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sábado, noviembre 23, 2024

A una dama muy joven, separada

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En un año que has estado  

casada, pechos hermosos,  

amargas encontraste  

las flores del matrimonio. 

 

Y una buena mañana  

la dulce libertad  

elegiste impaciente,  

como un escolar. 

 

Hoy vestida de corsario  

en los bares se te ve  

con seis amantes por banda  

—Isabel, niña Isabel—, 

 

sobre un taburete erguida,  

radiante, despeinada  

por un viento sólo tuyo,  

presidiendo la farra. 

 

De quién, al fin de una noche,  

no te habrás enamorado  

por quererte enamorar! 

Y todos me lo han contado. 

 

¿No has aprendido, inocente,  

que en tercera persona  

los bellos sentimientos  

son historias peligrosas? 

 

Que la sinceridad  

con que te has entregado  

no la comprenden ellos,  

niña Isabel. Ten cuidado. 

 

Porque estamos en España.  

Porque son uno y lo mismo  

los memos de tus amantes,  

el bestia de tu marido. 

 

Contra Jaime Gil de Biedma

De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación —y ya es decir—,
poner visillos blancos
y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes luego tú pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,
zángano de colmena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?

Te acompañan las barras de los bares
últimos de la noche, los chulos, las floristas,
las calles muertas de la madrugada
y los ascensores de luz amarilla
cuando llegas, borracho,
y te paras a verte en el espejo
la cara destruida,
con ojos todavía violentos
que no quieres cerrar. Y si te increpo,
te ríes, me recuerdas el pasado
y dices que envejezco.

Podría recordarte que ya no tienes gracia.
Que tu estilo casual y que tu desenfado
resultan truculentos
cuando se tienen más de treinta años,
y que tu encantadora
sonrisa de muchacho soñoliento
—seguro de gustar— es un resto penoso,
un intento patético.
Mientras que tú me miras con tus ojos
de verdadero huérfano, y me lloras
y me prometes ya no hacerlo.

¡Si no fueses tan puta!
Y si yo no supiese, hace ya tiempo,
que tú eres fuerte cuando yo soy débil
y que eres débil cuando me enfurezco…
De tus regresos guardo una impresión confusa
de pánico, de pena y descontento,
y la desesperanza
y la impaciencia y el resentimiento
de volver a sufrir, otra vez más,
la humillación imperdonable
de la excesiva intimidad.

A duras penas te llevaré a la cama,
como quien va al infierno
para dormir contigo.
Muriendo a cada paso de impotencia,
tropezando con muebles
a tientas, cruzaremos el piso
torpemente abrazados, vacilando
de alcohol y de sollozos reprimidos,
Oh innoble servidumbre de amar seres humanos
y la más innoble
que es amarse a sí mismo!

 

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