y su trabajo con los chimpancés) y Dian Fossey (en lo que respecta a los gorilas) la canadiense Biruté es una de las musas de la primatología moderna. Todas ellas discípulas del célebre-polémico antropólogo Louis Leakey —bautizadas por la misma Galdikas como «Las Ángeles de Leakey»— y quizá las tres personas que mayores esfuerzos han realizado por la conservación de los grandes primates; a Fossey incluso le costó la vida. Es en buena medida gracias a los estudios minuciosos de Galdikas como sabemos algo sobre la etología de los únicos grandes simios asiáticos. Los secretivos orangutanes y su sofisticada vida en la copa de los árboles. Entre sus libros destaca: Reflejos del Edén: Mis años con los orangutanes de Borneo (2013), unas memorias extensas y desenfadadas, tan fascinantes como poéticas y publicadas por Pepitas de Calabaza. En opinión de Norman Lear: «Fascinante… una obra de una importancia trascendental».  

Se cuenta que cuando Birute le expresó a su mentor que tenía la intención de dirigirse a Borneo para estudiar los orangutanes, Leakey le advirtió que si tal era el caso, tenía que extirparse el apéndice, porque en la selva indonesia no habría hospitales que pudiesen atenderla de sufrir una apendicitis. Ella respondió que estaba dispuesta no solo a quitarse el apéndice, sino también las amígdalas de ser necesario. Días más tarde, Leakey le dijo que solo había sido una prueba para comprobar si realmente estaba dispuesta a afrontar todos los obstáculos que la aguardaban. Obstáculos contra los que sigue luchando a sus setenta y siete años de edad en su afán infatigable por proteger a los simios pelirrojos.  

 

Diane Fossey  

Imagen original: http:// episodeinfo.com/tvshows/?p=784,
Fair use, https://en.wikipedia.
org/w/index.php?curid=28271827

En 1963, apoyada por Leakey, Diane llegó a las montañas de Ruanda y la República democrática del Congo para estudiar a los gorilas. Las condiciones de esa zona eran bastante más conflictivas que las que encontraron Jane y Biruté en sus respectivas áreas de estudio. No obstante, Diane consiguió abrirse camino y ganarse la confianza de los gorilas. Con el tiempo desmitificó las nociones de que los poderosos primates de pelaje negro eran violentos y a lo largo de décadas batalló contra los cazadores furtivos. En 1983 publicó su libro emblemático: Gorilas en la niebla, posteriormente llevado a la pantalla grande con Sigourney Weaver interpretando a la primatóloga. Tristemente ese mismo año fue asesinada a machetazos por los cazadores furtivos. 

 

Gerald Durell  

Imagen original: Jon Mountjoy – originally posted to Flickr as IMG_1210.JPG, CC BY 2.0, https:// commons.wikimedia.org/w/index.
php?curid=4563116

Padre indiscutible de la reproducción en cautiverio de especies exóticas, el gran Gerald Durell tiene también a su merced una de las plumas más entretenidas en lo que a zoología refiere. Narraciones que nunca parecen abandonar esa mirada lúdica e infantil (“infantil” en el mejor de los términos posibles) que lo llevó a descubrir los secretos de la vida silvestre de Corfú, isla griega en la cual creció y sobre la cual relata en My Family and Other Animals (1956), Birds, Beasts and Relatives (1969) y The Garden Of the Gods (1978). En las páginas de Durell las fieras son tratadas con el mismo cariño y cercanía que los miembros de la familia (personajes victorianos entrañables entre los que figura su hermano Lawrence Durell, también escritor notable que el lector versado probablemente conozca por su famoso Cuarteto de Alejandría).  

Citando el suplemento literario de The Times «si los animales, pájaros e insectos pudieran hablar, con toda seguridad concederían a Gerard Durell uno de sus primeros premios Nobel». Otros de sus títulos sobresalientes son The Overloaded Ark (1953), sobre sus aventuras capturando ejemplares de fauna salvaje y las peripecias involucradas en posteriormente desarrollar métodos para mantenerla y propagarla en cautiverio, y The AyeAye and Me (1992).  

 

Redmond O’Hanlon  

Imagen original: Matthieu van den Berg – Own work, CC BY-SA
4.0, https://commons.wikimedia. org/w/index.php?curid=54572514

Naturalista británico contemporáneo pero de la vieja escuela, el intrépido Redmond se abocó durante años a recorrer el mundo en busca de los últimos reductos de selva prístina. Sus pasos lo llevaron desde Indonesia hasta el África subsahariana pasando por Latinoamérica y las islas remotas del Pacífico sur. Es sobre sus andanzas que escribe, siempre con ese humor sarcástico, característico de los ingleses, de alguien que no está hecho para la vida de campo, pero que se ve de pronto envuelto en una expedición a tierras indómitas donde abundan los caníbales. Entre sus libros más memorables está Into the Heart of Borneo (1984), viaje trepidante y evocativo hacia el corazón mismo de la jungla de Borneo al lado de su amigo el poeta James Fenton para buscar los últimos ejemplares de rinoceronte enano (con seguridad uno de mis títulos favoritos de toda la literatura).  

Sigue In Trouble again (1988), aventura en donde su acompañante es un fotógrafo engreído y el destino es el Amazonas, o mejor dicho lo más profundo de la selva amazonia. Y en No Mercy: A Journey Into the Heart of the Congo (1997), el turno toca a las difíciles tierras altas de las selvas del centro de África en busca de gorilas y muchos problemas en compañía de los pigmeos y su amigo Larry. Finalmente, en Trawler (2003), Redmond voltea la mirada hacia su isla natal y se pregunta cuál será la última frontera salvaje de la Unión Británica, cuestionamiento que lo lleva a pasar un mes a bordo de un barco de pesca de aguas profundas en los intempestivos mares del Atlántico norte y durante periodo de huracanes.  

 

Douglas Adams  

Imagen original: Diseño hecho para Ken Campbell’s Science Fiction Theatre of Liverpool. – Mayo de 1979., CC0, https://
commons.wikimedia.org/w/ index.php?curid=51381484

Autor renombrado, humorista y locutor de la BBC, es el único de esta breve lista que no es científico. Mundialmente conocido por su saga de ciencia ficción satírica: The Hitchhiker’s Guide to the Galaxy, con cinco títulos y más de 15 millones de copias vendidas, Adams posee ese extraño don del humor brillante, comentarios sumamente inteligentes pero elaborados de manera tal que producen carcajadas incontrolables. Lo incluyo aquí en especial por un libro de su autoría en colaboración con el zoólogo Mark Carwadine: Last Chance To See (1990), que narra sus aventuras tras la pista de los animales más amenazados por la extinción en ese momento. Desde las aguas turbias del río Amarillo en China en busca del Baji (delfín de agua dulce que tristemente hoy en día ya se encuentra extinto), hasta las cumbres de Nueva Zelanda en busca del Kakapo, un perico nocturno de gran tamaño del cual apenas sobreviven unas cuantas decenas de ejemplares. También visita Zaire (hoy República Democrática del Congo) para ver al rinoceronte blanco, Komodo para conocer a los famosos dragones y las islas Mauricio. En suma, uno de los manuscritos más divertidos e ilustrativos que se hayan elaborado sobre el mundo salvaje y la cuestionable interacción que hemos entablado con la naturaleza. Sumamente disfrutable y entretenido y a la vez profundamente perturbador. Cerremos estas recomendaciones con el mismo Douglas Admas hablando sobre sus aventuras en la más que divertida charla: Parrots, the Universe and Everything. 

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