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sábado, noviembre 23, 2024

A sesenta días de Palenque

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Suena la alarma; una alarma coloquial, como la que usan para despertar decenas de miles de trabajadores en México.

Son las cinco quince de la mañana. El presidente López Obrador se levanta a la ducha y al salir toma un ligero desayuno. Lo espera ya la doctora Beatriz con café, pan y huevos tibios.

Se sientan a ingerir los alimentos e intercambian breves comentarios. El contexto de la charla se desarrolla en el modesto departamento que habitan dentro de Palacio Nacional. Departamento que se encontraba construido, pero nunca ocupado, desde el sexenio de Felipe Calderón.

Recorre los pasillos viejos de Palacio Nacional; algunas estructuras internas reflejan ausencia de mantenimiento. Pero eso no distrae su atención.

Saluda a la bandera, recibe los primeros honores del día por jóvenes militares que resguardan el acceso a la sala de juntas donde cada día se desarrolla la reunión del gabinete de seguridad.

—Buenos días. Adelante, secretaria—, indica el presidente a Rosa Icela (secretaria de Seguridad) que inicie el informe. Son en punto las seis de la mañana.

Después de una hora y media de analizar cifras el presidente levanta la reunión para dirigirse a la conferencia mañanera.

Toma un respiro, observa a su alrededor y reflexiona sobre lo trascendente que ha sido la conferencia mañanera, como ejercicio de gobierno, como vía para mantener la gobernabilidad y para combatir las fake news.

Dos horas y media de conferencia de prensa pasan en el interior del presidente como si fueran minutos. Habla de todo: seguridad, historia, política, incluso reproduce un fragmento de una canción de Los Tigres del Norte, en alusión a una pregunta sobre las elecciones en Estados Unidos.

Un corresponsal de Reforma le pregunta dolosamente por una columna reciente escrita por Enrique Krauze; en ella, describe las intromisiones políticas que el presidente ha tenido en la conformación del gabinete de la presidenta Sheinbaum.

También afirma que el presidente no irá a Palenque, que seguirá viviendo en la Ciudad de México y que tendrá reuniones semanales con la eventual presidenta de México para dar seguimiento a los asuntos nacionales.

Por la tarde noche, en la reflexión que acompaña la soledad, el presidente López Obrador sonríe, recordando el dolo de la pregunta y la mala leche de la columna.

Piensa en los primeros años políticos en su natal Tabasco, cuando estuvo al frente del Instituto Indigenista. Piensa también en las contiendas fraudulentas cuando buscó ser gobernador de Tabasco. De igual forma recuerda sus fallidas intenciones de ser presidente de México.

El camino ha sido largo —se dice a sí mismo— largo y desgastante. Sería un martirio gobernar un día más, ya hice lo que me correspondía, se asentaron las bases.

Piensa en las probabilidades existentes que habían de que un muchacho nacido en Macuspana llegase, por la vía popular, a presidir la nación. Y en ello, lograra materializar una hegemonía de partido que diera gobierno a casi la totalidad de los estados. Piensa en los méritos de la politización del pueblo de México, y en la salida de cinco millones de personas del estado de pobreza.

No he hecho todo lo que quería, pero sí, todo lo que podía; se repite cual mantra previo a su lectura que antecede al sueño.

Beatriz toca la puerta e interrumpe su intimidad con el libro. Son pasadas las diez de la noche.

Le acerca un teléfono celular comentándole en voz baja que se encuentra la presidenta electa en la línea.

—Querida presidenta— responde AMLO—fíjate que he estado meditando la propuesta que me has hecho y definitivamente yo ya cumplí con mi ciclo.

La única ayuda que te puedo dar es con mis oraciones, implorando al creador cuide de ti y de tus decisiones. Lo lamento, pero en sesenta días me voy a Palenque.

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