En 2012 conocí a Nawal el Saadawi (quien murió el año pasado) en el Frontline Club de Londres. Tena, una amiga croata —quien la seguía desde muchos años antes—, me invitó a conocerla. No habíamos más de treinta personas ahí, lo que ahora, después de conocer más sobre ella, me sorprende mucho. Esa tarde narró la historia de su niñez en Egipto, y de cómo fue víctima de una mutilación genital a los seis años. Contó también cómo, por poco, terminan casándola a los diez años.
Nawal el Saadawi estudió medicina y fue secretaria de Salud, de donde fue despedida por escribir su libro Mujeres y Sexo. Es considerada una de las pensadoras, activistas y escritoras más importantes del mundo árabe. Sin embargo, sus libros jamás fueron publicados en Egipto.
Esa tarde habló un largo rato de lo que pensaba sobre el matrimonio y, principalmente, la maternidad. Recordaba a una de sus abuelas viviendo abnegada y metida en una profunda tristeza. A su abuela la casaron y violaron a los diez años. Cuando murió su abuelo, no cabía de alegría.
Su madre vivió otra realidad, pero dejó de lado sus ambiciones intelectuales para cumplir con el deber marital y criar a sus nueve hijos. El Saadawi tuvo dos hijos y definía la maternidad como una prisión. En ese momento yo no tenía hijos, pero sus palabras navegaron por mi cabeza mucho tiempo. ¿La maternidad tiene que ser esclavizante?
El feminismo y la maternidad tienen una relación complicada. Poco se habla de ella. Cuando se hace, el discurso va más hacia la decisión de ser madre o no. Muchas mujeres (lamentablemente no todas) ya toman esa decisión. Pero la maternidad va mucho más allá. ¿Cómo se puede garantizar que la maternidad sea una experiencia feliz y satisfactoria para la mujer?
Las expectativas puestas sobre las mujeres en este tema son muy altas. Michele Flurnoy dejó su trabajo como subsecretaria de Defensa de Estados Unidos en 2012 para pasar más tiempo con sus hijos. La premio Nobel keniana Waangari Maathai dijo alguna vez: “Mientras más alto llegas, menos mujeres encuentras”.
Flurnoy estaba por romper el “techo de cristal”. Era la mujer en la historia con el más alto cargo en el Pentágono. Pero la realidad es que no se puede tener todo. Dejó once in a lifetime opportunity por otra oportunidad que se da una sola vez en la vida: ver crecer a tus hijos. Un trabajo a ese nivel, con horarios de más de doce horas al día, no te permite tener las dos oportunidades.
Los hijos son una de las principales razones de por qué no vemos a más mujeres en puestos de ese nivel. La mayoría de las industrias no están adaptadas para las necesidades de las mujeres con hijos. El caso de los hombres es distinto. No son ellos los que dejan los altos cargos para atender a sus hijos. Para eso tienen a sus esposas.
Para muchas mujeres ésta no es una elección. Hay que trabajar para sobrevivir. Muchas aceptan trabajos con menos responsabilidad o menos horas (y en consecuencia menos paga) para pasar el mayor tiempo posible con sus hijos.
Ojalá hubiera más opciones. No las hay. Pensar que las mujeres buscan exactamente lo mismo que los hombres en temas laborales las pone también en desventaja. No todas podemos cumplir con las mismas horas. Quien tiene hijos, pasa por lo menos diez años, altamente productivos, viviendo expectativas irreales.
Hay que hablar mucho más de la maternidad. Desde el embarazo y la forma en la que parimos (la mayoría, aunque no lo sepan, rodeadas de violencia obstétrica), hasta cómo llevamos la maternidad.
Es un asunto de interés público que no ha sido suficientemente abordado.