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martes, diciembre 9, 2025

Los asesinos de la caja de herramientas

Los asesinos de la caja de herramientas

Los gritos de aquella chica retumbaban cada noche en mi cabeza; hacía días que sentía náuseas en cada comida. Suponía que terminaría por acostumbrarme a los terribles casos, pero llevaba años en el FBI y aun así jamás había escuchado algo semejante. Ni en cintas de entrenamiento, ni en operativos, ni en escenas del crimen.

Los lamentos de Shirley Ledford me volvían loco, sobre todo sus últimas palabras, donde pedía que la mataran para acabar con su dolor. Tenía solo 16 años y su muerte había terminado en una cinta que tenía que escuchar. No solo porque el fiscal Stephen Kay necesitaba agentes que soportaran el contenido, sino porque desde semanas antes yo ya estaba interesado en la investigación. Eso incluía revisar cada escena relacionada con la camioneta, entrevistar a familias, analizar testimonios y seguir pistas.

Cuando Kay nos pidió revisar el material que usaría en el juicio, detuvimos la cinta en los primeros 30 segundos. A pesar de todo lo que había visto, no estaba preparado. Recuerdo que apoyé los codos en la mesa, cubrí mis ojos con ambas manos y traté de respirar.

La sala del tribunal estaba llena el día que se presentó la cinta, e incluso varios asistentes vomitaron. Pero lo peor no fue el sonido: lo peor fue mirar a Bittaker. Miré directamente sus ojos. Estaba sentado, sonriendo mientras escuchaba sus propios crímenes. Creo que nunca había sentido tanto asco hacia un criminal.

Durante el juicio repasaron toda la historia: la infancia violenta de Norris, sus agresiones sexuales, el hospital psiquiátrico. También el pasado de Bittaker con todo su historial criminal. Y la prisión de San Luis Obispo, donde planearon la “Murder Mack”, una camioneta GMC de 1977 que guardaba todo tipo de herramientas. Hasta que su terrible fantasía cobró vida al salir de prisión, quitándole la vida a cinco jóvenes.

Yo había seguido los rastros de esa camioneta durante semanas. Revisé su interior cuando la aseguramos como evidencia, tomé fotografías de cada instrumento y trabajé en el perfil criminal junto con otros agentes.

Hasta que la sexta víctima escapó. Su testimonio nos llevó hasta Norris. Desde el momento en que lo interrogaron sabíamos que diría la verdad: siempre que los criminales trabajan en pareja existe uno más “dominante” y organizado. Pero el interrogado era el “dócil”, así que rápidamente confesó.

El veredicto de Bittaker fue la condena a muerte. Norris, por cooperar, recibió cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional. Cuando se los llevaron, me quedé viendo a Bittaker escoltado. No podía creer que su rostro no mostrara culpa ni arrepentimiento.

Nunca volví a escuchar aquella cinta. Tampoco creo que pueda hacerlo otra vez.

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