En Puebla, la cultura es una desheredada del presupuesto y de los buenos manejos institucionales. A mi parecer, ninguna instancia de gobierno (al menos sus funcionarios) entiende la enorme responsabilidad que implica trazar caminos para que la ciudadanía pueda ejercer su derecho al acceso a los procesos culturales. Sobre todo en Puebla, un estado rico en todo aquello que significa un pasado aún no del todo comprendido, como de un presente que tiene todo en contra. Artistas y creadores aparecen en el imaginario de los que mueven las decisiones de gobierno como “conflictivos”, “problemáticos”, cuando en el fondo los consideran estorbosos. Exigen demasiado: espacios, recursos, apoyos, participación en las actividades que se dan a personajes de otros estados y otros contextos. Muchas veces, en mi ya larga trayectoria en la cultura, he escuchado a directores, directoras, secretarios, coordinadores y demás laya decir, cuando creen que nadie los oye, que los actores, pintores, escritores, músicos, talleristas, curadores y demás especialistas son personas “reemplazables” por otros mejores, más caros, de verdadero renombre, claro. Como si la entidad abjurara de sus talentos locales y los echara al bote de la basura porque sus nombres no le traen ningún beneficio ni económico ni promocional a sus instituciones de cultura.
Un caso trágico es el de Anel Nochebuena, directora del Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla, quien ha recibido crítica tras crítica por pagar millonadas a artistas foráneos y hacer exposiciones en apariencia innovadoras en galerías que solo reserva para “artistas internacionales”, no para poblanos que tienen otros espacios, según lo que dice cada que la cuestionan sobre este escabroso asunto. Por otra parte, ni ella ni Alejandra Pacheco, secretaria de cultura estatal, se han dignado bajar de sus altos puestos para conocer de primera mano a quienes llevan el nombre de Puebla a lugares donde el estado es más que bienvenido y admirado gracias a la labor de sus artistas. Eso sí, cancelan y lanzan instrucciones para que aquellos que han abierto la boca para criticar sus administraciones no entren en los recintos a su cargo, no reciban apoyos ni los llamen para llevar a cabo actividades de las cuales, estos excluidos son maestros de generaciones enteras. Prefieren, en cambio, convocar a sus cuates o a los cuates de sus coordinadores o directores, ellos sí, carentes de trayectoria, conocimientos y de nombre.
El juego de las palancas y las relaciones de todo tipo ha agarrado una solidez digna de mejores causas. Ya ni se esconden aquellos que son “cuota política” o recomendados de amigos, parientes y compadres. Hay otros que se quedaron de las administraciones de cultura pasadas como operadores de acciones difíciles de comprender para quienes entraron sin el más mínimo conocimiento de los trámites administrativos de las entidades a las cuales deben hacer funcionar. La corrupción ha llegado a tal extremo que, mientras el gobernador Armenta insiste en hacer razzia de corruptos en las instituciones, los que ostentan cargos de decisión meten a la nómina a gente que tuvo que renunciar por malos manejos de los recursos, y de pronto ya están cobrando nuevamente un enorme salario aunque despachen desde su casa.
En este 2025 tuvimos otro caso de desatención a la cultura y sus representantes. El Premio Carmen Serdán. Mujeres que transforman. Fueron 7 categorías: Mujer tejedora, Mujer del futuro, Mujer resiliente, Mujer inspiradora, Mujer migrante, Mujer forjadora y Niña construyendo el futuro. Las jurados se seleccionaron por insaculación en las distintas secretarías de estado. Todas las funcionarias designadas se concentraron en los logros más mediáticos de mujeres como Sagrario Linares Melo, quien ganó en la categoría de Mujer del Futuro. Esta joven se ha dedicado a estudiar la medicina aeroespacial, la epigenética y el cáncer. Lo más espectacular para una médica que aún no concluye su licenciatura en la facultad de Medicina de la BUAP es cómo ha enfocado su formación en proyectos relacionados con la salud de los astronautas y su labor como astronauta análoga (supongo que quiere decir “astronauta al mando de simuladores de condiciones casi iguales a las del espacio”). A juzgar por lo anterior, entendemos por qué las funcionarias del panel de jurados no seleccionaron perfiles como aquellos derivados del quehacer cultural no educativo. En ninguna de las categorías ganó una pintora, una mujer directora de orquesta o una bailarina. Tampoco (¡horror!) una escritora. En el área que ofrecía algún reconocimiento a las mujeres de la cultura, Mujer Inspiradora, ganó una lingüista especializada en apellidos de origen náhuatl. Sin duda, nadie objetaría el reconocimiento a una divulgadora del legado nahua a través de los apellidos y linajes familiares, dado que ya estamos incorporando poco a poco a los traductores y hablantes de las 7 lenguas originarias de Puebla al escenario de la vida académica. Y es justo ese punto de vista lo que pone en un rincón, para que no estorben, a las actividades de quienes se vinculan con las bellas artes. Para las señoras del jurado, el arte que hacen las mujeres de Puebla no inspira a nadie. Pero yo disiento. La cultura es, en palabras del jurista hispano-guatemalteco Luis Recasens Siches, el conjunto de realizaciones humanas circunstanciales y concretas que surgen de las necesidades vitales de la raza humana, orientadas a valores objetivos, pero que siempre se llevan a cabo dentro de una circunstancia social específica. Para este filósofo del derecho, la cultura está ligada a la praxis humana en su totalidad. La palabra cultura abarca obras concretas que buscan satisfacer urgencias humanas utilizando valores como referencia. Por supuesto, en esa amplia definición cabe la construcción de un puente o la traducción de un texto del arameo. Sin embargo, la necesidad humana ligada a la búsqueda de la belleza, a la expresión de ideas e impresiones a través del conocimiento de técnicas y conocimientos tanto o más difíciles que traducir o movilizar a las poblaciones de migrantes en el desfile del 15 de septiembre en Nueva York, produce obras que le dirán a las generaciones futuras quiénes fuimos, qué pensábamos, qué sentíamos. Sea pintar, bailar, cantar, escribir, poner una obra de teatro en escena, tocar un instrumento o crear una pieza musical devienen así en actividades tan necesarias como inevitables en la vida pública. También lo es el conocimiento académico. Sin embargo, desde esta perspectiva, nunca ganará el arte si se pone en el plano superior aquello que hace quedar bien a las instituciones, pero no dignifica a todos aquellos dedicados a crear nuevas visiones de un mundo inserto en las coordenadas históricas, emocionales y hasta espirituales de la época que les tocó vivir.
Sospecho que durante los próximos años, la cultura entendida como arte seguirá vistiendo de harapos, acurrucada bajo cualquier puente.

