Debió haber sido 1975 el año en el que mis hermanos, mi padres y yo, comenzamos, poco a poco, a armar un museo que después llevaría el nombre de André Breton bajo la idea de José de Jesús y en honor al autor de Nadja y de su movimiento surrealista. Como todo lo que en la vida sucede fue cambiando al transcurso del tiempo. Objetos varios fueron llegando de dónde uno menos lo esperaba a la par de los libros y los discos LP que inundan ahora el espacio. Mi padre llevaba acetatos de los tríos que oía y mi madre, cuya curiosidad por las extrañezas nunca la abandonó, llegaba con muñecos de arcilla y de pronto todo aquello cobró una existencia feroz.
Nosotros preferíamos la música sesentera y setentera pero los propias tías nos habían dejado un buen número de discos y de cosas cincuenteros: luego llegarían los sobrinos y los amigos a hacer sus propios aportes.
Igual, sucede, tuve una segunda familia por afinidad, los León Viejo (así el apellido) quienes se dedicaban a todo, jefe médico de profesión, señora madre especialista en hacer animales de estambre y delicadas paellas que no logro olvidarlas. Ellos aportaron uno que otro disco, uno que otro juguete retozón.
Así todo un mal día fue cubierto por la humedad.
Nos propusimos reconstruir todo de manera gradual. El tempo apremia. Y así fue que al fundador del Centro de Estudios Surrealistas Ricardo Echávarri se le ocurrió la idea de trazar la ruta del movimiento en México. Nos visitó, nos hizo entrevistas y propuso el proyecto a sus colaboradores.
Me olvidaba casi, ahí también se comenzó a reunir la obra de artistas plásticos: intercambios, donaciones, etcétera.
Ahora voy entre lámparas de pantallas enormes, figuras de metal, consolas y radios que aún funcionan, colecciones de libros, entre otras cosas.
No pasará mucho para hablar de su reapertura. El museo Breton está a un paso de reinaugurarse. Ha sido indicación y voluntad. Dante Bécquer que lo conoce bien y desde que era niño ha preparado ya un breve discurso, le corresponde. También hará lo mismo Arturo Sosa Carlos porque ha sido testigo de su formación y de su consolidación. Hay —y sí— un museo: la ruta del surrealismo, como lo adelantó en una nota periodística nuestro amigo Dante Bécquer.

