Antes, durante la época de los deshielos y los dinosaurios, los presidentes de este país hacían lo mismo que acaba de hacer López Obrador: ordenaban a sus equipos fiscales que investigaran a los periodistas incómodos.
Pero todo eso no lo hacían en público, sino en la más completa oscuridad.
Querían saber todo del personaje que los criticaba en sus periódicos, revistas o columnas: con quién dormían, con quién se reunían, con quién hablaban por teléfono.
Y más: cuánto ganaban, qué contratos tenían, a qué hora iban al baño.
El CISEN enviaba archivos sobre las conversaciones telefónicas de éstos y un pormenorizado recuento de las veces que acudían a moteles, cabarets, tables o casas de asignación (como las que quiere poner Eduardo Rivera Pérez, el muy persignado alcalde de Puebla).
Las fotos no escaseaban.
Ahí aparecían los críticos, pero en pelotas, y con mujeres que no eran de sus familias.
Lo que venía después era el chantaje y la amenaza de hacer pública esa información.
Ya sentados en la mesa de negociación —encabezada por el Bartlett del sexenio—, los periodistas terminaban normalmente cediendo al chantaje, y dejaban de tocar al presidente.
(¿Quién resiste una incursión del Estado policiaco en sus sábanas?).
Lo que hoy está haciendo el presidente López Obrador es, pues, más de lo mismo, pero en horario estelar y con millones de espectadores.
¿No es más sano esto que lo que se hacía clandestinamente?
El presidente no tiene filtros.
Todo lo que piensa, lo dice.
Y eso alborota al gallinero.
Por cierto: no es novedad lo que dijo en La Mañanera de este miércoles: eso de que Loret de Mola esté metido en la venta de medicamentos o de equipo hospitalario, o que Ricardo Raphael esté en la lista de proveedores del INE.
Hay periodistas que llevan sexenios haciendo jugosos negocios a la sombra de la Federación o de los gobiernos estatales y municipales.
Llevan siempre, a la hora de negociar convenios, y por si se ofrece, algunas carpetas de constructoras o proveedoras de artículos de oficinas y hasta de papel de baño.
Venden de todo: equipos de cómputo, gomas de borrar y cubrebocas.
¿Está mal que el presidente pida información sobre los negocios oscuros de los periodistas y de los familiares de éstos?
No está nada mal.
Es un sano ejercicio de transparencia.
En Puebla, por ejemplo, durante el marinismo o el galismo, hubo periodistas doblados de constructores.
Muchas de las malas carreteras las hicieron ellos.
Algunos cambiaron de giro y abrieron hasta universidades con el Reconocimiento de Validez Oficial de Estudios expedidos por la SEP.
Abundan casos.
¿Quiénes son los indignados por esa cruzada transparente del presidente?
Los propios periodistas, entre otros.
Siempre he creído que la parte más oscura de la sociedad es la prensa.
Y no faltan los críticos que se lamentan de la falta de transparencia en los ámbitos de justicia, del poder judicial o del Ejecutivo, por ejemplo.
Pero no quieren que esa transparencia atraviese las cloacas del periodismo.
Faltaba más.