|Aldo Báez*
Se dice que en los periodos de crisis los espíritus inquietos se despiertan. En nuestro país, más allá de los discursos de renovación moral, de una realidad económica que se devaluaba y desmoronaba cada día, se generó un amplio panorama de reconstitución de nuestras letras. Los años ochenta fueron un verdadero caldo de cultivo. Escritores, periodistas, intelectuales, docentes e investigadores buscaron crear y recrear algunos espacios, donde sus voces pudieran anunciarse, elevarse; en donde la crítica, tanto a las instituciones políticas como a las de carácter cultural, se hicieron patentes.
Por esos años, lo pronunciamientos sobre el movimiento estudiantil de 1968 cobraban realidad y la necesidad de otorgar a la voz una libertad real era inevitable. Ya se tenía el antecedente de la fractura originada en el periódico Excelsior en 1976 y, en específico, contra el periodista Julio Scherer, se acentuaba y el fantasma de la censura oficial y oficinista rondaba las esquinas de la libertad y de la libertad de expresión, ya para entonces resultaba muy complicado mantener el control por medios oscuros y, finalmente, tuvo que ceder algunos espacios.
Las pequeñas libertades ganadas al régimen imperante se apropiaban y arrancaban áreas nuevas. Entre las varias conquistas, la que aquí no ocupa, es la referida a la expansión –y lucha encarniza entre creadores, artistas e intelectuales–, esto originó, por un lado, la apertura y consolidación de revistas culturales y literarias y, por otro, algunas de las formulas más socorridas para la subsistencia del establishment.
Después del golpe a Excelsior y la consabida renuncia masiva de todos los intelectuales ya artistas que conformaban el suplemento Plural, no sólo no debilitó el proyecto, sino que a cambio trajo la aparición del periódico unomasuno y la revista Vuelta y sus contras y sucedáneas respuestas La jornada y la revista Nexos. Entre todos ellos, aun con sus vicios correspondientes, es indudable que configuraron un nuevo rostro en el quehacer crítico, pero sobre todo perfilaron otro sentido a la construcción cultural mexicana. Podríamos decir que estas criaturas en conjunto con la reforma electoral comenzaron a picar piedra en la situación, desalmada o como sea, que ahora vivimos.
Por eso y como resultado de la profunda crisis que desde 1982 acontecía en todo el país, –y que en esos momentos– se podría pensar que todo se vendría abajo y que únicamente era importante pensar en una balsa de salvación, emergió desde algún rincón de la Benemérita Universidad Autónoma Puebla un grupo de jóvenes que consideró oportuno asirse a los márgenes de uno de los instrumentos de mayor tradición dentro de la cultura y literatura nacional: las revistas.
Así como jóvenes de otras épocas habían decidido emprender la marcha, reuniendo fuerzas para alzar la voz e intentar plasmar sus posiciones, su forma de pensar; en Puebla en 1982, volvió a ocurrir el sortilegio: otra revista daba su luz, otra rama que podía dignamente inscribirse en esa honrosa tradición. Por eso, tal vez, “La historia de la literatura moderna, dice Octavio Paz, en Europa y en América, se confunde muchas veces con la de las revistas literarias.”
Desde la revista Azul que, a finales del siglo XIX, nos había enseñado de la mano de Manuel Gutiérrez Nájera –algunos dirán que fue con Renacimiento en 1867 con Ignacio Manuel Altamirano– pero si se trata de Revistas literarias, es seguro que no es así. (ver extenso estudio en Humberto Batis). Pasaron los gloriosos años 20 de Ulises y Contemporáneos –como corolario de una nutrida producción de revistas– ; las siguientes dos décadas de Taller, Taller poético o la Revista mexicana de literatura, donde Rafael Solana, por su parte, director de la revista Taller Poético, años más tarde nos contó cómo era la situación de una revista, “la revista que hice yo solo o casi, nos dice, cuyo propósito era el de lograr la concordia entre todos los poetas existentes en México; era una revista de unificación […] compraba yo el papel, poco, porque nuestras tiradas eran cortas, pero muy fino, y yo mismo vendía las suscripciones y los números sueltos…”; poco tiempo después sobrevino la época de los enormes suplementos literarios desde México en la cultura y La cultura en México encabezados por Fernando Benítez hasta Plural de Octavio Paz. Se atendió y vigorizó el universo de las letras dando lugar, incluso a la creación de algunas de las editoriales e instituciones culturales que hasta la fecha han mantenido a la literatura nacional con cierta dignidad.
