Siempre me ha llamado la atención que las órdenes de aprehensión se obsequien.
Obsequiar significa “dar algo a alguien con afecto”.
En otras palabras: obsequiar una orden de aprehensión es darle una pesadilla a alguien con afecto.
En Puebla, todos los gobernadores, antes de Miguel Barbosa Huerta, juraban que no permitirían la impunidad.
Cómo olvidar sus primeros discursos:
“¡Combatiré la corrupción donde la encuentre: en el presente o en el pasado!”.
Y el público aplaudía.
Incluso aquellos que se sabían corruptos.
¿A cuántos exfuncionarios recuerda el hipócrita lector en prisión?
Bartlett alardeó mucho, pero actuó poco.
¿A quién metió a la cárcel?
A un ganadero llamado Cirilo Vázquez Lagunes.
Y nada más.
Su fama de duro había desaparecido.
¿Y Marín?
A Lydia Cacho, que tampoco era funcionaria.
Como su mentor, se la pasó alardeando.
Moreno Valle se fue de entrada en contra de un exfuncionario cedido por su antecesor en el cargo.
¿Nombre?
Alfredo Arango, quien había sido secretario de Salud.
Marín lo entregó como ficha de cambio.
Posteriormente, Moreno Valle también metería a la cárcel a Francisco Castillo Montemayor, exsecretario de Medio Ambiente.
Con Miguel Barbosa Huerta las cosas sí han ido en serio.
A todos los presos del pasado reciente, hay que sumar los que han estado ingresando al Cereso de San Miguel.
Y los que vienen.
En su Mañanera de este martes, el gobernador dijo que hay múltiples denuncias en contra de exfuncionarios de los gobiernos anteriores.
Y no dudó en decir que entre ellos se encuentran personajes de “los niveles más altos entre los que ejercieron el poder en Puebla”.
Y para ser más específico, agregó:
“Van de la Ga a la G”.
¿Ga de Gali?
¿G de Gali?
No lo dude el lector.
Hay que decir que al exgobernador no se le ha visto en Puebla.
Cuentan que ni siquiera estuvo en ciertos funerales recientes.
De un tiempo a esta parte ha buscado a toda clase de interlocutores en aras de frenar lo que él llama “persecución de Estado”.
No hay que sorprenderse de la trama que estamos viendo.
El gobernador Barbosa lo dijo desde su primer discurso.
Y lo siguió diciendo.
Muchos no le creyeron.
Pensaron —metidos en su ingenuidad— que pasaría lo mismo que en el pasado reciente: puros fuegos de artificio.
Ya se ve que no.
O sí: que el gobernador engaña con la verdad.
Ufff.
¿Cuántos no están con los pies en Polvorosa?
Fábula del varón que tenía la cola sucia. Cuando fue funcionario, robó en campo abierto.
Robó de día.
Robó de noche.
Armó su estrategia sin dejar huellas.
Todo fue en apariencia.
Un día lo descubrieron y no supo qué decir.
Hubo denuncias de por medio.
Jamás les dio importancia.
Creyó que su caso terminaría en los archivos muertos.
Un día descubrió que todo era muy en serio.
Demasiado tarde.
Los zopilotes ya volaban encima de su sombrero Panamá.