La primavera comenzó y con ella la ilusión, sólo la ilusión, de que todo cambiará. Del frío y el confinamiento pasamos a la suave calidez de un sol, menos timorato, que invita a salir, a compartir, a liberarnos.
Hace falta esta primavera, luego de dos que no desearemos recordar nunca. En esas dos –tragedia, dolor, miedo, pánico, impotencia–todos los males se juntaron y actuaron en contra de la humanidad. Y han dejado huellas imborrables.
Pero también han dado aprendizajes, de esos que los maestros en la escuela llaman “significativos”, esos que durarán toda la vida y moldearán todas las próximas conductas, individuales y colectivas.
Hay que aprender, también, a utilizarlos en nuestro favor. A la vez, hay que olvidar esa vieja consigna de “recuperar, el tiempo perdido”, porque ese ya se fue y, como resultó negativo, no deberíamos pedir que regresara. Hasta los dichos populares –muchos– habrá que cambiarlos.
Quiero pensar que esta pandemia lo cambió todo. Será mejor hablar de un antes y un después, pero jamás de un regresar atrás.
El virus se quedó a vivir con nosotros, hasta varios hijos ha procreado con nuestro hospedaje. En su corta estancia aprendió a cambiar en su propia naturaleza para adaptarse y persistir.
Los humanos debemos hacer lo mismo.
¿Qué deberíamos transformar? Esa es una pregunta muy importante, aunque difícil de contestar con una sola palabra. Yo creo que deberíamos transformar todo. Pero eso es harto difícil, una ilusión dirán algunos, una utopía.
Yo creo que podemos transformar todo, comenzando por uno mismo. Transformar al animal más inteligente de la creación, el más peligroso por eso mismo, perverso por razón de subsistencia, cínico por seducción para su conveniencia, falso por persuasión para su convivencia… No es fácil, y, sin embargo, un casi invisible virus lo está sugiriendo.
Debemos decidir y confiar en nuestra necesidad y derecho a vivir. Recordar que aún con elevados costos y riesgos nuestros patriarcas lo han ido haciendo y que nosotros, por esa herencia, lo podremos hacer y mejor.
La historia nos confirma que no se ha registrado ni un día en que la humanidad no enfrentara enemigos mortales. En el futuro no lo habrá. La ciencia nos ayuda y multiplica nuestras capacidades de respuesta; nuestro pensamiento es cada día más útil para asegurarnos vivos, y también ha refinado procesos, respuestas y capacidades.
Tendríamos todo, como lo dice el libro del Génesis porque en los dos primeros días de la creación existieron los requisitos para la vida, los animales, el sol, el cielo y el agua; en el tercero, la humanidad para aprovecharlos; y en el quinto y el sexto día, los límites, luz y oscuridad, y las aves y peces para entender lo que es la libertad.
Aprovechemos las capacidades creadas y sin temor salgamos del confinamiento; enfrentemos la realidad y, con inteligencia y valor, aprendamos las lecciones de estos 24 meses que no terminan la pandemia, pero que debemos con firmeza, cortar en nuestra historia para que comience ese “después” de la pandemia que tanto nos hace falta.
Eso es lo que debería significar la primavera en este 2022, un nuevo concepto de libertad y responsabilidad.