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jueves, noviembre 21, 2024

Los mil espejos de Fassbinder

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Recuerdo las películas de Rainer Werner Fassbinder, vistas durante mi adolescencia en la Cinemateca Luis Buñuel, de la Casa de la Cultura de Puebla. En su momento me perturbaron, por supuesto. Ahora las vuelvo a ver, a la luz del libro que leo y siento que hay artistas como él para quienes la propia vida es una obra de arte. Algunas de sus obras han envejecido, son documentos, monumentos, no están vivas. Otras siguen ahí, como escalpelos, cortándonos a la mitad. Tanto en su vida personal como en su producción cinematográfica, Fassbinder ha sido objeto de numerosos estudios y análisis. Leo ahora Fassbinder: Thousands of Mirrors de Ian Penman a quien le acaban de dar por el libro en premio literario Ondatjee de la Royal Society of Literature de la Gran Bretaña.

Penman explora cómo Fassbinder se vio a sí mismo y cómo deseaba ser percibido, utilizando la metáfora de los espejos para desentrañar las múltiples facetas de su identidad. Esta idea de espejos es fundamental para entender tanto la obra como la vida de Fassbinder. Su cine actúa como un reflejo, no solo de la sociedad alemana de su tiempo, sino también de sus propias contradicciones y conflictos internos.

En Fassbinder: Thousands of Mirrors, Penman argumenta que el cine de Fassbinder es una forma de autorretrato distorsionado y fragmentado. Los excesos de Fassbinder, ya sean personales o artísticos, se pueden ver como intentos de confrontar y exorcizar sus propios demonios. Penman sugiere que la compulsión creativa de Fassbinder, su necesidad de producir películas a un ritmo frenético era una manera de enfrentarse a sus propias inseguridades y deseos destructivos.

La exploración de Penman de las técnicas cinematográficas de Fassbinder también revela cómo sus excesos estéticos sirven para reforzar sus temáticas. Por ejemplo, el uso expresivo del color y la iluminación, características distintivas del estilo visual de Fassbinder, se analizan como métodos para crear una atmósfera de artificialidad y alienación. Esta estética no solo desafía las normas tradicionales del cine, sino que también actúa como un espejo distorsionado de la realidad, invitando al espectador a cuestionar las narrativas presentadas. El libro de Penman es un experimento además de la forma del ensayo en sí misma. Siguiendo la idea de Benjamin en el libro de los pasajes, él hace de Fassbinder su Baudelaire y a través del fragmento y la cita ensaya leer(se) ante su cineasta favorito.

Penman también examina la representación de los personajes de Fassbinder, muchos de los cuales son complejos y moralmente ambiguos, reflejando las propias luchas internas del director. Reflexiona en cómo estos personajes a menudo enfrentan situaciones de sufrimiento y desesperanza, encarnando las tensiones entre el deseo y la opresión. Por ejemplo, la protagonista de Las amargas lágrimas de Petra von Kant (1972) se ve atrapada en una relación destructiva que refleja las propias experiencias de Fassbinder con el amor y el poder.

La crítica de Penman también aborda cómo la vida personal de Fassbinder, marcada por excesos con el alcohol, las drogas y relaciones tumultuosas, está inextricablemente ligada a su producción artística. Este vínculo entre vida y arte es central en la comprensión del cine de Fassbinder, y el libro explora cómo estos excesos vitales alimentaron su creatividad, pero también contribuyeron a su trágica y prematura muerte.

La obra de Penman, por lo tanto, ofrece una lente crítica a través de la cual se pueden reevaluar las contribuciones de Fassbinder al cine. Al utilizar la metáfora de los espejos, Penman no solo ilumina las múltiples dimensiones de Fassbinder como cineasta y como individuo, sino que también invita al lector a reflexionar sobre la naturaleza del arte como un reflejo de la condición humana. Más de cuarenta películas en 20 años antes de su muerte prematura a los 37.

El libro me devolvió a esa época de mi vida en la que el cine de arte era una de las formas en las que yo mismo me preguntaba sobre mi identidad, y luchaba contra mis demonios internos. Quizá no se trataba ni entonces ni ahora de mil espejos, pero sí de una serie de reflejos en busca de una imagen. Entonces llego a Berlin Alexanderplatz, su película sobre la novela de Alfred Döblin, que leí con estupor gracias a Sergio Pitol. Recuerdo cuando fui al cine a verla. 1984. Al salir de esa sala la ciudad, mi ciudad, me parecía sombría, opresiva. Cuando escribí Quien dice sombra, mi homenaje a Puebla, ahora lo entiendo, estaba en realidad intentando salir de la melancolía en la que la obra de Fassbinder había para siempre ensombrecido mi propia realidad. Leer a Penman me ha descubierto un nuevo espejo.

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