Nació Vuelta y de ahí la proliferación de las revistas y proliferación de suplementos literarios desde sábado de Batis, Semanario Cultural, del desaparecido periódico Novedades de José de la Colina, o El dominical de El Nacional, entre otros, dibujaron los años ochenta. Por esos años en la ciudad de Puebla y con más certeza en la benemérita universidad aparecieron márgenes y La infame turba.
Si pensamos que las revistas culturales son espacios para la imaginación, creación, el placer estético, la reflexión, la crítica y la memoria, y que siempre han tenido como protagonista al ser humano (y que en ese espacio se puede sentir, pensar, hacer), no es difícil concluir que las revistas favorecen de forma determinante a la humanización del individuo.
Por eso, la aparición de una revista de literatura desde aquellos tiempos era siempre motivo de celebración. Primero, porque se erigía como un desafío a la barbarie de la civilización tecnológica; después, porque asumía un compromiso con la cultura, que es el lugar de lo humano.
Por más de una razón en las revistas literarias, además de posibilitar la transmisión y circulación de ideas estéticas, de ser vehículos de promoción y consolidación de grupos literarios, de exploración, innovación y trasgresión literaria, han concretado la acción de quienes creen en la movilidad de estas.
En la actualidad, a las revistas literarias podríamos decir que se les exige un talante o sentido más sensible a los temas culturales, pues no sólo se les pide ser espacios de libre expresión, también se les demanda, ser punto de encuentro que ofrezca una permanente lectura-reflexión-crítica, frente a una sociedad, en definitiva, hedonista y utilitaria, cuyos valores de vida sólo son: competir, producir, consumir, acumular.
Pues, también se piensa que la literatura además de ser expresión humana, debe satisfacer algunas funciones dentro de nuestra cultura, tales como la ideológica, la pedagógica, la poética y la social […] e incluso consideran que la novela, el cuento o el ensayo, deben asumir entre muchas cosas diversas formas de ver y conocer la vida. A lo que se concluye que la función social de la literatura pertenece al ámbito artístico […] por eso se concibe que las revistas literarias están comprometidas con su tiempo y deben facilitar la toma de conciencia de la situación cultural del momento, dilucidar en sus expresiones artísticas un cuestionamiento del vivir diario, sin perder de vista la constitución de una sociedad mejor.
Parte de su vocación social, es estar al día de los avances sociales y culturales, por discutirlos en su justa dimensión, así la palabra escrita, se torna idea, reflexión, pero, sobre todo, crítica. Así las revistas, abren caminos y tienden puentes para con su realidad, son sitios que concilian la amplitud de criterios, la apertura a distintas corrientes ideológicas, como medios de conocimiento, análisis y degustación literaria de y para la sociedad. Recordemos a Ezra Pound cuando nos dice que No estoy en estos triviales recuerdos meramente “recogiendo margaritas”. Un hombre no conoce sus señas (en el tiempo) hasta que sepa dónde están su tiempo y su medio ambiente en relación con otros tiempos y condiciones.
Por eso, el rostro cultural de las revistas literarias ha ayudado a cimentar una literatura regional de todas las entidades al poder dar cuenta de lo que se crea en el hic et nunc, “aquí y ahora”, donde vivimos todos nosotros. Rescatar la literatura de provincia, ante un centralismo que siempre minimiza. El ejemplo de México, es claro, la mayoría de las revistas, son editadas en la capital y son pocas las publicaciones en otros estados, que han logrado prestigio nacional. El centralismo, es irrefutable.
Con márgenes, la infame turba y kórima se establece un periodo (1984-7) que, aunque breve a la postre significaría el punto de quiebre entre la Puebla anterior y lo que ahora, en cierta manera, es. Pero, además, como un signo vigoroso contra el carácter centralizado. Pues, este tipo de revistas junto a otras como La palabra y el hombre, de la Universidad Veracruzana, como lo observa Juan Pedro Delgado Pérez que surgen de la misma forma como las de los principales centros intelectuales del país (Universidad de México, Filosofía y Letras o Diálogos de la UNAM, Casa Tiempo de la UAM,), que aparecen como un “órgano representativo de las instituciones”. Pero, además, resulta poco frecuente que las revistas universitarias (…) apelen al discurso de la contracorriente y la épica o reiteren la dificultad de la edición. Por el contrario, más que centrarse en los intereses y propósitos de la publicación literaria, estas revistas algunas veces generan un discurso de extensión académica y cultural del organismo que las solventa”.
En este caso específico, considero que dentro de las revistas que nos ocupa y, que incluirá algunos años después, a la revista Critica, más allá del sentido institucional, el centro de su discurso y de su propia existencia marca la pauta para concluir con un periodo de la literatura caracterizado por su inclinación, más que nada anecdótica, que habían marcado su presencia en el estado, como los movimientos estridentista –pieza clave para la comprensión cultural de los derroteros culturales de Puebla y que encabezaba List Arzubide– y la legendaria bohemia poblana, de efectos similares a nivel local, pero que no habían empeñado sus esfuerzos por insertarse dentro de la tradición literaria moderna.
