¿Estamos realmente condenados o ‘encadenados’ a nuestro pasado? La respuesta puede ser tan ambigua como complementaria y, aún en la primera mitad del siglo XIX, el escritor inglés Charles Dickens exploró esta dicotomía en torno a los arquetipos del tiempo a través de su Cuento de Navidad, publicado en 1843.
La historia ambientada en plena época decembrina plantea interesantes reflexiones que —más de siglo y medio después— reaparecen como fantasmas, durante esta temporada en la que la nostalgia y las pérdidas de un año más que casi culmina, pero también la ilusión de los próximos comienzos y la esperanza de tiempos futuros, regresan a rondar por la memoria.
Más allá de una simple fábula navideña, A Christmas Carol se convierte en un relato de terror psicológico sobre nuestra relación con el tiempo y el autoconocimiento o, más bien dicho, del desconocimiento propio y la negación de nuestros errores y más profundos temores. El protagonista, Ebenezer Scrooge, no es solo un viejo avaro y amargado que odia la Navidad (prácticamente la encarnación del mismísimo Grinch victoriano), sino un hombre que creyó poder detener el tiempo al congelar su corazón, para así evitar el dolor por el que ha transitado durante su vida.

El relato en torno a Scrooge nos lleva por un camino profundamente introspectivo sobre cómo las decisiones que tomamos en el pasado condicionan nuestro presente y cómo este último –a su vez– refleja nuestra actualidad. Su estructura temporal se revela en forma de espectros que muestran que la indiferencia con la que transitamos el ‘hoy’ puede conducirnos hacia un futuro amenazador… pero también a la redención.
Para ello, Dickens representó de manera fantasmagórica las tres dimensiones temporales que conforman la existencia humana, planteando una hipótesis fundamental que podría considerarse casi universal: el pasado nos condiciona, el presente nos revela verdades que ignoramos y el futuro nos amenaza con las consecuencias de nuestros actos, e incluso, a veces, pareciera que nos traiciona.
Fantasma del Pasado: una jaula de causalidades y condicionamiento
Para Scrooge, el viaje en retrospectiva comienza con el Fantasma de las Navidades Pasadas, una figura que oscila entre un niño y un anciano, con una gran fuente de luz que emana de su cabeza. Esa luz representa precisamente la memoria y, para el protagonista, sus recuerdos resultan dolorosos.
Juzgado por ser un viejo gruñón e insensible durante todo el inicio del libro, el primer espíritu nos pone en contexto las causas de dicha frialdad, pues nadie nace con el corazón de hielo. El fantasma lleva a Scrooge a su infancia y a recordar al niño solitario olvidado en la escuela; a la hermana que lo amaba en su juventud y que murió siendo todavía una niña, y al momento en que Belle –su prometida– lo abandona porque él comienza a obsesionarse con el dinero debido a su miedo a la pobreza.
Entonces llega el condicionamiento. A Scrooge, su pasado le enseñó que las relaciones humanas duelen y terminan, mientras que el dinero le ofrece seguridad y no lo abandona. Así, el fantasma desvela que el presente solitario y mezquino de Scrooge son cicatrices de una herida mal curada que cerró pero sigue infectada. En estos tiempos de priorizar el bienestar personal, sabemos con certeza que cada persona somos lo que nos ha ocurrido, pero Dickens sugería desde entonces que revisar las raíces de nuestras heridas es el primer paso para dejar de esclavizarnos.
El Fantasma de las Navidades Pasadas muestra a Scrooge cómo las experiencias y las elecciones condicionaron su personalidad actual; demuestra que el pasado no solo se recuerda, sino que se revive y se entiende como la serie de causalidades que lo convirtieron en ese ‘villano’ que odia la Navidad y desprecia la alegría.

Fantasma del Presente: el espejo de las revelaciones
Si el pasado es memoria, el presente es conciencia. El Fantasma de las Navidades Presentes es un gigante alegre y bonachón, rodeado de abundancia y que vive solo un día. Su lección es la inmediatez y la vitalidad, algo que en nuestra modernidad ha ganado fama como el ‘aquí y ahora’.
