Más allá de leer en este espacio la crónica de lo obvio —de lo evidente—, el hipócrita lector tendrá aquí una pretendida crónica íntima del poder presidencial, porque desde antes de la una de la tarde, de este jueves 15 de agosto, Claudia Sheinbaum ingresó a la galería de los presidentes de México en su calidad de presidenta electa.
Llegó a la sede del Tribunal Electoral a bordo del auto de siempre: un auto gris valuado en 121 mil pesos, modelo 2012, tipo sedán, Chevrolet Aveo, modesto, republicano —como el carruaje negro juarista del siglo XIX—, junto con su esposo, el sinaloense Jesús María Tarriba: un hombre discreto que no busca los reflectores.
Se encaminó al salón de sesiones con él a su lado, y cuando perdía su mano —la de Tarriba—, la buscaba indefectiblemente.
Durante su recorrido —entre colaboradores, futuros funcionarios, ministros de la Corte y Epigmenio Ibarra, ‘Primer Camarógrafo de la Nación’—, la doctora Sheinbaum tampoco perdió a su pareja, y se sentó a su lado más allá de los formalismos políticos.
Hace seis años, Andrés Manuel López Obrador tuvo su lugar entre dos de sus hijos: Andrés Manuel y Gonzalo López Beltrán.
Hoy, la presidenta electa sólo tuvo ojos para su marido, aunque en los asientos cercanos estuvieron su mamá —la pareja de ésta— y sus dos jóvenes hijos.
Annie Pardo, su madre, veía todo con ojos de científica —es bióloga celular—, pero no dejaba de tener en su radar las reacciones, entre otras, de la abogada Norma Piña, presidenta de la Suprema Corte.
Por ejemplo: cuando ya como formal presidenta electa, la doctora Sheinbaum habló de que en México debe haber justicia para todos, Annie Pardo observó a Piña y algo le comentó al señor Tarriba.
¿Qué cosas se dicen o se susurran en actos históricos como éste?
“¿Viste la cara que puso?”, “¿te fijaste que no saludó a Menganita?”, etcétera.
Marcelo Ebrard estuvo hace seis años en la segunda fila, detrás de López Obrador.
Hoy, quién lo dijera, estuvo en ese mismo lugar: detrás de la doctora Sheinbaum.
El mensaje de ésta fue tan sobrio como su traje sastre —blanco, con bordados morados y blusa del mismo color—, y sólo entorpecía el republicano acto el ‘Primer Camarógrafo de la Nación’ con su enorme cámara, pesada como él.
En el Teatro Metropolitan, la doctora Sheinbaum ofreció un discurso muy bien escrito y leído, ya con un fraseo presidencial, ese fraseo que se irá a vivir seis años a Palacio Nacional.
La presidenta electa dejó en claro algo: que no se deslindará del presidente, ‘¡nunca!’, y que siempre le será leal.
Buena parte de su discurso se lo dedicó a López Obrador, a quien volvió a llamar ‘el mejor presidente de México’.
Y desde la primera fila, emocionado, aplaudiendo, Jesús María Tarriba, su esposo, parte de la canción favorita de la nueva pareja presidencial: Nosotros (que nos queremos tanto), de Pedro Junco.