Como si fuera un adolescente de miserable aspecto, emocional y vergonzante, como si se tratara de una sabandija hambrienta de atención, David Benatar tituló a su libro “Mejor nunca haber sido: el daño de haber venido a la existencia”. Con esta publicación se convirtió en el filósofo más pesimista de nuestro siglo.
Benatar no se concentra en el suicidio o el aborto, cuestiones tibias para su agenda. Tampoco es que defienda la exterminación, eso sería inmoral. Lo que Benatar defiende es algo más sobrio: la extinción humana. A esta postura se le conoce como antinatalismo.
El antinatalismo parece una idea juvenil, particularmente de esa etapa del desarrollo donde la masturbación y los pensamientos autodestructivos es lo que más y mejor practicamos. Pero si el mismo espíritu se enquista en nosotros y sobrevive hasta la vida adulta, y si se le edulcora con argumentos, entonces puede convertirse en una posición filosófica conocida como pesimismo. Schopenhauer es su defensor más ágil. Benatar se sumó a sus huestes como un eficaz y prosélito propagandista de la extinción humana.
¿Pudo haber escogido un título menos cursi para su libro? Claro. Pero había que llamar la atención de su público nicho: los moralmente situados en la inopia, los éticamente inermes; los macerados y a punto de convertirse en astillas: el prototípico lector de filosofía existencial. Y nada para atizar a su público con un epígrafe de T.S. Eliot: “Los humanos no podemos soportar mucha realidad”.
Benatar sabía que defender el antinatalismo es una bocanada de aire fresco, una reivindicación del berrinche, una afronta al monótono torrente de cursos, videos y coaches de motivación y emprendimiento, de recetas que prometen una salida simple a la rutina, la escasez, y el fracaso, decía Monsiváis.
Al finalizar su texto, esperando que alguien le enmendara la plana, destilando falsedad, tal vez Benatar no creía una sola premisa de su libro. Su tesis podría ser consecuencia de una perversidad consciente, de mera pirotecnia argumentativa, del afán de justificar el tiempo invertido en practicar el cada día más anacrónico pasatiempo de desear la extinción humana. Y por eso Benatar es un pensador respetable.
Es inútil preguntarse si Benatar se abstuvo de procrear. O si una deuda o envidia aguda y cuantiosa lo motivaron a defender que la humanidad debería dejar de reproducirse. Su antinatalismo se sostiene solo. No hay paradoja en que les dedicara su libro a sus padres, aunque insistiera en que nadie debería estar contento por haber nacido.
Resumo cuatro de sus argumentos:
- El sufrimiento nos acompaña desde el inicio y empeora al final de nuestras vidas. Si nuestra especie sigue reproduciéndose, algunos niños padecerán dolores severos durante y al final de sus vidas. ¿Por qué desearles algo así?
- La vida consiste en querer cosas que no van a ocurrir. Las que se consiguen sólo proporcionan una satisfacción fugaz.
- Pensamos qué hay más cosas buenas que malas en la vida por un sesgo psicológico que provoca sobrestimar lo positivo y devaluar lo negativo. Éste sesgo es consecuencia de la evolución. Sopesada objetivamente, la vida es algo tan poco deseable que resulta inhumano infringirla a alguien que ni siquiera ha sido concebido.
- Si consideráramos seriamente el daño climático, entonces deberíamos dejar de comer carne o viajar en avión. Muy pocas personas llevamos nuestra preocupación a tales extremos. Deberíamos de sentirnos culpables. Pero si no hay futuras generaciones entonces no habría de qué.
David Benatar enseña filosofía en Ciudad del Cabo. Publicó Better Never to Have Been: The Harm of Coming into Existence, con 40 años.