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domingo, noviembre 23, 2025

Las Tres Caras de Staines

Las Tres Caras de Staines

Nunca olvidaré aquella tarde en la comisaría de Surrey, cuando dos nombres distintos llevaron a la misma sombra. Jessica Sayers llegó primero, temblorosa, con un cuaderno apretado contra el pecho. Dijo venir a denunciar a Connor. Horas más tarde llegó Alice, reclamando justicia por Aaron. Y yo, que creía haberlo visto todo, estaba a punto de conocer el engaño más retorcido de mi carrera.

El caso empezó como comienzan los malos sueños: con silencios incómodos. Jessica aseguraba que Connor era encantador, atento… hasta que un día desapareció. “Se esfumó, como si nunca hubiera existido”, dijo, con los ojos hundidos en preguntas. Alice, por su parte, estaba convencida de que Aaron también la había dejado colgada tras meses de mensajes, citas furtivas y palabras diseñadas para atraparla.

Revisé las denuncias, los perfiles de redes sociales, los mensajes electrónicos… Aaron, Luke y Connor. Tres chicos jóvenes. Tres historias paralelas. Tres vidas aparentemente reales.

Demasiado perfectas.
Demasiado ordenadas.
Demasiado idénticas.

Era como ver tres máscaras hechas por la misma mano.

El giro apareció cuando localizamos un número de teléfono que —según Jessica— pertenecía a Connor. Lo escuché sonar desde una mochila gris abandonada en la casa de una tercera joven que ambas mencionaban repetidamente: Gemma Barker. Su nombre se había colado en las conversaciones de las dos chicas como un eco benigno… la amiga que aconsejaba, que acompañaba, que unía.

Cuando la trajimos a interrogatorio, Gemma parecía una muchacha tímida y nerviosa, no muy distinta a las víctimas. Sin embargo, al sentarse frente a la mesa de metal, noté algo inquietante: en su mirada se encendía una chispa de satisfacción apenas contenida, la certeza de quien sabe que aún controla más piezas de las que permite ver.

Sobre la mesa coloqué tres fotos impresas: Aaron, Luke y Connor.
Gemma las observó sin pestañear.

—¿Los reconoce? —pregunté.

Un segundo de silencio.
Dos.
Tres.

Y luego, como si una barrera delicada se resquebrajara, sonrió apenas.

—Supongo que depende —respondió—. ¿A cuál de ellos necesita hoy?

Un escalofrío recorrió la sala.

Las chicas hablaban de amores, de traiciones, de mensajes nocturnos capaces de abrir heridas invisibles. Ahora todo encajaba: los perfiles falsos, los cambios de voz, la ropa masculina hallada en su dormitorio, los horarios imposibles que ninguna otra persona habría podido cumplir.

Gemma no era una sola joven confundida.
Era tres sombras moviéndose a la perfección.

Tres identidades tejiendo una red tan compleja que atrapó a dos adolescentes inocentes sin que nunca sospecharan que todos sus caminos llevaban a la misma casa.

Jamás comprendí del todo las motivaciones de Gemma.
¿Soledad?
¿Poder?
¿Una necesidad retorcida de sentirse querida desde múltiples espejos?

No lo sé.

Solo sé que esa noche, mientras firmaba el informe final, me quedé mirando las fotografías alineadas sobre la mesa. Tres rostros distintos, tres nombres, tres voces… y detrás, una única sonrisa calculadora, capaz de moldearse para entrar en la vida de cualquiera que bajara la guardia.

En Staines aún murmuran sobre ella.
La llaman La chica de las tres caras.

Pero yo sé que el peligro nunca estuvo en las máscaras.
El verdadero misterio siempre fue la mujer que las creó.

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