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viernes, noviembre 22, 2024

Una Historia Brutal

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El poeta Octavio Paz solía hablarle por teléfono a Carlos Chimal para preguntarle sobre los más diversos temas, casi todos ligados al mundo científico. 

—Hábleme del átomo, Carlos —pedía el poeta. 

Y Carlos, con esa generosidad brutal que tiene, le explicaba hasta los detalles más sinuosos. 

Carlos, a quien el propio Paz llamaba una rara avis de la literatura mexicana, estudió dos carreras a la par en la UNAM: Letras Hispánicas y Química. 

Lo conocí en la célebre calle San Francisco, en Coyoacán, donde viví en los setenta en una especie de comuna beatnik. 

De hecho, gracias a Carlos, la revista Nexos me publicó un largo poema llamado La Plaza. 

Fui a su boda, celebré sus triunfos como escritor y divulgador científico, y, con el tiempo, lo dejé de ver. 

Lo reencontré en la última edición normal de la FIL de Guadalajara, en diciembre de 2019. 

Una vez en ContraRéplica Puebla, invité a Carlos a escribir una columna. 

Conmigo también se vino a Hipócrita Lector. 

Y este jueves, por fin, arrancará una nueva aventura intelectual en nuestras páginas: la coordinación de un brillante suplemento científico: Mercurio Volante. 

Antes de pasar a hablar sobre este hecho notable, quiero compartir con el hipócrita lector partes de la biografía y la bibliografía de mi querido amigo: 

Fue becario del Consejo Británico en la Universidad de Cambridge como escritor científico y beneficiario del Fondo por el Año de Shakespeare. 

José Emilio Pacheco se refirió a él como “uno de los escritores más brillantes de su generación”. 

Augusto Monterroso confesó sentirse muy orgulloso de la proeza intelectual llevada a cabo por su alumno con la beca de literatura del INBAL, ya que, a los 19 años de edad, su pupilo pudo encontrarle sentido literario a un bagaje tan diverso como el futbol americano, los conflictos humanos y la física de las estrellas. 

El premio Nobel de Química y reconocido poeta, Roald Hoffmann, ha dicho que los ensayos de Chimal son lecturas imprescindibles. 

Por su parte, el estudioso de la literatura mexicana, Evodio Escalante, calificó su prosa como fina literatura despojada de fuegos artificiosos. 

El historiador de la ciencia y Vicerector de la RAE, José Manuel Sánchez Ron, lo considera uno de los ensayistas más importantes de habla hispana. 

El crítico literario, Sergio González Rodríguez, elogió su prosa por “original, porque refleja su tiempo y va contra su tiempo sin autocomplacencias”. 

Asimismo, nombró la novela de ciencia ficción, Lengua de pájaros (ERA), como una de las mejores de 2000. 

Fue corresponsal de los Mundiales de futbol España 82, Estados Unidos 94 y Francia 98. 

Su amplio registro literario le ha permitido escribir más de treinta libros, cuyos temas van de la novela deportiva (Escaramuza, Punto de Lectura), novela fantástica (Creaturas de fuego, FCE), novela histórica (El mercurio volante, FCE), a la novela con tema científico (El viajero científico, Mi vida con las estrellas, y El portafolio de Tesla (Planeta Juvenil). 

Carlos Chimal explica mejor que nadie el origen de Mercurio Volante: “El nombre de este suplemento es el título de una crónica escrita en 1692 por el matemático, astrónomo, ingeniero y poeta novohispano, Carlos de Sigüenza y Góngora, a propósito de la rebelión, en lo que desde entonces se llamó Nuevo México, de los indios taos, pecos, hemes y keres, así como el alzamiento en las provincias de Zuñi y Moquí, apoyado por los apaches. De esa manera, sin saberlo nadie en ese entonces, dio inicio un proceso de resistencia indígena al dominio español en dichas provincias, el cual no concluiría sino hasta unos meses antes de la consumación de la Independencia de México. 

“No se trata de una crónica “imparcial” (whatever it means), tampoco de una retahila de mentiras y torceduras para agradar a su patrón, en este caso, el virrey Conde de Galve, sino de una bitácora literaria, poética, científica, de buenas noticias, en un momento en que el virreinato de la Nueva España se hallaba en una situación precaria, pues no acababa de reponerse del motín del 8 de junio del mismo 1692; el hambre crecía, las epidemias asolaban a la población. Más que una crónica noticiosa, es un relato edificante. 

“Sigüenza mantuvo una intensa relación amorosa (intelectual, desde luego) con Sor Juana, quien lo llamó en un poema “Dulce canoro, Cisne Mexicano”. En efecto, durante una reunión con el gremio de los pintores, el cual no era aún reconocido como tal en ese entonces (1660), aquéllos le preguntaron cómo debían llamarlo a fin de expresar su gratitud, pues el astrónomo y geómetra real intervino ante el virrey para que tales artistas adquirieran los derechos de todo gremio en la colonia. Sigüenza respondió: ‘Llámenme el Mexicano’. 

“Cuando Sor Juana murió por la epidemia de peste, lo primero que hicieron las monjas fue correr a la casa de Carlos. Jesuita de corazón, estudió varios años como ilustre novicio en el Colegio del Espíritu Santo de Puebla, hasta que fue expulsado por saltarse la barda del recinto. Este sacerdote secular, junto con su amiga Sor Juana, llevaron a su máxima expresión la cultura de su tiempo. Pocas horas antes de morir, en 1700, Sigüenza y Góngora recibió el perdón jesuita”. 

Estas brutales líneas aparecen en la introducción de nuestro gran suplemento. 
Además de Carlos, figura un poblano estelar: el doctor Arturo Fernández Téllez, investigador de la BUAP de primer mundo y actual director de Divulgación Científica de la universidad. 

Hay que decirlo: Carlos Chimal acompañará a la rectora Lilia Cedillo en el viaje que hará al Gran Colisionador de Hadrones, en Ginebra, Suiza. 

La experiencia de este suplemento científico —que tiende a convertirse en el mejor de Hispanoamérica— será brutal. 

Créame el hipócrita lector. 

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