En ese sentido, y por dar un sentido a la historia de las letras poblanas, es que considero que aparece márgenes, y en cierta forma, uno de los animadores de ella, Alejandro Meneses (qepd), a través de su ensayo intitulado “Después de la caída”, sin duda, en una serie de razonamientos sobre la literatura beat, le otorga quididad, esencia, a la revista, pues afirma que “el margen no sólo es elemento constitutivo de la contracultura, sino un deseo; hasta el punto que todo lo marginal es gozo de prohibición transgredida, es contracultural. Esta inmediatez, esta identificación por sí misma, puede resultar arriesgada pero era fundamentalmente cierta en los 60 y 70, pero nosotros, habitantes de los 80 (utópico futuro de esos años) tenemos que negarla” y además agrega que era cierto que “el artista era consiente de su marginalidad desde el romanticismo, o mejor aún, de sus escuela decimonónicas, pero entonces su individualidad estaba sola, abandonada a sus propios demonios” y concluye más adelante, “Nuestra herencia es la contracultura, el rock, tantas cosas. Neguémoslas para rescatarlas y asumir nuestro tiempo”.
Por eso no debemos pensar que marginalidad significa necesariamente, algún sentido de vulgaridad, pues recordemos con Raymond Williams que lo marginal es aquello que escapa a lo dominante y que en ningún sentido quiere significar a aquello que, aunque no vale la pena o es contestatario o, más aún, lo que quiere ser prosaico e intenta desvirtuar, sin sentido, lo cánones de la literatura. No, estar al margen nos permite plantear las cosas de la vida desde una posición de altura, que muchas veces se retrotrae al discurso que domina porque parece que todo ha perdido sentido. Marginal es, por ejemplo, El enemigo del pueblo, cuando Ibsen nos enseña que si alguno de los que opinan tiene la razón, entonces un millón puede estar en contra, pero nunca la tendrá, en el sentido del arte como expresión de la cultura, no requiere de la anuencia del pueblo.
En ese mismo sentido la Infame turba no abandona la marginalidad pues desde el nombre que recupera a la fábula mitológica Polifemo de Luis de Góngora, La infame turba de nocturnas aves, / gimiendo tristes y volando graves, lo que describe en la estrofa es la oscura y profunda cueva que sirve de cobijo al cíclope, son murciélagos, habituales moradores de la cueva. Animales marginales y nocturnos y, por cierto, poco complacientes aún en sus terribles leyendas.
Asimismo, aunque con indiscutible calidad menor podríamos pensar en Kórima, otra revista de corte marginal, que por cierto ninguno de los hacedores o del consejo de las dos revistas anteriores participó de ella, así que, sin que las indígenas rarámuri tengan que decirte “korima”, pues en su lengua no existe la palabra “dame” sino korima, que significa “compartir”, al menos esta revista compartió el mismo sentido de marginalidad, pero nunca el carácter propositivo y visionario.
Con las dos primeras, además se establece una franca inmersión en la búsqueda de cierta modernidad, pues se vuelve el rostro hacia la historia y las obras literarias de las más variadas latitudes, que propicia un cambio en el gusto. En ellas se privilegia la función de la palabra (quididad), es decir, ésta emerge como fuente del poema y la escritura, al tiempo que permite que trasluzcan y traspiren voces de poetas como las de Celan, Saint John-Perse, Neruda, Vallejo, Rilke, sin descuidar algunos ecos de Contemporáneos, Huerta, Paz e inclusive Francisco Cervantes, Eduardo Lizalde o Antonio Cisneros, el magnífico poeta peruano.
Para que esto pudiera realizarse, se perciben rasgos determinantes con la participación de Raúl Dorra, aún maestro de la facultad, pues no es gratuita la aparición de notas y fragmentos de la obra de alguien como Macedonio Fernández o del mismo Borges, ya que a través de ellos se recupera la discusión entre el discurso oral y escrito, un poco como la de aquellos momentos en Puebla.
Por otro lado, en estas revistas también se ve la preocupación por la forma y disposición de la escritura, que era una construcción indispensable si se quería crear otro discurso diferente al imperante.
