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sábado, noviembre 23, 2024

Elecciones y mitología

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A menos de un mes de las elecciones de 2024, la carrera presidencial en Estados Unidos sigue sorprendentemente reñida. ¿Cómo es posible que, en un país profundamente afectado por la pandemia, el descontento social, y los retos económicos, las encuestas aún reflejen una polarización tan aguda? La respuesta, como Richard Slotkin sugiere en su análisis de los mitos nacionales, va más allá de las propuestas políticas concretas. Se trata de una batalla narrativa en la que los mitos históricos de la nación están moldeando las percepciones y emociones de los votantes de una manera más profunda que los debates sobre inflación o reforma migratoria.

La elección no solo enfrenta a dos figuras políticas, sino a dos relatos míticos que apelan a imaginarios colectivos muy distintos. Donald Trump ha construido su campaña alrededor del mito de la causa perdida, un relato en el que Estados Unidos se encuentra en peligro de ser “arrebatado” por fuerzas externas e internas que buscan socavar su grandeza. En este mito, el asedio no es solo económico, sino cultural y racial, y el deber del verdadero patriota es resistir. La narrativa del “país robado”, que culmina en el ataque al Capitolio el 6 de enero, es vista por sus seguidores como una resistencia legítima ante la corrupción de las élites globalistas y liberales. No es casualidad que los símbolos del Viejo Sur, como la bandera confederada, hayan resurgido en estos movimientos, conectando directamente con el mito de un pasado glorioso en el que la jerarquía racial y el orden social se mantenían intactos.

Por otro lado, Kamala Harris y los demócratas han intentado apelar a un conjunto diferente de mitos, centrados en el progreso y la justicia social. El mito de la liberación encarnado por Abraham Lincoln y continuado en el movimiento de derechos civiles, intenta recordar a los votantes que Estados Unidos es una nación que ha logrado expandir la libertad y los derechos a través de su historia, superando la esclavitud, la segregación y las desigualdades raciales. Sin embargo, este mito parece carecer de la resonancia emocional que tiene el relato conservador, en parte porque, a diferencia de los tiempos de Lincoln o Martin Luther King Jr., hoy en día las luchas por la igualdad y la justicia se ven como una tarea inacabada y compleja, a menudo acompañada de divisiones sociales que no ofrecen soluciones simples.

Además, Slotkin señala que, mientras los republicanos han sido hábiles en apropiarse de estos mitos más antiguos, los demócratas han tenido dificultades para generar un relato unificador. Aunque se han aferrado a los ideales del mito de la “buena guerra”, que exalta la diversidad y la inclusión como fuentes de fortaleza, no han logrado canalizar ese impulso hacia una narrativa mítica que despierte la misma pasión que el “Make America Great Again” de Trump. El resultado es una pugna de mitologías en la que los votantes se ven obligados a elegir entre dos visiones radicalmente distintas del país, cada una con profundas raíces emocionales e históricas.

A 30 días de las elecciones, este conflicto mítico explica por qué la contienda sigue tan cerrada. Para muchos votantes, la elección no es solo entre
políticas o personalidades, sino entre diferentes concepciones de lo que significa ser estadounidense. El reto para los demócratas es que, aunque puedan tener mejores respuestas políticas a problemas contemporáneos como el cambio climático o la desigualdad, carecen de una narrativa emocionalmente poderosa que inspire a aquellos votantes que se sienten amenazados por el cambio.

¿Qué pueden hacer los demócratas ante esta situación? Primero, sería fundamental reconocer el poder de los mitos y trabajar activamente para reconfigurarlos. En lugar de simplemente defender el progreso o la diversidad, deben crear un relato
que hable directamente a los miedos y esperanzas
de los votantes. Al igual que en la Segunda Guerra
Mundial, cuando la diversidad fue vista como una
fuente de fortaleza en la lucha contra el fascismo,
la narrativa actual podría enfocarse en cómo un Estados Unidos más inclusivo y diverso es crucial para enfrentar las amenazas del siglo XXI, desde el autoritarismo hasta la crisis climática.

Otra estrategia es personalizar los relatos, transformando a Harris en una figura que encarne no solo políticas progresistas, sino también una visión
heroica y de unión nacional. Los mitos no se construyen solo a partir de eventos, sino de figuras que se convierten en símbolos. Harris tiene la oportunidad de convertirse en una heroína moderna que, al igual que Lincoln, guía al país hacia una nueva fase
de reconciliación y reconstrucción, después de años de división.

Finalmente, la clave está en reconocer que los mitos conservadores, aunque poderosos, también son frágiles. Están anclados en un pasado que, aunque
evocador, no puede sostenerse frente a los cambios
demográficos y sociales que ya están en marcha. Si
los demócratas pueden demostrar que estos mitos
son, en última instancia, autodestructivos —que el
aislamiento, la exclusión y la nostalgia por un pasado homogéneo no pueden resolver los problemas del presente—, podrán debilitar la narrativa que sostiene la campaña de Trump.

A medida que se acerca el día de la elección, queda claro que el resultado dependerá no solo de la capacidad de los candidatos para presentar propuestas viables, sino también de su habilidad para contar una historia convincente sobre el futuro de
Estados Unidos que la mayoría de los estadounidenses compren y en la que crean. La coalición de Obama se construyó sobre el mito de la liberación y la
frase: “Sí, podemos”. ¿Alcanzará la frase de Harris: “No volveremos atrás”?

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