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sábado, noviembre 23, 2024

Diplomacia 

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Hablando se entiende la gente, dice la razón popular. Pero no siempre es válido. El interés, la propiedad particular y su defensa, con razón o sin ella, constituyen el patrimonio de otra metodología, la de la negociación, que también condiciona o hace inútil el derecho. 

Por eso, negociar es la práctica habitual para entenderse entre humanos. Entre naciones es el camino más factible para poder prevenir conflictos y, en la lógica de la inteligencia, es la vía mas justa. A esos esfuerzos normados por acuerdos, leyes y tradiciones se refiere la diplomacia. 

Administrar las capacidades de cada pueblo y hacer prevalecer los acuerdos colectivos, sin riesgos de confrontación armada son, aunque no lo parezca, resultados de la principal tarea de la diplomacia: la de prevenir conflictos, garantizar un marco de referencia estable, seguro y pacífico para la convivencia internacional. 

Lo hace con diferentes márgenes de eficiencia. Aún así estallan las guerras. 

La guerra no es resultado de la ineficiencia diplomática. La guerra es resultado del juego de intereses de cada país y sus estrategias para hacer prevalecer su forma de defenderlos o para conseguir algún objetivo fuera de su territorio. Lo preventivo de la diplomacia es, entonces, sólo un espacio limitado de maniobra que enfrenta la otra cara de la diplomacia: la de la consecuencia, la asincronía, la guerra como condición de fuerza y abuso. 

La diplomacia actúa de esta manera para asegurar daños colectivos mínimos, así como de corta duración y efecto. Pero no elimina costos, ni atenúa riesgos. Sólo los modifica para hacerlos controlables. 

La diplomacia formal, permanente, no evitó la guerra de Rusia y Ucrania.  En los periódicos, en los noticieros audiovisuales, muchas semanas antes se habló de que era posible un conflicto armado entre ellos. Al menos en lo visible de la diplomacia, no la evitó. Lo invisible, que también es estrategia frecuente de la diplomacia, tampoco. 

Mucha gente fuera de esa región suponíamos que venía la guerra, pero llegamos a pensar que sólo eran juegos de fantasmas y que la diplomacia evitaría que fueran realidades. 

Ahora todos los que empezaron y los que respondieron y los que sólo observamos, esperamos que la diplomacia logre detener la guerra iniciada. Pero todos sabemos que las consecuencias de ahora ya no las pudo evitar. Los muertos, con razón o sin razón, ahí están. 

Ninguna guerra es indispensable, útil y justa. Los argumentos para iniciarlas siempre substituyen a las razones. Son procedimientos poco entendibles por el tiempo que transcurre entre su posibilidad y su realidad. Es difícil adivinar cuándo comenzó y es aún más difícil pronosticar cuándo y como terminará. 

La guerra nunca será un instante y aunque no modifique radicalmente todo lo que toque, siempre afecta, altera y transforma en el mediano y largo plazos.  El corto plazo solo existe para quienes logran sobrevivir. Su daño siempre será irreversible y también irreparable. 

Contrario a la lógica normal, y a la de sentido común, siempre habrá alguien que quiera, necesite y le urja hacer una guerra. Argumentos y seducciones nunca faltarán para tratar de justificarla. La diplomacia, por tanto, siempre será un esfuerzo conveniente. 

Sin embargo, así se ha construido la historia de todos los pueblos y de todos los modelos de convivencia internacional y me temo que así se seguirá haciendo. Y la diplomacia siempre será un esfuerzo posible. 

La de estos días es una guerra más.  No es la primera, ni será la última. Y la diplomacia siempre será un esfuerzo necesario. 

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