Entré a un elevador y me encontré a tres priistas, dos panistas y un emecista.
Todos nos saludamos con abrazos de caguamo.
Ellos iban al piso 21 de una torre.
Yo iba más arriba.
En ese lapso me enteré de que los seis políticos profesionales —así se hacen llamar— ya forman parte de Morena, a pesar de que hasta hace poco tiempo vomitaban al presidente López Obrador.
En el piso cinco, uno de ellos dijo que lo seguía odiando, pero que antes que nada estaba la familia.
(La suya).
La patria, dejó entender, puede esperar.
En el piso nueve, uno de los panistas dijo que él había recibido una invitación para incorporarse al “partido” de parte del compadre del amigo de un señor.
—¿Y el bien común dónde quedó? —le pregunté.
—En Morena también hay bien común —dijo entre carcajadas.
Luego confesó que él y su esposa ya están recibiendo la beca de los “viejitos”.
Cerca del piso quince, uno de los priistas dijo que ya casi todos sus conocidos militan en Morena.
(“Si pendejos no son”, acotó).
En el piso 19, un político panzón que había pasado por todos los partidos —y que antes de militar en Morena cobraba en Movimiento Ciudadano— confesó su odio hacia López Obrador, pero justificó su ingreso al partido de éste: “Los fundadores morenistas necesitan una manita de los que sí sabemos cómo se mueve el atole y cómo se amasa la masa”.
Todos tronaron en sonoras carcajadas.
Luego se despidieron con nuevos aletazos de caguamo.
Sé de buena fuente que los fundadores de Morena se sienten desplazados y humillados, pues lo que robaban en el PRI y en el PAN ahora roban en el “movimiento”.
Y así como los Yunes y los Murat ya son camaradas, un hijo del “Moco” y un ahijado del “Pozoles” se han subido también a la Cuarta Transformación.
Eso sí: ya todos tienen cargos en los gobiernos que están por iniciar.