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jueves, noviembre 21, 2024

Ni cómo ayudar a Lalito

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Eduardo Rivera Pérez no necesita de enemigos porque con lo que se hace a sí mismo sobra.  

Es triste observar a un político joven que quedó atrapado en el más rancio priismo de los 70: autoritario, inflexible, temeroso de todo y de todos, soberbio y empecinado en que la realidad se amolde a sus caprichos.  

Ahora que la vida le impone encabezar a un gobierno municipal en medio de una crisis económica, no hay indicios de eficiencia administrativa y sí, por el contrario, un ansia por cobrarle a los ciudadanos lo que se pueda y a como se pueda. Este espíritu tributario refleja mucho la esencia del político, que es malo para hacer más con menos y muy bueno para actuar como encomendado.  

¿Es malo que un gobierno pretenda recaudar más recursos? Por supuesto que no, pero la clave es cómo lo realiza. Las opciones son tan variadas, que van desde la vulgar imposición hasta la construcción de narrativas fantásticas que se caen por sí mismas. En el justo medio se encuentra una opción totalmente válida en tiempos tan azarosos como los actuales: gobernar es comunicar.  

Eduardo Rivera nunca ha sabido cómo hacerlo y su condición es más penosa por supuestamente tener experiencia en el manejo de una ciudad tan compleja como la capital poblana. Saber comunicar no es pegar tuits en filminas que se proyectan ante los medios de comunicación sino el desmenuzamiento de la realidad, su análisis metodológico, su comprensión y su traducción.  

A eso se le atraviesan los principios de una democracia: transparencia, rendición de cuentas, información vasta para la toma de decisiones. Cualquier munícipe puede poner en marcha un proyecto de parquímetros, pero no cualquiera logrará tener éxito en la aventura. Rivera Pérez está en la tesitura de una ignorancia supina que le impide este entendimiento de la realidad. Desde su óptica todo se reduce a vender una idea de orden de una ciudad compleja a costa del bolsillo del ciudadano.  

No informar cuánto dinero se recaudará, a qué se destinará y los beneficios que traerá parecería un error de kínder, pero eso es justo lo que hizo el presidente municipal. No informar nada. No comunicar nada en positivo. Tampoco dio a conocer el perfil de las empresas que están en la mesa de discusión para la asignación del contrato, lo que incorporar un halo de mayor sospecha.  

En sentido opuesto, la falta de una estrategia inteligente permitió comunicar un aspecto muy negativo sobre la figura del munícipe. Y para colmo de males, ahora los ciudadanos nos enteramos que la medida va más allá de pagar 5 o 10 pesos por un cajón. La trampa está en las letras chiquitas que cambiarán el Código Reglamentario Municipal. Sabedores que es una medida antipopular, la gestión de Eduardo Rivera se curó en salud e introdujo una sanción económica para quien ofenda o insulte a los agentes de tránsito. Saben lo que viene y pretenden curarse en salud. El objetivo no es cuidar al personal, sino multar a quien lo haga con la absurda idea de que eso disuadirá a los ciudadanos de estar enojados por una medida tan impopular.  

No nos gustaría decir: se los dije, pero por primera vez en la vida tenemos que reconocer que los morenistas tenían razón cuando afirmaban que Eduardo Rivera pretendía hacer su agosto a costillas de los electores. Solito se ha convertido en su peor enemigo… y no deja que nadie lo ayude.  

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