En el mundo ensimismado y hasta narcisista de Scrooge, cree que su avaricia no afecta a nadie más que a él mismo. Por ello, el segundo espíritu actúa como una revelación brutal. Al llevarlo a la casa de su empleado, Bob Cratchit, el fantasma le muestra que el amor y la dignidad humana están presentes incluso en medio de la escasez y las dificultades económicas.
Sin embargo, la revelación más oscura llega al final de la visita de este espectro, pues bajo su túnica esconde a dos pequeños monstruos: Ignorancia y Miseria. Dickens nos dice aquí que el presente no es solo lo que vemos y es tangible, sino también lo que decidimos ignorar en la sociedad. El presente nos revela quiénes somos realmente a través de cómo tratamos a quienes nos rodean en el día a día, y este fantasma lo advierte sin rodeos: ignorar el sufrimiento ajeno en el presente desencadena la fatalidad del futuro.
El Fantasma de las Navidades Presentes cumple la misión de confrontar a Scrooge con la realidad de su vida actual y, todavía más importante, con la vida de quienes lo rodean y a quienes afecta con su indiferencia. Al ser testigo de la austera pero feliz cena navideña de los Cratchit, su corazón es tocado por el pequeño y enfermo Tim, quien le recuerda a su hermanita fallecida.
El espíritu presente también le muestra la alegría y la piedad de su sobrino, Fred, quien celebra la Navidad a pesar de la ausencia y el desprecio de su tío, revelando al ‘ahora’ como un momento de oportunidad y responsabilidad, ya con plena conciencia de que la felicidad existe a su alrededor pero él se excluido de ella por decisión propia.
Fantasma del Futuro: bajo la sombra de la amenaza
Sin duda el espectro más aterrador es el Fantasma de las Navidades Futuras. No habla, solo señala. Es una sombra, un vacío porque, como el futuro, no existe todavía, es solo una proyección de nuestras acciones actuales.
Representado de manera brillante por Dickens, la idea del futuro refleja también una amenaza definitiva: el olvido y la muerte sin legado. La escena del cementerio no es triste porque Scrooge muera (pues algún día cada persona que nacimos, moriremos), es trágica porque a nadie le importa.
Aquí, el tiempo se convierte en una sentencia judicial. La posible muerte del pequeño Tim contrasta con la de Scrooge, ya que la primera genera dolor y memoria pero la del anciano es un alivio que deriva en el saqueo de sus bienes. El futuro amenaza con confirmar un destino inevitable si no cambia su rumbo: que la vida de Scrooge ha sido un desperdicio. La visión de su propia lápida abandonada es el golpe final que deshiela su corazón al quebrar el ego.
Este momento clave, al que inclusive parecería haber llegado “demasiado tarde”, nos recuerda que es imposible escribir con certeza el futuro y que podemos cambiarlo, pues es una proyección de acciones (o inacciones) presentes. Al ver el horror de su solitaria muerte, Scrooge entiende la amenaza y se arrepiente, prometiendo cambiar.
Una redención a (des)tiempo
Tras este viaje de arrepentimiento, Ebenezer Scrooge vuelve al presente como un hombre reformado y consciente del tiempo que le queda, rompiendo las cadenas de ese doloroso pasado para crear un presente generoso que traiga consigo un futuro digno y más humano. Su salvación llega cuando comprende que no puede vivir en un solo tiempo.
Para el autor, el tiempo no es linealmente fatalista sino un ciclo que puede ser reescrito, obra con la que Dickens intentó motivar a la clase alta de la época victoriana a ayudar a los más desfavorecidos, quienes a pesar de tener fortunas imposibles de gastar durante sus vidas, ignoraban la difícil realidad enfrentada por los estratos sociales más bajos.
Más de 18 décadas después, honrar el objetivo de Dickens mantiene su trascendencia: no hace falta vaciar nuestros bolsillos ni todo se centra en donaciones monetarias o intereses económicos, podemos empezar por regalar a los nuestros y el entorno una versión más empática y generosa de nosotros mismos.
Al final, Cuento de Navidad nos enseña que nunca es demasiado tarde para cambiar el destino propio, siempre y cuando estemos dispuestos a escuchar lo que los fantasmas del tiempo tienen que decirnos. Si bien el pasado no se puede cambiar, un viaje a nuestra memoria interior puede ser doloroso, pero también iluminador para esclarecer el futuro.


