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jueves, diciembre 26, 2024

Invitación a Misa

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Rememorando mi faceta de la infancia y específicamente a finales de la década de los noventa, puedo visualizarme en aquellas tardes-noches en casa, buscando con engañosa calma entre toda esa compilación de discos compactos propiedad de mi señora madre, una obra musical en particular que yacía entre los muebles empleados para albergar su compleja colección. Después de unos instantes de ferviente concentración para dar con el paradero exacto de mi objetivo, mis manos se encontraban con una portada en la que lucía un dibujo del legendario compositor alemán Johann Sebastian Bach (desde el Sacro Imperio Romano Germánico para el mundo), mientras se podía leer el título Greatest Hits Bach. 

Ahí me encontraba yo, colocando el disco compacto en el reproductor, al ritmo humeante de las varitas de incienso que previamente se encontraban realzando aquel ambiente barroco. Eras sesiones cautivadoras, siempre aderezadas con las notas prodigiosas de uno de los músicos más prolíficos de la historia… preparado para hechizarme. 

Todo lo anterior, sembró infaliblemente en mí la semilla de la música clásica, cuyos brotes me preparaban para disfrutar más tarde a Bach desde un virtuosismo eclesiástico que posó en su obra Misa en si menor, BWV, 232 (Alemán: h-Moll-Messe). 

Más allá de mis particulares reflexiones religiosas, que fui concibiendo a través de los tiempos, y de mis deducciones acerca de la fe espiritual, llegó un punto en que mi mente y corazón consiguieron cohesionarse en una placentera armonía de contemplación y percepción, permitiéndome explorar la parafernalia católica, emprendiendo una aventura sensorial e intrigante, absorbiendo la magia de sus ritos, la suntuosidad de su arquitectura, la sublime ornamentación de sus interiores, los sagrados aromas de sus rincones… Sensaciones que atesoro en mi alma, como piedras preciosas que revolotean con toda la vehemencia de sus rozagantes colores. 

Bach trabajó en esta obra sacra entre 1724 y 1749. Se compone de 27 piezas divididas en cuatro conmovedoras secciones llamadas Misa, Symbolum Nicaenum, Sanctus y la última Osanna, Benedictus, Agnus Dei, Dona Nobis Pacem. En ellas podemos apreciar un magnífico despliegue de la técnica impoluta del compositor, invitándonos a un recorrido litúrgico envuelto en gloria, luto, encuentros terrenales, pecado y expiación.  

Es la conjunción Humanidad-Divinidad en su más pomposo y escultural esplendor, como si desde la instrumentación de la obra, las paredes de las iglesias resonaran abruptamente, y por medio de los coros, los ángeles nos enviaran cartas con peticiones sinceras para enderezar nuestras sinuosas rutas en la vida. 

Cada pieza de esta obra, me traslada a un laberinto (del que me resisto salir) de pasajes empolvados, como los recuerdos de las visitas a la Iglesia en mi natal Huauchinango, en compañía de mi abuela materna, visualizo las taciturnas y rígidas esculturas de los santos, llegan a mí epifanías claroscuras provenientes de los altares… y envuelto en un clamoroso acto de solemnidad, tejo así, el preámbulo perfecto de una dulce y redimida ensoñación celestial.  

Bach nos ha heredado una obra de magnificencia perpetua, en la que independientemente de la doctrina religiosa a la que seamos afines, o incluso si carecemos de ella, nos propone respirar los humos de la salvación consagrada, permitiéndonos ser parte de un ritual místico por medio del cual, desemboque en nosotros una fuerza teñida de incienso, mirra y oro… Resinas y metales preciosos, como el camino de los Reyes Magos. Aquellas huellas imborrables que resisten el paso del tiempo. 

Vayamos, estimado lector, a la misa organizada por Johann Sebastian Bach, podremos convertirnos en sus más mimados invitados. Que los rituales y sus evocaciones… ¡sean perdurables! 

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