En la segunda mitad de los noventa del siglo pasado, comenzó a celebrarse en marzo la Brain Awareness Week o semana mundial del cerebro, con el fin de divulgar los progresos y beneficios de las investigaciones sobre el cerebro. Este año se celebra del 14 al 20. Cada vez son más los países y las instituciones que se suman a la iniciativa de la Fundación Dana, con actividades que se orientan a reconocer la importancia del conocimiento y cuidado de este órgano irremplazable.
“El cerebro nos convierte en quienes somos”, afirma la neuróloga noruega Kaja Nordengen en su libro Tu supercerebro, prologado por la Premio Nobel de Medicina May Britt Moser, traducido al español por Jorge Salvetti y publicado por Paidós en 2018. “El cerebro es la estrella”.
Al comienzo trata sobre el desarrollo y la estructura del cerebro: se explica que el rombencéfalo o cerebro reptiliano “se encarga de que todo funcione sin que tengamos que pensar en ello”, el sistema límbico o cerebro mamífero tiene entre sus funciones las cuatro efes: “Fighting, Flighting, Feeding y Fucking”, y que la corteza cerebral “no sólo nos ayuda a expresar sentimientos, sino también a captar rápidamente el significado detrás de los sonidos y entender que algo dicho en un contexto serio tenía una intención irónica”.
Paréntesis: La exposición me hizo recordar el libro Remoto de David Heinemeier y Jason Fried, publicado en 2014. Al hablar del teletrabajo, los autores reconocen que esta modalidad no es apta para todos ya que, aunque encontramos gente que se siente muy cómoda, nunca falta un jefe que desconfíe. Va la explicación: la gente con mayor actividad neuronal en la corteza prefrontal encuentra en la libertad y los espacios enriquecidos, mejores condiciones para resolver problemas, obteniendo su dosis de dopamina al lograr metas a su propio ritmo; sin embargo, en quienes domina el cerebro reptiliano, la estabilidad emocional depende de sentirse seguro, de sentir que todo está bajo control, de tener todo a la vista. Lo cierto es que no existe una división tajante entre las partes del cerebro.
Volviendo al libro de Nordengen, queda claro que las características de nuestro cerebro nos han permitido sobrevivir como especie, no por ser los más fuertes, sino los más astutos. Pero, además, nos ha permitido tomar consciencia de habitar el mundo y construir una identidad. “La personalidad es una combinación de cómo te percibes y cómo te perciben los demás –dice–. No eres sólo lo que piensas y sientes, sino también lo que haces y muestras”. Siendo entidades bio-psico-socio-culturales nuestro desarrollo es resultado de la herencia y las interacciones con el entorno, siendo en ello de suma importancia la plasticidad del cerebro.
Al entender cómo trabajan las neuronas, ya por casos de enfermedades y lesiones, ya por el trabajo en el laboratorio, queda claro que “somos nuestra biología, pero no somos sus esclavos”. Comprendemos entonces que los procesos químicos y físicos que ocurren en el cerebro son los responsables de lo que pensamos, lo que sentimos y lo que decidimos. “El cerebro manda”, pero podemos incrementar o disminuir los estímulos a los que responde.
No es extraño que se hable cada vez con mayor frecuencia sobre neuroeducación, ya que el aprendizaje y la memoria suceden en el cerebro. Ahora se sabe que además de la memoria fáctica que almacena información existe una memoria motora que se relaciona con las destrezas y que “si se encuentran implicados sentimientos como el interés, la alegría o incluso el enojo, hay más probabilidades de que lo que lees o vives quede almacenado en tu memoria”. Que recordamos mejor cuando realizamos asociaciones. Que también memorizamos o aprendemos sensaciones. Y que entre más cosas aprendemos se producen más sinapsis o contactos entre neuronas y se incrementan las redes neuronales.
Gracias al cerebro nos orientamos, gracias al cerebro sentimos, gracias al cerebro estamos de buen o mal humor. Gracias al cerebro nos enamoramos. Gracias al cerebro disfrutamos de la comida y el buen vino. Gracias al cerebro confiamos y nos relacionamos con los demás. Pero también, nos estresamos, nos “apanicamos”, nos confundimos, nos obsesionamos o nos volvemos adictos.
Además de las posibles lesiones que afectan el buen funcionamiento del cerebro, o los daños que provocan las adicciones, el deterioro natural de las neuronas se traduce en procesos de demencia o enfermedades como el Parkinson o el Alzheimer: “las enfermedades cerebrales y del sistema nervioso le cuestan a la sociedad tanto como las enfermedades cardiovasculares, el cáncer y la diabetes juntos”. Aún queda mucho por descubrir. Las investigaciones avanzan y “juntos, médicos, psicólogos y neurocientíficos podrán, en el futuro, aportar más piezas del rompecabezas”.
Con lo que se sabe, sin embargo, se ha sacado buen provecho en el desarrollo de productos y en el mundo del marketing. Por ejemplo, Richard Díaz Chuquipiondo, en su libro Neuromarketing, publicado hace unos años en Perú, al referirse al neurocliente recupera algunas lecciones, a saber: comprar es sobrevivir, el cerebro reptil es predominante, la necesidad es un impulsor de los deseos, toda compra satisface un deseo, cuanto más diferentes quieren ser los consumidores, más parecidos se vuelven, el valor emocional debe ser mayor que el precio.
Cada vez es más frecuente encontrar en las librerías, ejemplares cuyo título incluye el prefijo NEURO. Neuromarketing, Neurogestión, Neuroeducación. Los que no he visto son libros sobre Neuropolítica, quién sabe por qué.