Si revisamos desde ahora la obra de los antiguos miembros del consejo de Redacción de aquellas revistas nos encontramos además del maestro Dorra, con muchos de los actores de las letras poblanas actuales. Alejandro Meneses, Julio Eutiquio Sarabia, que después –junto con Armando Pinto- se fueron a reconstruir el rostro de la revista Crítica, una de las mejores revistas literarias en la actualidad, y para eso tuvieron que cambiar el sentido, pues antes de su llegada, se publicaban artículos de política y economía como “La ciencia y la producción mercantil capitalista” o “Categorías y técnicas jurídicas”, como Enrique de Jesús Pimentel, creador Catacumbas en 1984, el primer buen libro de poesía de estas latitudes, Víctor Rojas poeta y actualmente el editor de la famosa Lunarena y difusor de muchas de las voces poblanas y nacionales, a través de las colecciones poetasdeunasolapalabra y El secreto serie mayor, así como una más reciente de ensayos literarios, Jorge Juanes (que después también se fue a Crítica ) uno de los mejores críticos de arte con que cuenta el país, Juan José Ortizgarcía y Hugo Vargas. Incluso, podríamos agregar a Gerardo Lino y Juan Jorge Ayala, que, aunque no formaron nunca parte del consejo estuvieron cerca.
Sin embargo, no podemos olvidar las diferencias y estilos adoptados por cada uno. Alguien llegó a pensar en algunas características del neobarroco que, salvo en el caso de Sarabia y Lino, con todas las salvedades posibles, es difícil pensarlos por ahí.
Una cosa es segura, de este grupo surge lo que es la literatura en Puebla en los últimos 20 años, aunque no se puede negar que eso implica algunos riegos y las diferencias entre ellos se han acentuado o en algunos casos, cierta propensión al silencio o a la inmovilidad.
De este grupo se da la base por lo menos para algunas de las reuniones y ensayos que se han podido realizar sobre las letras poblanas tales como las revisiones de Juan Jorge Ayala, con Ala impar o Pedro Ángel Palou, con su historia de las letras poblanas. Éste último fue director de la revista de pensamiento y cultura con ciertas preocupaciones literarias Revuelta de la UDLA.
Entonces, vemos que las revistas literarias, siempre y en todas partes han representado a grupos, movimientos y eso les da cierta coherencia, regularmente se reúnen los que encuentran cierta afinidad ideológica o estilística, o en otros casos, son excelentes medios de difusión tanto para autores como para posturas estéticas, así mismo como entidades representativas de instituciones.
Dice el epígrafe de Paz en la Estación Violenta que O soleil c´est le temps de la Raison ardente (El sol es el tiempo de la razón ardiente) –es Apollinaire quien habla– como una manera de hacer un presente desde una voz, un ritmo, una armonía y fue por aquellos años cuando en una nota sin firma –que debo pensar como responsabilidad de un editor o de un Consejo de redacción– y coincide con la postura de un grupo de jóvenes universitarios, por allá de mediados de la década, cuando frisaban los veintitantos años publicaron y dieron fe –casi como homenaje a un libro fundamental para la comprensión y recorrido de la poesía mexicana– a muchas de sus aspiraciones y promesas. Qué simple forma de enfrentar su sino frente a las letras, pues habían publicado esta reseña en el primer número de una revista que parecería continuación de un proyecto anterior. Y digo proyecto, porque siempre una revista literaria encubre y saborea algún proyecto, una forma de caminar hacia el frente.
Una manera de saber que nuestro presente siempre se concreta desde atrás, desde la tradición, desde nuestra propia historia.
Ahora, para los que gusten de los ciclos en el tiempo, casi 30 años después, otros – ¿o, tal vez, los mismos? Desde un proyecto de aquello que Hughes Trevor-Roper enuncia sobre la imaginación histórica, se empeñaron en pensar que, en su ciudad, en Puebla, se podría crear y creer en la fortaleza de una revista, o en la posibilidad de sobrevolar la historia a través de la concreción que les brindaría el poder incursionar de un solo aletazo, su mirada en las letras universales.
Se podría pensar que, desde aquellos años, todo estaba listo para ofrecer, por vez primera, –si me equivoco, solo fue debido a la falta de paciencia, o a cierta pereza que me produce buscar filones donde solo miro piedras– sus voces las voces de otros a través de su voz como parte fundante de un discurso, que siempre debe ser creado alguna vez, pensado abiertamente de aquello que, por esos años, Habermas pensaba como el discurso inconcluso de la modernidad. No es aventurado suponer que con dos revistas este grupo de jóvenes, o, mejor dicho, una buena expresión universitaria, había tomado la aventura de la modernidad, para fincar sobre de ella, no sólo un discurso, sino lo que –ahora puede pensarse como su vida.
Se revisaron algunas revistas como Boulevard, Vitral, Letra rota, La masacre de Cholula, Ítaca e incluso Ulises, Adrede y Unidiversidad, y por razones, primero de tiempo y después por las de carácter estrictamente literario, no hablaremos ahora de ella.