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viernes, diciembre 19, 2025

Persiste la Navidad en Viena

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En diciembre, simplemente la Navidad persiste en Viena. La ciudad ajusta el paso en invierno, pero no cambia de ánimo ni se disfraza de estación. Da la impresión de que en Viena siempre es Navidad. El frío aumenta sin aparecer de golpe. Con él llegan prácticas repetidas que buscan continuidad, nada de espectáculo. Los mercados de invierno aparecen cuando ya forman parte del día a día. Las luces iluminan todavía una ciudad que no necesita reflectores.

Desde finales de noviembre, las plazas se llenan de estructuras provisionales —madera clara, techos bajos, luces discretas— que no intentan competir con la arquitectura. Están ahí para acompañarla. La ciudad parece organizada alrededor de movimientos mínimos: caminar despacio, detenerse un momento con una taza caliente, seguir. Nadie parece apurado, pero tampoco detenido del todo.

  1. Música

La música, tan asociada a Viena desde fuera, no se exhibe demasiado. Está ahí. En el centro histórico, pequeños mostradores anuncian conciertos de Mozart, Vivaldi o Strauss como se ofrece cualquier otro servicio urbano. En la Catedral de San Esteban uno puede quedarse a escuchar un órgano o un coro de Adviento mientras el edificio sigue siendo iglesia, monumento y lugar de paso. El concierto altera el ritmo del día sin transformarlo. Algo parecido ocurre en la Karlskirche. La gente entra abrigada, se sienta, escucha. Al terminar, algunos aplauden, otros no tanto. En Viena, la música está disponible, no es un lujo.

  1. Rathausplatz

En Rathausplatz, frente al Ayuntamiento neogótico, el mercado ocupa el espacio como algo ya ensayado. Se come de pie. Las castañas asadas llegan en conos de papel todavía tibios. El Glühwein se sirve en tazas pensadas más para las manos que para la bebida. Hay un depósito por la taza: nada aquí está pensado para desaparecer enseguida. No hay exceso ni sorpresa. Los sabores no intentan impresionar. La noche avanza como si siempre hubiera sido así.

  1. Mercados locales

Más reveladores aún son los mercados de barrio. Pequeños, repetidos, casi intercambiables. No están pensados para ser visitados, sino para cumplir una función concreta. No ofrecen recuerdos memorables para los turistas. Son artesanías locales, juguetes de madera, objetos que capturan la atención de los ciudadanos.

  1. Schönbrunn

En Schönbrunn, el antiguo palacio imperial se observa desde atrás. La fachada está iluminada, pero no organiza la escena. Mandan los olores: masa horneada, especias, aceite caliente. La gente come, se calienta las manos, toma fotos familiares y sigue andando. El palacio permanece ahí, sin reclamar atención.

  1. Cafés

En invierno, el Kaffeehaus es una pieza más del funcionamiento de la ciudad. El tiempo no se mide por consumo. Una sola taza alcanza para ocupar una mesa durante una hora. El Café Central sigue igual: columnas, lámparas, un murmullo constante que no se interrumpe desde que Freud lo visitara. En Hawelka, más oscuro, el tiempo se vuelve impreciso, casi deliberadamente inútil.

Caminar Viena en diciembre implica aceptar una ciudad que no dramatiza el invierno. Para quien llega desde México, el frío funciona como un acuerdo compartido: avanzar despacio, detenerse seguido, entrar a una chocolatería, seguir con lo que hay. La vida no se suspende. Se vuelve un poco más densa. Viena no celebra la Navidad. La practica.

 

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