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sábado, noviembre 23, 2024

Comer antes y después de un maratón

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Con la colaboración de Ania Morales 

Incursionar en la disciplina de correr un maratón es una de las emociones más amplias que puede vivirse; su preparación implica entrenarse para realizar un día de carrera de 42 kilómetros con 195 metros y esto implica convencerse a sí mismo de su capacidad para llegar a obtener la fuerza física y mental de cruzar esa meta. 

Al iniciar esa actividad deportiva escucha uno varias experiencias, y uno va considerando a quienes ya han realizado esa carrera como súper hombres o mujeres, pues si algo tiene un maratón es que permite realizarlo conjuntamente entre ambos géneros. 

Son seis los grandes maratones que se reconocen; hace apenas unos pocos años se implementó ese número, pues se recuerda que se reconocían como el top cinco los maratones de Boston, Chicago, Nueva York, Berlín y Londres; hoy en día Tokio es el sexto que completa los que se identifican como los Majors, y habemos varios poblanos que hemos logrado ese gran reto. Lo anterior sin menospreciar que existen otros grandes maratones como el de Ciudad de México y París, entre otros. 

La disciplina para completar un maratón se soporta en tres pilares fundamentales: un excelente entrenamiento, para lo cual lo mejor es realizarlo con el mejor entrenador, el doctor Sergio Jiménez; una buena alimentación, en donde se destaca el profesionalismo de Julia Nunes y Pily Fernandez; y un buen descanso. 

Dicen que el estómago es la razón en el cuerpo humano y para mantener una buena razón debe haber una excelente alimentación. La alimentación sana en la preparación de un maratón nos limita y restringe de uno de los placeres más emocionantes de la vida, comer lo que nos plazca y así bajo este comportamiento restringido y moderado, y con la idea de concluir en debida forma de maratón llega el tan esperado día. 

Comenzaré por el maratón de Nueva York el cual se realiza el primer domingo del mes de noviembre. Visitar la Gran Manzana provoca un gran impacto con sus grandes puentes, el señorío de sus edificios y su Parque Central. Es común que arribe uno a esa gran urbe en viernes, día en que el entrenador siempre recomienda comer 300 gramos de carne y abundantes verduras. 

Por tradición hemos visitado el restaurant Del Frisco’s en donde los cortes cumplen y rebasan cualquier paladar de los grandes carnívoros, con guarnición de espinacas, espárragos y buenas ensaladas. Desde ese día se empieza sentir que la disciplina en la alimentación se empieza a relajar al tomar incluso un poco de vino, pero sólo un poco. Ania siempre ha dicho que es más divertido ir de porra, pues la porra no tiene restricciones en alimentos y bebidas. 

El día sábado se identifica por la carga de carbohidratos y en esa gran ciudad con una buena dosis de origen italiano se localizan un sinfín de restaurantes del país de la bota pero la zona para cumplir con esa instrucción alimenticia es un lugar llamado Eataly, un verdadero mercado de sabores y productos italianos que llama a querer devorar todos esos platos servidos con pasta, con Pomodoro, al pesto, boloñesa, Pizzas, Carnes, ensaladas y vino italiano con su inevitable toque ácido. 

Llega el día del maratón y desde las cuatro de la mañana, bajo esa planeación americana, movilizan desde diferentes puntos de la ciudad a 50,000 corredores. Ese trayecto a la salida siempre lo he realizado en autobús saliendo de la biblioteca central, otros se trasladan en ferry. Desde que se empieza a preparar para acudir a la partida uno sabe que a esa hora los lugares para alimentarse no existen y hay que llevar un sándwich preparado la noche anterior, fruta y ciertos dulces. Y así esperamos durante varias horas desde que nos instalan en Staten Island para escuchar el cañonazo que indica el inicio del maratón. Por el volumen de participantes se va saliendo por olas programadas que nos enfilan para arrancar escuchando a Frank Sinatra interpretar “New York, New York”. Así la travesía en donde la gran bola o la perrada llega entre tres y cinco horas de camino quienes desde la salida se dividen en color verde que sale por la parte de abajo del puente, los azules y naranjas por la parte de arriba del imponente Verrazano y de ahí cruzar Brooklyn en donde los paisanos apoyan con todo a los mexicanos. 

Y así llegamos a Queens con la sobriedad de su barrio judío, y posteriormente a Manhattan que para llegar a este barrio se cruza el imponente Queensboro para enfilarse a la Avenida uno en donde el ruido que se genera entre porras, gritos y cencerros se siente uno gladiador en el Coliseo romano. De ahí continuamos para llegar al Bronx pasando por la zona de Harlem y regresar por la Quinta Avenida hasta Central Park en donde aún y ya con un trote cansado como si se cargara un oso se recorren los últimos kilómetros atravesando y rodeando este gran jardín y pasando junto a la rotonda de Colón para enfilarse los últimos metros de la agonía a la felicidad al cruzar esa meta tan deseada. 

Al cruzar la meta y una vez impuesta la medalla de reconocimiento y envueltos en una capa térmica, anteriormente era de una especie de aluminio actualmente una capa afelpada, viene la caminata de los santos en donde todos esos corredores caminan en silencio reflexionando como fue esa travesía, buscando la salida de Central Park para encontrarse con amigos y familia en medio de grandes medidas de seguridad. 

En uno de esos maratones de Nueva York salí de Central Park y fijé con Ania vernos en una esquina, para variar la encontré despistada en otro punto que no era en el que habíamos quedado. Con frío y con mucha hambre, siempre en la primera oportunidad compramos cervezas y nos regresamos caminando a paso lento, corredores descalzos tomando una amarga y deliciosa cerveza, quita sabores de tanto Gatorade, barras y menjurjes que tomamos durante la travesía del maratón. En esa ocasión por la cantidad de gente caminamos un poco más y ella localizó el café restaurante Luxemburgo. 

Café Restaurante Bar ubicado en 200W y 70th ST, un restaurante francés con un toque americano, con una barra acogedora y mesas enfiladas con buen espacio. El trato de lujo más aún por mostrar los trastes del encierro ante 42 kilómetros con 195 metros. Nos sentamos en bancos de la barra y ahí probamos una de las mejores sopas de cebolla (Potage á l’ognion) seguida de una hamburguesa con carne Angus y papas a la francesa y contra mi voluntad bebimos una botella de vino Chateau Bordeaux, relajándome en un ambiente sumido en Manhattan con el toque galo. Al concluir regresamos al hotel caminando desde la calle 70 hasta la Avenida 6ª y Calle 53 sin negar que el par de cervezas, esa buena comida y el Bordeaux impulsaron a querer conquistar más maratones y lugares con gran comida.  

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